Ser torero
Intente usted vivir una tarde sintiéndose como los diestros en Las Ventas
Inténtelo. No importa si es Usted villamelón o incluso, anti-taurino: intente Usted vivir una tarde sintiéndose Torero: superar toda forma del miedo con la serena convicción de que las técnicas que ha aprendido en sus arduas horas de formación anteceden ahora la posibilidad de cuajar un instante de arte puro; hablar a solas con la Muerte y además intentar entender la secreta geometría con la que nos embisten los avatares variados de todos los días, la distancia desde la que se arranca de lejos la mujer más bella del mundo, la sincronía en la embestida de las calumnias que pretenden rompernos el alma y la espumosa coreografía con la que se redacta un párrafo, sin miedo, entregándose con total honestidad ante el peso de las palabras e hilando las sílabas con las yemas de los dedos como quien hace un caracol de tela rosa al tiempo que se enrosca en la cintura el bulto negro de las sombras que pesan más de media tonelada.
En torero estuvieron los tres alternantes del día de hoy en Las Ventas, aunque sólo dos de ellos tocaron pelo llevándose una oreja cada uno en sus respectivas espuertas. López Simón estuvo cerca de romper el maleficio que le acompaña desde hace varias tardes y en no pocos muletazos de gran calidad, y sobre todo, de rodillas en gran alarde de temple hincado con valor a toda prueba, logró los Olés que lo habían consagrado hace varias temporadas. Digamos, que faltó sincronización, no sólo con las distancias que presentaron sus toros en la lidia, sino con la delicadísima intolerancia de la andanada siempre latosa.
Vestido de plomo y oro, con pasamanería mexicana de cruceta, Miguel Ángel Perera vino en torero desde que desplegó su capote en delicados lances a la altura de su propia estatura y en el quite que podríamos llamar Cinco en Uno al toro Cantapájaros de 640 kilos de Victoriano del Río, donde propinó una Chicuelina que se convirtió en Tafallera que pasó a ser Afarolado para echarse e capote a la espalda y luego, Caleserina para volver a utilizar la capa como delantal que se abrió en una hermosa Revolera. Pero lo mejor, fue verlo en torero puro con la muleta en una faena que emocionó y que subrayó el inmenso contagio que siente cualquier testigo ante la rara trigonometría de citar-templar y mandar para entonces girar en un palmo de arena y fincar una faena que podría haber sido de dos, y quedó clamorosamente en una oreja.
Quiso el azar que apareciera un retrato de Tito Sandoval, inmenso picador de la cuadrilla de López Simón, en el Programa de Mano de la corrida de hoy, en la que sin guión previo se dio el milagro de que un hermoso castaño chorreado de 649 kilos llamado Cojito recibiera por parte de Tito dos buenos puyazos (provocándole un tumbo en el primero de ellos) y que la plaza entera puidera por fin ovacionar a un hombre vestido con oros, caballero en plaza con la vara en ristre… que también demostró ser Torero.
Permítanme entonces alargarle un párrafo a lo que hizo Andrés Roca Rey con un manso encastado, de nobles embestidas combinadas con constantes ganas de huir por el primer portón, que se llamó Beato, quizá nieto de aquél santo bovino con el que se despidió gloriosamente de Las Ventas el torero intelectual llamado Luis Francisco Esplá, vestido casi igual que como se vistió hoy Roca Rey con sus 19 años de sapiencia y paciencia, tesón y arrojo, profesionalismo y temple, serenidad y belleza, arquitectura y ganas, valor y pundonor, pensándole cada cite al mal-llamado Beato de 639 que no era ningún santo, que huía para luego intentar herirle… y repito: inténtelo Usted y arriesgue la oportunidad mañana mismo de intentar lidiar con sus asuntos no con el tedio de la cotidianidad mediocre, sino con el alma, la piel, la imaginación y toda la voluntad puestas en la apuesta de sentirse Torero.
Babelia
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