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Galería de locos geniales

La revista ‘Litoral’ analiza el nexo entre creación y sinrazón a partir de la advertencia de Demócrito: solo en estado de delirio se compone la poesía más elevada

Autorretrato de Vincent Van Gogh (1889).
Autorretrato de Vincent Van Gogh (1889).

En este museo pintado y narrado se citan el sombrerero loco y don Quijote, el Bosco buscando piedras de la locura y Goya intentando averiguar de qué color es la sombra negrísima de las casas de locos. El último monográfico de la mítica revista Litoral se adentra en un terreno viscoso, inquietante y perturbador: la locura. Se camina por sus páginas como por distintos pasillos de un manicomio tan terrorífico como fascinante. ¿Qué relación existe entre la creación y la locura? Ya decía Demócrito que sólo en estado de delirio se puede componer la poesía más elevada…

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La revista Litoral, que continúa con la exquisita tradición tipográfica que iniciaron Emilio Prados y Manuel Altolaguirre en la Málaga de la Edad de Plata, se adentra en las redes del delirio para descubrir con inquietud cuánto le debe la creación al mundo de la locura. “Sí, todos estamos locos aquí y si abrimos la puerta y las ventanas, se nos aparecerán más locos, éste es un Litoral delirante y como decía Robert Walser a menudo necesitamos del delirio para mantenernos a flote en el oleaje de la vida”, asegura Lorenzo Saval como intención última de este número extraño que él conecta en realidad con la tradición letraherida, y por lo tanto escasamente cuerda, que ha guiado esta publicación desde sus orígenes en 1926. “Prados y Altolaguirre dejaron señales evidentes de ese alegre extravío de la razón al concebirla y los que la continuamos seguimos extraviados”, añade.

María Navarro, coordinadora del monográfico La locura. Arte&Literatura, rescata la frase de Alejandra Pizarnik para desvelar la filosofía de este especial: “Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo”. Los autores que aparecen en este Litoral-manicomio hablan a un paso del abismo de la locura y los pintores intentan reproducir la pupila negra de los que miran desde el otro lado de la razón. Uno de los apartados especiales es el examen de algunas experiencias radicales del lenguaje. Y aquí se podría convocar a Artaud, Georges Bataille o incluso “a la trituradora que devora la lengua como hace James Joyce en su Finnegans Wake”, señala María Navarro.

'El loco de Picasso' (1904).
'El loco de Picasso' (1904).

Y así se salta a otro gran y lúcido loco como Leopoldo María Panero quien en Los manicomios o la fábrica de la locura aseguraba que “la psiquiatría persigue satánicamente lo extraño, a lo que nombra con el nombre sin nombre de “esquizofrenia”. ¿Quién está loco? ¿desde qué lado analizamos entonces la locura?

El escritor y psicoanalista Jorge Alemán plantea en uno de los artículos de este monográfico reflexiones sobre la cinta de Jaime Chávarri El desencanto en la que mostraba el perturbador retrato de familia de los Panero: “Leopoldo María Panero era el loco artaudiano segregado por la máquina despótica española. A los seguidores ilustrados les gustaba escuchar que la locura estaba producida por las máquinas despóticas y disciplinarias del poder. Esto ahorraba muchos problemas. Pero Panero sabía muy bien, y en esto era rigurosamente lacaniano, que no se vuelve loco quien quiere sino quien puede”.

En la galería de hermosa y extraña locura propuesta por Litoral aparecen los ojos vibrantes de Van Gogh, pero también de dementes anónimos como El loco que pintara Picasso o la Loca encadenada de William Dickinson en 1775. Hay algo abisal en la mirada de los locos que surgen en este museo donde se muestran los autorretratos cargados de pesadilla expresionista de Schönberg, Schiele, Meidner, Max Beckmann o Franz Pohl en los que se adivina el horror de las guerras que devoraron Europa.

El itinerario continúa por el secreto de los cuadros del Bosco que analiza la especialista en arte y estética Rosario Crego Castaño. Ahí está el tulipán de agua que un doctor embaucador extrae de la cabeza de un campesino en La extracción de la piedra de la locura o toda la suerte de delirios pintados de sus lienzos.

Y no podía faltar al gran loco de nuestra literatura: don Quijote. Andrés Trapiello es el encargado de rescatarlo en el artículo “Melancolía española” mientras pasan veloces las pinturas de Daumier, Chagall, Cezanne, Doré, Dalí, Picasso o Saura. “El regreso de don Quijote no es a otro lugar que a su cordura, y a ellos ha de resignarse. Es ese regreso, pues, una pérdida, la mayor que ha sufrido en su vida: la pérdida de la locura, la pérdida de su melancolía”.

Porque como escribió Erasmo de Rotterdam en su Elogio de la locura hay dos tipos de delirio, el que “las crueles furias lanzan desde los infiernos” y el que “se manifiesta por cierto alegre extravío de la razón, que libera el alma de cuidados angustiosos y la perfuma con múltiples voluptuosidades”.

Después de recorrer manicomios y adentrarse en el vientre de la locura y sus razones poéticas, Litoral desvela un epílogo sobre el final de tantas historias de locura: un análisis del suicidio. El suicidio quizás como una de las bellas artes a cuyas aguas va a dar las autopsicografías de tantos artistas. Y leemos la carta que Virginia Woolf escribe a su marido: “Querido, me siento segura de estar nuevamente enloqueciendo…”.

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