Los ritmos aplastan, las palabras remachan
Run The Jewels se erigieron en protagonistas del tramo nocturno de la segunda jornada del Primavera Sound
A falta de Frank Ocean, protagonista de una “espantá” que no resulta desgraciadamente inhabitual entre las estrellas de su perfil que han de venir desde Estados Unidos, el protagonismo de la segunda noche del Primavera Sound había de recaer casi por completo en The xx, el trío británico que después, por medio de uno de sus miembros, Jamie xx, ocuparon el estrellato de la jornada nocturna. Y a tenor de la concurrencia y de sus caras, termómetro infalible para dirimir el alcance de una actuación, salieron más que bien parados. Incluso podría decirse que a pesar de lo escasamente atractiva que fue la sesión de Jamie xx, su éxito apelando a las ganas de baile de la concurrencia, fue notable. Pero en el otro escenario principal, Run The Jewels aplastaron a la concurrencia con un soberbio concierto de hip-hop para el que no necesitaron ningún despliegue visual, solamente palabra y unos ritmos que de tanto retumbar eran poco menos que intimidantes. La palabra es tan vieja como efectiva.
Se dice que la música sin espectáculo visual para grandes masas no cabe en el siglo XXI. Igual es verdad, pero a Run The Jewels les basta con colocar un puño y una mano haciendo de pistola en lo alto del escenario – la imagen de su tercer disco- para que su espectáculo esté listo. Bien y ellos dos, El P y Killer Mike, dando vueltas bastantes metros debajo de ambos símbolos escupiendo sus ferocidades mientras un ritmo basado en graves elásticos les hacía las veces precisamente de eso, de cama elástica sobre la que hacer botar las palabras. Su concierto, seguido por una multitud de aplastante mayoría anglosajona que en ocasiones duchaba con sus cervezas al público cercano —es que se ponían muy contentos y perdían la noción del equilibrio de los fluidos, nada grave— hubo de reponerse a un contratiempo, ya que sonando Blockbuster Night, Part 1 un pitido muy agudo precedió a la pérdida absoluta de sonido. ¿Problema?, ninguno. El trío se quedó en escena haciendo monerías y el público aguantó hasta que en breves minutos se solucionó el problema.
Y Run The Jewels aplastaron al personal. Incluso los más cansados, aquellos que ocupaban una grada bajo un luminoso que orgullosamente, y con un espíritu pelín pueblerino, dice “Created In Barcelona”, eran incapaces de sustraerse al ritmo de la actuación. No fue, como corresponde, nada sutil, pues temas como Close Your Eyes (And Count To Fuck), Early, Down o la final Run The Jewels no están concebidos como lenitivos, sino como azotes, como sacudidas a unas conciencias aborregadas y hedonistas que en pleno furor de estupidez, peinados, trapitos, poses y consumo, parecen pedir a gritos un calambrazo. Eso fue el concierto de Run The Jewels, un calambrazo, un bofetón con toda la intención del mundo, una furibunda muestra del poder de la palabra en tiempos digitales. Un blanquito y un negrazo unidos por la mala leche.
Claro, después de esto ponerse a escuchar la musiquilla bailable de Jamie xx no era de prescripción razonable. Sí para otra multitud, quizás volvían de cenar, o tras el pop pálido, amable, de habitación de estudiante atribulado de The xx, habían ido a dar una vuelta por el recinto saltándose a Run The Jewels, pero el caso es que ahí estaban. Incluso había personas que dormitaban cerca del escenario, aovilladas como gusanos de seda, que volvieron a la vida con los ritmos amables, redondos y algodonosos de Jamie, oficiando como sacerdote del baile allí arriba, más solo en el escenario que el cobrador del frac en un barrio pijo. Poco que ver con el concierto que había protagonizado junto a sus dos compañeros un par de horas antes, un concierto solvente, de claroscuros y de un pop que huye de la efusividad como los colores de su escenario, que transmitía sensación de penumbra. Canciones como Infinity dieron pauta de lo que es su propuesta, temas que arrancan llorosos, introspectivos, dolientes, y van creciendo hasta hacerse, sin pasarse, bailables. Es música de otra época puesta al día.
Pero para música de otra época, de la suya concretamente, en la que siguen viviendo felices como una groupie de gira, lo de Front 242. Lejos de Mordor, en la explanada de entrada al festival, tuvieron el escenario donde mostrar su electrónica industrial y cartesiana donde todos los ritmos, palabras y arreglos tienen ángulos rectos. No hay sutilezas tampoco, las cosas son como son, y los martillos neumáticos, fresadoras y prensas producen el sonido marcial que producen, el del corazón maquinal de una era aún predigital como los años ochenta en los que se significaron estos belgas. Como remate pudo verse en el escenario cercano, el más próximo al mar, el pase de Flying Lotus, que se antojó estéticamente más pobre y sonoramente menos beligerante que el de su última estancia en el Sonar. Pero no fue una mala propuesta para cerrar la segunda noche de un festival que ya pensaba en la traca final de la tercera jornada.
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