Cultura criminal
El éxito del vestido radica en su excepción y ahora ir bien es venir del vertedero virtual o real
Pero, ¿tan criminal como se dice? Los tráficos de mujeres, los alijos de drogas, los cargamentos de armas, los sobornos, las prevaricaciones de la Justicia, el infame comercio de refugiados, los campamentos de podredumbre humana, sin agua ni medicinas, la gran letrina universal… ¿Hay algo más moderno que el infierno? Los sones del Apocalipsis han soltado sus bufidos de mal, antes de que sobreviniera el glorioso y previsible fin del mundo.
¿Pruebas? Desde hace unos veinte años dejó de ser chic la ropa elegante o bien planchada mientras la triste ropa de los pobres y vagabundos, empezó a ser cool. Primero fue la astrosa cultura del grunge pero pronto, como una significativa epidemia de peste, la broma se convirtió en una insignia que ya carga la superficie del rostro social. Grupos de cantantes y de sus fans aparecían en escena con ropas tomadas de los márgenes del sistema y tanto los presos como los pobres, toda la ferviente producción de hez social, fueron convirtiéndose en visibles señales del mercado.
¿Gusto por la miseria? ¿Revaluación del desperdicio? Los reciclajes fueron su consecuencia técnica pero también la moda halló su gran oportunidad. "Its terrible to say, but very often the most exciting outfits are from de poorest people”, declaraba Christian Lacroix en Vogue (Nueva York, abril 1994). El periodo del lujo se asociaba a la miseria de la explotación criminal.
Y se da el caso, incluso, de que refiriéndose a la cultura del vestido, los desgarrones, las manchas, las costuras asimétricas o cosidas del revés, las torceduras forzadas han reproducido el quehacer de los siniestros talleres carcelarios y dirigidos por condenados. Valen las prendas en la medida en que la pena del encarcelado es mayor y su delito más horrísono y la cárcel más inhumana.
Cultura de la delincuencia y la muerte. Glamour de la corrupción. Smokings, glows, pailletes, constituyen la parte caduca sobre el tedioso color de las pasarelas. La elegancia, por el contrario, se halla incrustada en lo desharrapado de la composición. Sin afeitar, sin abrochar, sin combinar. El éxito del vestido radica en su excepción y ahora ir bien es venir del vertedero virtual o real.
La inflación de productores textiles, su burbuja, ha llevado a vender un polo por 5 euros y una falda por 6. ¿Es esto la distinción? Los pordioseros, los vagabundos, se visten ahora correctamente en las perchas de H&M, Zara o Primark, mientras los ricos escogen sus mejores ropas entre los muestrarios más característicamente desaliñados. Cultura de la catástrofe transmutada en signo distintivo. Estilo del delito como signo actual de dominación. ¿Cultura criminal? ¿Qué otra cosa cabría esperar?
Babelia
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