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Crítica | Clash
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El furgón político de Egipto

Con un escenario único, un camión de detenidos, y manteniendo un escrupuloso punto de vista, el director logra dar voz a miembros de toda facción política y religiosa

Fotograma de la película 'Clash', de Mohamed Diab.
Javier Ocaña

CLASH

Dirección: Mohamed Diab.

Intérpretes: Nelly Karim, Hany Adel, El Sebail Mohamed, Mahmoud Fares.

Género: drama. Egipto, 2016.

Duración: 97 minutos.

El microcosmos de un país, en el interior de un furgón policial. Pocas veces una metonimia, sin forzar la verosimilitud de las situaciones que llevan a ese enclaustramiento forzado, ha sido tan efectiva. Porque, aunque ya lo experimentó Alfred Hitchcock al introducir en un bote salvavidas a todo un mundo en guerra mundial en la fundamental Náufragos (1944), Mohamed Diab, director de la película egipcia Clash, convierte su relato en una experiencia que traspasa la pantalla para alcanzar los nervios del espectador.

Tras la Revolución Blanca, durante la Primavera Árabe de 2011, y la caída de Hosni Mubarak, los hermanos musulmanes de Mohamed Morsi ganan las elecciones de 2012 y la ley islámica gana terreno, mientras los militares amenazan con un nuevo golpe de estado. Se llega a 2013 en una situación de caos político, y a un día a día de múltiples manifestaciones de los distintos bandos enfrentados, que degeneran en violentos enfrentamientos cercanos a una guerra civil. Es ahí donde Diab, con un escenario único, como Hitchcock, y manteniendo un escrupuloso punto de vista, compone su película, logrando introducir en un camión de detenidos a miembros de todas las facciones políticas y religiosas enfrentadas, incluso a un militar para completar el panorama de lucha, resquemor y odio. Con un magnífico uso del sonido, el montaje y los colores, con los punteros láser y su uso como fascinante espectáculo del terror guerrero, Diab articula una obra más física que analítica, en la que siempre ganan las sensaciones en detrimento del examen dramático.

Porque, aunque se supone que el humanismo acaba uniéndoles en medio de la debacle, la película no llega a alcanzar el retrato individual de personajes ni el de grupo, más allá del brochazo estereotipado, y los elementos humorísticos, introducidos con calzador para desengrasar el tono grave, están al borde del sonrojo.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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