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Crítica | Maudie
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La vida enmarcada

La directora irlandesa Aisling Walsh y su reparto afrontan el proyecto con una sensibilidad y una energía fuera de patrones

Ethan Hawke y Sally Hawkins, en 'Maudie'.

MAUDIE

Dirección: Aisling Walsh.

Intérpretes: Sally Hawkins, Ethan Hawke, Kari Matchett, Zachary Bennett.

Género: drama. Irlanda, 2016

Duración: 115 minutos.

“Toda la vida ya está enmarcada y está justo ahí”, dice Sally Hawkins, mirando por la ventana, en la piel de la artista outsider Maud Dowley, practicante de un arte naíf donde la realidad inmediata se sublimaba con colores vivos. Unos colores que, en definitiva, indicaban el punto de fuga de una vida condicionada por una temprana artritis reumatoide, que deformaba el cuerpo de la artista e iba convirtiendo sus manos en un instrumento cada vez más precario. Maud se casó con un pescadero aparentemente brutal, primitivo y sin atisbo de recursos sociales, cuya idea del arte se podría resumir en la frase que suelta cuando una galerista le pregunta si no le parecen bonitos los cuadros de su pareja: “¿Cómo podría saberlo? ¿Tengo pinta de mujer?”. Rechazada por su propia familia, separada de su hija recién nacida y refugiada, quizá en un movimiento desesperado, al amparo de una pareja sentimental con la que parecía componer un contraste tan marcado como el de Gelsomina y Zampano, Maud Dowley acabó convirtiéndose en foco de atracción local a través de sus postales artesanales y en figura de interés para unos círculos artísticos interesados en el primitivismo y la verdad del trazo surgido al margen de las academias.

Con este material biográfico de partida y dos actores (Sally Hawkins y Ethan Hawke) abocados a uno de esos trabajos de composición que obligan a quebrar la gestualidad natural, Maudie podía haber resultado un trabajo rutinario, lacrimógeno y manipulador, pero la directora irlandesa Aisling Walsh y su reparto afrontan el proyecto con una sensibilidad y una energía fuera de patrones. Lo que parece importar aquí, amén del contraste entre una cualidad lumínica de maestro flamenco y el estallido cromático de la pintura, es la resonancia emocional de cada pequeño momento y la elocuencia del gesto.

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