La sonoridad vacía de Flor de Jara
Juan Miguel cortó una oreja a cambio de una voltereta a una novillada mansa, descastada y sin clase de Santa Coloma
Qué nombre más sonoro el de Flor de Jara, qué musicalidad al oído, qué buena vibración desprende; son tres palabras con ritmo, compás y empaque; qué bonito, por ejemplo, sería el título del marquesado de Flor de Jara, o la pura miel del mismo nombre, o el sofrito de tomate, pimiento y cebolla. Es un apelativo comercial que vende todo aquello que pretenda anunciar.
Flor de Jara es el nombre de la ganadería antigua de Buendía, después conocida como Bucaré, hasta que la compró su actual propietario, toda ella de procedencia Santa Coloma. Flor de Jara encierra ilusión de toros de bonita presencia, bravos y encastados, y la esperanza de una tarde de toreo grande cuando el resto del mundo está pendiente de un partido de fútbol.
Pero está visto que la publicidad no tiene por qué coincidir con la realidad. Los novillos que envió el ganadero a la feria de San Isidro lucían una procedencia muy pomposa, pero tuvieron un problema: los seis estaban durmiendo la siesta cuando sonaron los clarines y timbales. De otra forma, no se entiende que echaran por tierra el buen nombre de su dinastía y protagonizaran un comportamiento de una ganadería de tercera y de apellido tan común como humilde.
No se puede pertenecer a la familia de Flor de Jara y ser tan sosos de salida (recién despertados de la siesta), tan mansos en los caballos, tan desorientados en banderillas y tan parados y sin alma en la muleta; y tan flojos de remos, para rematar. En un palabra, mucha raigambre en el nombre, pero vaciedad absoluta de fortaleza y de casta. Está claro que nadie es perfecto.
FLOR DE JARA / JUAN MIGUEL, MARCOS, SÁNCHEZ
Novillos de Flor de Jara —el tercero, devuelto, y sustituido por un sobrero de Dolores Rufino— correctos de presentación, muy mansos, sosos y descastados. El sexto hizo una buena pelea en varas.
Juan Miguel: dos pinchazos, pinchazo hondo, dos descabellos y el novillo se echa (silencio); estocada (oreja).
Alejandro Marcos: tres pinchazos y estocada (silencio); media tendida, dos descabellos —aviso— y dos descabellos (silencio).
Ángel Sánchez: estocada (ovación); metisaca, dos pinchazos y casi entera (silencio).
Plaza de Las Ventas.Vigésimo cuarto festejo de feria, 3 de junio. Tres cuartos de entrada. (18.432 espectadores).
La salida del primero ya fue un aviso para navegantes. Lo esperaba Juan Miguel en el centro del ruedo, de pie, con el capote en las manos; y hasta él llegó el novillo con andares titubeantes y accedió a embestir en dos tafalleras como quien hace un favor. Y ahí acabó su número. Los demás siguieron el guion previsto, como si vinieran con una estrategia marcada por el entrenador en el vestuario. Una birria, vamos; pura basura ganadera, imposibles para el triunfo de tres chavales que hicieron el paseíllo con la ilusión a flor de piel —no de jara— y la esperanza de un triunfo que los lanzara al estrellato.
Juan Miguel cortó una oreja al cuarto, pero que nadie se engañe: fue el regalo que le hizo el público facilón al muchacho tras una impresionante voltereta que lo dejó conmocionado. El novillo se lo echó a los lomos y el torero cayó al suelo de cabeza, de muy mala manera. Se recompuso pronto por la vida que encierra la juventud y lo mató por derecho y en lo alto y paseó el trofeo. Torear, lo que se dice torear, ni un pase porque el novillo no se lo permitió.
Más recorrido tuvo, quizá, el primero, al que muleteó con facilidad y sin la pasión que se le supone a los que empiezan. Dio la impresión de que se conformó con el silencio de la plaza; le faltó darse importancia aunque su oponente no la tuviera.
Alejandro Marcos solo pudo demostrar que le adornan maneras que pueden desembocar en algo más que en un aspirante a torero, pero no pudo pasar de voluntarioso y entregado ante un lote infumable por su corta embestida, su total sosería y ausencia de casta brava.
Y el tercero en discordia, Ángel Sánchez, se encontró, primero, con un sobrero manso de solemnidad que embistió poco, pero noblemente, en el tercio final y le permitió esbozar algunos muletazos con empaque. Su subalterno Iván García se lució ampliamente en el tercio de banderillas con un segundo par sensacional, el mismo torero que ante el sexto mostraría una lidia perfecta con el capote.
El novillo, que había acudido con alegría dos veces al caballo, hizo albergar las mejores esperanzas, que se diluyeron a medida que el torero le mostraba la muleta con resuelta intención de torearlo con temple y gracia. Lo consiguió solo en algunos momentos porque la falta de empuje del animal no contribuyó al triunfo. Lo intentó de veras ante un público cariñoso que cantaba cualquier detalle, pero no fueron suficientes para sacar los pañuelos. Además, mató muy mal.
Babelia
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