El aventurero que encontró un tesoro en las montañas de Los Andes
El documental ecuatoriano ‘Llanganati’ es la bitácora de una expedición del fotógrafo Jorge Juan Anhalzer en busca del oro de Atahualpa
No era la primera vez que el fotógrafo ecuatoriano Jorge Juan Anhalzer se adentraba en los escarpados riscos y enlodadas laderas de los Llanganates en busca del tesoro perdido de Atahualpa. Pero a diferencia de sus anteriores expediciones, cuando guiaba a excursionistas extranjeros emocionados por desvelar las leyendas de los incas en Los Andes ecuatorianos, esta vez tenía un mapa adicional: una fotografía aérea que había tomado tiempo atrás en la que se vislumbraba un camino hasta ahora desconocido.
Se dio cuenta de la nueva línea de casualidad. Estaba agrandando la foto en su computadora para retirar las muescas de polvo cuando apercibió un zigzagueo que no le resultaba familiar. Podría ser el famoso derrotero de Valverde, descrito en antiguos documentos de la época de la colonización española, que indicaba cómo llegar a un valioso cargamento de oro abandonado. Anhlazer nunca había accedido a esa zona específica de las montañas andinas en las que se supone que los incas abandonaron hace más de 500 años toneladas de metal precioso labrado. “Dice la leyenda que ni mil hombres podrían transportarlo todo”, relata durante la narración del documental Llanganati, que se presentó en el Festival Edoc de Ecuador hace un mes.
El fotógrafo ecuatoriano armó un equipo de ocho personas, incluidos dos de sus hijos, y preparó una expedición de 15 días -la mitad de ida y la mitad de vuelta- cargados con 40 kilos cada uno en sus mochilas entre ropa, comida y herramientas para abrirse paso por el páramo. La directora de cine Isabel Dávalos le convenció para que llevara dos cámaras Go Pro y una Canon pequeña de alta definición y filmara la búsqueda del tesoro. El resultado son 55 minutos de contenido donde el avance por el camino, fiel a la descripción que consta en la documentación histórica, fluye en una deliciosa sintonía junto con las imágenes de un paisaje de montaña y humedales nunca atravesados por el ser humano.
El peligro de perderse en la densa neblina, o de caerse por un precipicio, o de quedar atrapado en la corriente de un río o de que se agote la comida se convierten, desde la comodidad de la pantalla, en una intrigante aventura. “En esta mezcla de leyenda e historia, uno no sabe dónde se separa lo mágico de lo real. Esa es la parte más linda de los Llanganates”, relata el fotógrafo a la cámara con un aura embriagadora. Pero no hay que confiarse. La maldición de los incas es inclemente. No serían los primeros en perder la vida en el terreno accidentado de esas montañas que pasan rápidamente de 1.200 a más de 4.000 metros de altitud y donde hay días en que apenas se puede avanzar más de dos kilómetros. “Aquí nadie va a venir a rescatarte, ni los servicios de emergencias ni los militares, porque esta es una zona que casi nadie conoce y es tan extensa que los que la dominan no sabrían donde buscarte”, sentencia el aventurero. Ellos salieron vivos, pero necesitaron pasar por cuatro editores, que comenzaron el trabajo audiovisual y lo dejaron a medias por inesperadas enfermedades, para que la película viese la luz cuatro años después de la expedición.
Pese al frío y la lluvia, que solo les dio descanso dos de los quince días, el grupo encontró el ansiado camino inca y llegó a la laguna en la que descansa el tesoro. Pero sin tiempo para buscar. Con las existencias de alimento escaseando, la supervivencia guió el regreso inmediatamente: “No se puede comer oro durante siete días”. Y se fueron, con las manos vacías, tal como habían llegado. O eso es lo que cuentan. Quizás siguieron el ejemplo de los otros tres afortunados que, según la historia, llegaron al mismo punto, volvieron y tampoco se enriquecieron. ¿Será que el oro no es más que una leyenda o será un secreto haberlo encontrado? Lo cierto es que Anhalzer, hombre de campo desde que era niño, descubrió a los nueve años la emoción de perseguir la verdad de las leyendas incas por las montañas de Los Andes y desde entonces, dice, ese ha sido su mayor tesoro.
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