Amor y angustia de Kierkegaard
Las calles e iglesias de Copenhague dibujan la vida y obra del influyente filósofo danés
Siete fueron los hogares que Søren Aabye Kierkegaard (Copenhague, 1813-1855), el pensador y filósofo más tumultuoso y recordado de Dinamarca, habitó en sus 42 años de vida. Las siete casas estaban ubicadas en la capital danesa En una de ellas, en el 38 de Nørregade, situada en la zona más pulcra del barrio más límpio de la ciudad más impoluta de Dinamarca, Kierkegaard experimentó el mayor desgarro de una vida repleta de temblores y temores. Hasta allí, según cuenta en su libro ¿Culpable o no culpable? acudió desesperada su prometida, Regina Olsen, para suplicarle que no rompiera la relación que mantenían desde hacía tres años. El amado se mostró inflexible. Acababa de tomar la decisión más importante de su vida, aquella que le separaría de una existencia convencional para ir hacia lo sublime. Su misión no era otra que revolucionar el mundo de la filosofía colocando el sufrimiento individual del ser humano en el centro del pensamiento. Así lo dejó plasmado en Las obras del amor, el libro que aborda el amor absoluto y del que se cumplen 170 años de su publicación.
“Kierkegaard fue muy frío con ella, según su confesión, pero lloró amargamente su pérdida y la amó hasta el último momento. Si se hubiera casado con Regina hubiera sido muy feliz pero nosotros nos hubiéramos perdido a un gran pensador”, comenta Carlos Goñi, autor de El filósofo impertinente (Trotta Editorial, 2013). El Copenhague por el que Kierkegaard deambuló poco tenía que ver con la ciudad ejemplar que la serie Borgen ha extendido en los últimos años, ni con el alabado estilo de vida hygge, esa suerte de felicidad danesa que cabe en un salón.
A principios del siglo XIX, Copenhague era más bien provinciana, acuciada por una importante crisis económica pero con un rico y floreciente ambiente cultural. Sin embargo, vivía a la sombra de Berlín, la verdadera capital intelectual europea de aquellos años. Kierkegaard la visitó dos veces: para recibir clases de Schelling en la Humboldt-Universität y para escribir una de sus obras más celebradas, Temor y temblor. El filósofo nació en la céntrica plaza de Nytorv, ahora convertida en un concurrido espacio de tiendas de moda. A pesar de la crisis que azotaba al país, los Kierkegaard no tuvieron problemas económicos. La infancia del filósofo estuvo marcada por la sombra feroz de un padre que militaba en el cristianismo como un hincha violento. Søren y su hermano Peter fueron los únicos supervivientes de una familia sumida en la tragedia: murieron la madre y cinco hermanos. El padre lo atribuyó a un pecado de juventud. Søren y su padre se distanciaron cuando éste último le confesó que tiempo atrás había engañado a su esposa con la criada. Kierkegaard se lanzó entonces a los bajos fondos de la ciudad, a una vida tabernaria de excesos y burdel. En uno de ellos podría haber tenido la única (y fallida) relación sexual de su vida. La impotencia sexual y una tara física que padecía desde pequeño, pudieron ser las causas para romper su compromiso con Olsen.
Iglesia y dios
Otra tesis apunta a una promesa al padre en su lecho de muerte de dedicación exclusiva al cristianismo: “La Iglesia danesa proponía un Dios racional, justo, asequible a las súplicas y a las buenas obras. Pero el Dios de Kierkegaard está por encima de todas esas leyes y es imprevisible, insobornable, no produce devoción sino temor y temblor”, asegura el filósofo Fernando Savater, gran conocedor de la obra del danés. Es fácil imaginar a Kierkegaard aquel año de 1838, con su padre recién fallecido, paseando por el parque de Fredericksberg. Allí se despertó su vocación de filósofo, en un clima húmedo y de frondosa vegetación que proporcionaba la pausa justa que el danés necesitaba en aquel momento.
Las iglesias en Copenhague parecen brotar en cada esquina. Son majestuosas pero sin brillo. Macizas y sobrias, como el dios que alojan dentro. La de San Salvador o la de San Óscar son algunas de las que Kierkegaard visitó en su particular lucha contra la Iglesia danesa. Sin embargo, es en la catedral de Nuestra Señora de Copenhague, donde estableció sus más duras diatribas contra el obispo Mynster, su mentor espiritual pero también el cabeza de una Iglesia que detestaba. Allí también se celebró el funeral del pensador, que murió con apenas 42 años, dejando una extraordinaria obra que destacó por su sentido irónico: “Kierkegaard cultivó sobre todo la autoironía, porque él, siendo un espíritu estético-religioso, exaltó el estadio ético por encima de todas las cosas”, comenta el filósofo Javier Gomá.
La filosofía de Kierkegaard sigue vigente y no sólo en Dinamarca. Su idea de sospechar del público, de la sociedad, de la turba como grandes masas de “monstruosa nada” entronca bien con el debate actual de las redes sociales. La angustia que marcó su obra fue leída por autores como Kafka, Unamuno o Wittgenstein. Ellos la recogieron para seguir esparciéndola: “El verdadero pensamiento siempre es actual. Intempestivo muchas veces, pero siempre actual. La angustia, por ejemplo, no pasa de moda”, concluye Fernando Savater.
Regina y Søren coincidían en la misma ciudad: ella, casada con otro hombre al que no amaba; él, con los recuerdos del tiempo que pasó a su lado en el apartamento junto al canal. A su muerte, el filósofo la incluyó en su testamento. “Una vez se cruzaron en el paseo de Langelinie. Él hizo como que no la vio”, explica Goñi. Ese paseo, ahora frecuentado por miles de turistas que contemplan la famosa Sirenita de Andersen, fue escenario de su callado y sufrido amor. El decorado de un sacrificio.
Un paseo junto al agua
¿Quién? El filósofo y teólogo danés se integra en el existencialismo y dedicó buena parte de su obra a la religión y a la crítica de la Iglesia de su país. Su obra estuvo marcada por la angustia y fue seguida por Kafka, Unamuno o Wittgenstein, entre otros.
¿Dónde? Copenhague fue la ciudad en que la vivió siempre salvo estancias temporales en otros países. Visitaba las iglesias y la catedral, pero también caminaba por el parque de Fredericksberg o por el paseo de la sirenita, uno de los puntos más turísticos de la capital danesa.
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