Juan Cruz defiende con pasión el periodismo bajo la tormenta
El escritor presenta ‘Un golpe de vida’, un relato autobiográfico y melancólico sobre el oficio de informar con aroma a despedida
El infierno, para Juan Cruz, es una página en blanco, un lugar donde no hay noticias ni se escucha la radio. Es decir, donde no existe el periodismo. El escritor y periodista, de 68 años, dice que ha llegado a ese momento en el que uno ha de afrontar un último repecho, la cuesta de la jubilación, que lo aleja de lo que tanto ama y no quiere dejar ir. Su último libro, Un golpe de vida (Alfaguara), es la historia de un hombre aferrado a la existencia y a la máquina de escribir como una prolongación de aquella. “No te rindas aún compañero. No digas que no sigues; hasta que arda la mesa estate ahí. Esto no se acaba, ya verás”, se dice a sí mismo.
Cruz, adjunto a la dirección de EL PAÍS, hizo ayer durante la presentación de la obra en el Círculo de Bellas Artes de Madrid una defensa apasionada del oficio en un momento en que sobre los periódicos se han posado nubarrones, algunos ganados a pulso y otros clara y deliberadamente maliciosos. “Hay quien dice que EL PAÍS ya no es lo que era. Llevo oyendo eso desde el 85, desde el referéndum de la OTAN. Hace unos años, un señor trotskista decidió crear un periódico y decir que estaba a la izquierda de la izquierda y así situarnos inmediatamente en la derecha”, argumentó durante un coloquio con los novelistas Luis Landero y Julio Llamazares que moderó la periodista de este diario Luz Sánchez-Mellado.
Rigor y trabajo
El escritor, nacido en Puerto de la Cruz, el pequeño pueblo de Tenerife en el que fue un niño asmático que leía con fervor todo lo que le caía en las manos, enfatizó la importancia de que el periodismo se ejerza con rigor y entusiasmo. “El periodismo te tiene que agarrar trabajando ¿Estamos deprimidos? Yo estoy deprimido cuando no me encargan nada. La seducción empieza por nosotros mismos. Si vas al periódico y no estás seducido por la profesión no vas a seducir a nadie”, dijo.
Cruz cerró filas en torno a su periódico, este, en el que trabaja desde su fundación y al que volvió en 2005 tras haber sido director editorial de Alfaguara. “Claro que hago autocrítica, pero donde corresponde. En los órganos internos, de puertas para dentro. Nunca me han gustado esos que van entre las mesas hablando del trabajo de otros y se ponen a salvo del rumbo del periódico. ¡Como si ellos no trabajaran ahí!”.
La excusa para hablar de todo esto fue Un golpe de vida, una historia que arranca con la llegada de Juan Cruz a un castillo del siglo XV en la región italiana de Umbría, un lugar acondicionado para que vivan en él escritores y artistas. Cruz se siente joven en esta abadía silenciosa, en este retiro artístico y existencial, aunque en realidad ha ido hasta allí como “un jubilado español” que quiere reconstruir su vida. No es una forma de hablar. Había firmado la prejubilación hacía poco y de repente se sentía como el John Wayne al que entrevistó Joan Didion, a punto de quitarse el sombrero. Se enfrasca entonces en una batalla que no puede ganar (“ir contra el tiempo”), la del informador que se resiste a dejar el oficio, una pelea que ya lidiaron otros grandes de la profesión como Carlos Mendo.
El milagro, para Jorge F. Hernández, el autor mexicano que cruzó el charco para asombrarse de que la gente le grite con igual pasión en los cafés que en El Corte Inglés, es que alguien logró encerrar a Juan Cruz en una torre y ponerlo a dialogar consigo mismo. "¡Carajo!", celebró Hernández con ese humor tan de Jorge Ibargüengoitia.
De ahí nace un libro intimista —“el más verdadero que he escrito en mi vida, lo que más me ha dolido escribir”, concedió su autor— que lo iguala con otros grandes maestros del periodismo. Hernández lo comparó con A. J. Liebling, cronista de boxeo que acabó siendo un magnífico corresponsal de guerra por una sencilla razón: puede que alguien escriba mejor, pero no tan rápido, y si alguien escribe tan rápido seguro que no escribe mejor.
El tono es a menudo sosegado y contenido, como si el espíritu del castillo silencioso en el que lo escribió descalzo hubiera dejado su huella. Pero entonces toca hablar de los que ya no están. Amigos, maestros, compañeros de vida y oficio... Ahí desfilan Feliciano Fidalgo, Eliseo Alberto, Lichi, Manuel Leguineche o Manuel Vázquez Montalbán. Este último murió en 2003 de un ataque al corazón en el aeropuerto de Bangkok mientras corría hacia la puerta de embarque. “Hubiera dado mi respiración por haberlo encontrado aquel día feroz de Bangkok para ayudarle a llegar a la puerta por la que nunca llegó a salir”. Cruz cuenta cómo Vázquez Montalbán dejaba caer que ya no lo querían o lo habían olvidado en el periódico —el miedo de cualquiera que se dedique a esto— y él lo abrazaba porque sabía que estaba en el repecho y no había que dejarlo solo. Justo donde él está ahora.
Entre el estallido de las redes sociales y la crisis de los medios
La celebración del periodismo que hace Juan Cruz entra en el terreno de las tinieblas cuando comprueba en lo que se ha convertido el oficio, al menos parte de él, tras la crisis de los medios de información, el auge del populismo y el estallido de las redes sociales. “A menudo, las ocurrencias, las verdades alternativas, la crisis por el insulto y la burla, alentados en redes sociales, están siendo algo habitual”, le secundó Luis Landero.
Cruz, quien es un tuitero habitual, ha comprobado con horror la mezcla de géneros periodísticos que se vive en la Red, la primacía de la opinión sobre la información de los redactores, como si todo el mundo fuera columnista, y libra esa batalla él mismo en las redes, donde polemiza, replica y es embestido a menudo con saña.
En su intervención citó a uno de los más grandes: “Para mí, Camus ha sido un ejemplo en la escritura de lo que yo quisiera en la vida. Creo que la reclamación de la humildad con respecto a las ideas propias y la confrontación de los otros. Acostumbramos a creer que nuestro papel en la vida es elegir entre el bien y el mal”.
De él, Miguel Ángel Bastenier, el legendario periodista fallecido recientemente, solía decir: “Con Juan no me iría a una isla desierta, pero si abriera un periódico sería al primero al que contrataría”. Claro; podría hacerlo todo él solo.
Babelia
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