Terele
Tuvo que pasar tiempo para que fuera reconocida no solo como excelente actriz, sino como una persona solidaria

“¡Ay, señorita, que me van a matar, que me van a matar, señorita!”. Aún sobrecoge aquel llanto lastimero de Terele Pávez en el personaje de la última mujer que fue ajusticiada por garrote vil en España. Era en la película El caso de las envenenadas de Valencia, su primer papel protagonista, que dirigió con gran acierto Pedro Olea en 1985; la actriz regresaba al cine tras su éxito de Los santos inocentes, pero también tras unos años de paro en los que había caído sobre ella el sambenito de “problemática” y en consecuencia pocos se arriesgaban a contratarla. Años atrás fue nada menos que Fernando Fernán Gómez quien recibió el descrédito por ser un supuesto “veneno para la taquilla”, y también estuvo un tiempo a la luna de Valencia. Desatinos.
Ha habido leyendas sobre gentes del espectáculo, desde ser gafe o tener mal carácter, por ejemplo, que les han hecho padecer carreras entrecortadas o plagadas de problemas. Recuerdo a Terele Pávez en el festival de San Sebastián de 1988, en el que se presentaban a concurso dos películas, Diario de invierno, de Francisco Regueiro, y El aire de un crimen, de Antonio Isasi, en ninguna de las cuales tenía un papel principal, pero con ambos personajes enrevesados en los que brillaba su talento. Estaba alojada en una suite del suntuoso hotel María Cristina; a ella le parecía tan excesiva que decidió compartirla con amigos y conocidos que no disfrutaban de tales lujos. En la dirección del hotel se mosquearon ante la presencia de desconocidos de extraña guisa y llamaron la atención a la actriz. “¿Tienen que dormir en la calle con tanto espacio como aquí sobra?”, replicó ella, no dispuesta a cejar en su sentido de la amistad y la hospitalidad. Se salió con la suya sólo hasta que una vez proyectadas sus dos películas se vio obligada a abandonar el festival y sus amigos a dormir fuera del hotel. Por ello fue calificada una vez más de “conflictiva”. Tuvo que pasar algún tiempo para que Terele Pávez fuera reconocida no sólo como la excelente actriz que siempre fue, sino como una persona solidaria que anteponía la amistad a ser considerada persona “sensata”. Pagó un precio por esa libertad pero alcanzó la gloria.
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