El solsticio de Alejandro Sanz
El cantante, en el cénit de su carrera, seduce a 50.000 personas en el Vicente Calderón
Puede que un estadio mida una hectárea, pero, desde luego, la noche del sábado había mucha más que esa superficie de piel desnuda destilando alma, corazón y vida en la cancha y el graderío del campo Vicente Calderón de Madrid en la última gran velada musical de su historia. La tarde de espera fue larga para quien aguardaba ansioso el encuentro. Sobraba la ropa y faltaba la música y las letras que la parroquia había venido a escuchar como quien acude a oír la historia y la melodía de sus vidas. Hasta que apareció Alejandro Sanz, el autor del libreto y la partitura, y la brisa que alborotaba las melenas se quedó en nada comparada con el erizamiento de vellos que provocó en la parroquia la fiesta pagana de Más es más, el concierto del vigésimo aniversario del álbum de Corazón partío. Era la noche del día de San Juan, posiblemente la más sensual del año, y nadie se fue insatisfecho.
“Mi nombre es Alejandro Sanchez Pizarro, nací en Madrid y Cádiz, y crecí en medio mundo. No tenía otro plan para esta noche del 24 de junio, y no se me ocurre mejor plan para los próximos 20 años, que seguir cantándoles a todos ustedes”. Así, como un principiante que canta el currículo. Como si el respetable no se conociera de pe a pa su biografía y hasta la última sílaba de la última estrofa de su última canción, se presentó el artista, tres cuartos de hora más tarde de lo previsto, como la novia que se hace esperar sabiendo que hasta que no llegue no empieza la boda. Y empezó con Hoy que no estás, acompañado de Dani Martín, el primero de los 22 artistas que concelebraron la ceremonia y que se iban sumando al coro según iban cayendo los salmos, perdón, temas, en un rosario que iba desgranando cuenta a cuenta los hitos de su carrera.
Pablo López, Laura Pausini, Antonio Carmona, Miguel Bosé, Pablo Alborán, Juan Luis Guerra, Bisbal, Vanesa Martín, una matadora Niña Pastori, que puso el corazón en vilo hasta a los ácaros con Cuando nadie me ve, y así hasta el final de una nómina que el respetable tuvo que adivinar por sus voces dado que las pantallas del concierto más ensayado de su vida, según dijo el propio Sanz, se durmieron en los laureles y no reflejaban más que el rostro de Alejandro, dejando a la imaginación del público la identidad de sus invitados. “No se ve”, le gritaba de vez en cuando como una sola voz el graderío. No se pudo hacer mucho. Pero daba igual. Se le perdonaba todo al artista esa noche que transcurrió en un continuo crescendo de emociones que culminó, exactamente, a las 23,34 con la interpretación colectiva a 50.000 voces del Corazón partío quizá más coreado de los últimos veinte años.
Canciones largas –cinco minutos y veintidós segundos dura nada menos ese himno sentimental para tres generaciones- que cuentan historias que remueven la fibra y que han hecho de Más, el disco más vendido de España con seis millones de copias. Y ahí estaba el firmante. Un hombre de 48 años con cara de niño y un cutis más terso incluso que cuando compuso el álbum, evidenciando que los señores también se cuidan, pero con las correspondientes dioptrías de vista cansada que corrige con las gafas progresivas que anuncia en la tele y que, coqueto, no sacó a escena. Un padre de mediana edad con cuatro hijos de adolescentes a bebés que le dan sus correspondientes alegrías y quebraderos de cabeza. Un artista en el apogeo de su carrera –acaba de ser elegido Personaje del Año por los Grammys Latinos- que cierra un ciclo y empieza otro, y que quiso celebrarlo a lo grande con sus amigos, como hacen tantos hombres y mujeres al verles las orejas al lobo de los 50. Un tipo, con todos los abismos de diferencia, que su público sigue viendo como a uno de los suyos y de ahí la adhesión incondicional que genera entre sus adeptos. Sanz, emocionado hasta las lágrimas cuando Niña Pastori le cantó a su Cai, se fue en gracia de los suyos. En el atrio del Atleti, donde tanto se sufre y tanto se goza por otros cielos e infiernos, 50.000 almas adolescentes, porque todos tenemos entre 15 y 20 años por dentro, entraron en trance y no despertaron hasta que evacuó el estadio como una sola persona. Y se fueron con esa sensación de las noches de solsticio en las que parece que todo es posible, aunque luego no pase nada o, peor, pase lo de siempre.
Babelia
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