El extraño viaje de un ‘Greco’ mexicano
El dueño asegura que la obra salió de España con la Guerra Civil, viajó a Nueva York y durante 50 años pasó inadvertida en el salón de una familia mexicana. Expertos en el pintor griego recomiendan cautela
“A los santos les corresponde peregrinar”, dice Alfredo Robert en el salón de una casa de Ciudad de México, con una copa de Rioja en la mano y mirando de frente a un lienzo: sobre un fondo nebuloso de tonos verduzcos, una figura espigada y pálida, vestida con túnica, sujeta una gigante cruz de martirio. “Es una obra espléndida”, opina Salvador Riestra, el dueño de la casa y del cuadro. Durante más de cinco años dudó, pero ahora, tras una batería de pruebas químicas y genealógicas, ya está dispuesto a presentar lo que tiene delante como un El Greco.
“Ha sido una historia detectivesca”, continúa Riestra refiriéndose a la labor de investigación y rastreo del extraño viaje desde el Toledo imperial del XVI hasta la capital mexicana de Estudio de San Andrés, una de las series de pinturas preparatorias que a finales de ese siglo culminaron en la definitiva “San Andrés y San Francisco”, colgada en el Museo del Prado.
Expertos en el maestro renacentista recomiendan en todo caso cautela. “Habría que analizar detenidamente y en profundidad la obra. Llevar a cabo analíticas de pigmentos, radiologías y radiografías por centros de investigación independientes para poder confirmar la autoría. Nosotros, sin todo eso, no nos podemos pronunciar”, apunta Juan Antonio García Castro, director del Museo del Greco en conversación telefónica desde Toledo. “Hay que ser prudente con las obras que aparecen en Latinoamérica –continúa–. Era frecuente que en el siglo XIX las familias ricas viajaran a Europa y compraran copias de Rubens, Velázquez o El Greco”.
Los estudios de especialistas han determinado que se trata de los materiales y el soporte auténtico que se utilizaba en la época
Volvamos casi al final. Riestra es coleccionista y presidente de una asociación cultural, Los Contemporáneos, a la que en 2011 recurrió un amigo anticuario con buen olfato. Tenía la intuición de que había descubierto una joya en la casa de “una familia de abolengo de la colonia Coyoacán”, una zona residencial y acomodada de la capital. “El lienzo –añade el coleccionista– estaba roto por las esquinas, muy oscuro por capas de suciedad y barnices oxidados”. Riestra compró la pieza y puso en marcha su maquinaria de verificación.
En el bastidor, la parte trasera del cuadro, encontraron grapada una etiqueta amarilla: Manhattan Storage & Warehouse Company. Al lado, escrito a lápiz, una fecha –1963– un nombre –“Señorita de la Riva”– y una dirección: Carbonero y Sol, 12, una calle del centro de Madrid. A partir de esos datos, buceando en libros y catálogos de arte y cotejando las actas de cesión de derechos, encontraron la ruta. En una publicación de 1970 a cargo de un catedrático de historia del arte constataron que desde finales de XIX el cuadro estaba catalogado como propiedad de la Colección Diego Cánovas en Madrid. De ahí, habría pasado a Nueva York, huyendo de la Guerra Civil, para desaparecer de nuevo durante años hasta volver a salir a flote en el salón de una casa mexicana.
“Sin duda, este San Andrés es el mismo que el que aparece reconocido y avalado en el catálogo de Camón Aznar (el catedrático). Los otros estudios de especialistas han determinado sin ninguna duda que se trata de los materiales de la época y del soporte auténtico que se utilizaba en la época”, explica en un vídeo promocional de la obra el historiador e investigador de la UNAM Alejandro González Acosta, al frente de la labor detectivesca.
Los estudios científicos, a cargo del ingeniero químico Javier Vázquez Negrete, especialista en conservación y restauración del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), concluyeron que la paleta de colores y pigmentos concuerda con los utilizados comúnmente por El Greco. El material del lienzo es fibra de lino, característico de los siglos XVI y XVII, bisagra en la que se estima que el autor llevó a cabo la serie de estudios de San Andrés –entre 1590 y 1610–, de la que existen otras tres versiones alojadas en colecciones privadas de París, Nueva York y Madrid. El análisis anatómico de la madera arrojó que se trata de pino común, característico también de la zona de Castilla.
El presidente de la asociación, que cuenta con más de 300 obras en su colección, está seguro de poseer “una extraordinaria obra, un Greco en México”, en la que se ha gastado “millones de pesos” entre la compra, la conservación y la verificación. “Nuestro objetivo es cederla para su exposición. Ya estamos negociando con la Secretaría de Cultura”.
Babelia
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