El bello durmiente
Hay algo deliberadamente espectral en el exquisito estilo de la película, preciosista y austero al mismo tiempo
Los bosques que rodean la escuela femenina sureña de La seducción parecen albergar la atmósfera pegajosa e irrespirable de un invernadero que lleva tiempo sin encargado de mantenimiento. Es esta una película donde tanto los exteriores como los interiores parecen hermanados por un mismo aire de habitación cerrada a cal y canto. Que Sofia Coppola haya abordado una nueva versión de El seductor (1971) de Don Siegel –o una nueva adaptación de la novela de Thomas P. Cullinan- ha sido recibido casi como una afrenta a la inviolabilidad de determinados clásicos, cuando, en realidad, lo que propone esta película es una relectura nada obvia de la misma historia y una consecuente integración de un nuevo discurso a un universo autoral que, desde Las vírgenes suicidas (1999) y con Lost in Translation (2003) y María Antonieta (2006) como notorios ejemplos, ha hecho de la feminidad enclaustrada –y sus diversas modulaciones- su principal materia prima.
LA SEDUCCIÓN
Dirección: Sofia Coppola.
Intérpretes: Nicole Kidman, Kirsten Dunst, Elle Fanning, Colin Farrell.
Género: drama.
Estados Unidos, 2017
Duración: 93 minutos
Si Don Siegel sirvió esta historia de un herido lobo feroz acogido y luego devorado por un círculo de mantis religiosas como un turbulento sueño erótico donde crepitaba un subtexto incestuoso e incluso se sexualizaba a La Piedad, la Coppola prefiere envasarla al vacío para que se expanda en su interior el estimulante perfume de la ambigüedad. En las diferencias que la cineasta mantiene con respecto a la película anterior no hay arbitrariedad, sino elecciones firmes, por discutibles que puedan resultar: queda claro, por ejemplo, que no le interesan las cuestiones de raza, sino las de género y que la mirada de indefensión de Colin Farrell es un buen pretexto para ahorrarse la información que aclararía si estamos ante un diablo mentiroso y manipulador o ante un superviviente dispuesto a dejarse querer.
Hay algo deliberadamente espectral en el exquisito estilo de la película, preciosista y austero al mismo tiempo. Y, también, una mirada sobre lo femenino que es más perturbadora que complaciente. El seductor podía leerse como un cuento gótico sureño de venganza. La seducción invita a ser leída como un cuento de hadas malsanas que prefieren resolver en tablas su feroz competición por un príncipe moribundo.
Babelia
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