Censurando a Lou Reed
Los pudores de lo políticamente correcto también han alcanzado a 'Walk on the Wild Side'
Todos los artistas llevan su piedra de molino: el tema que les identifica ante el gran público. Tiene algo de bendición y mucho de maldición: en la jerga del show business anglosajón, lo llaman el “albatross”, el equivalente del pájaro muerto colgado del cuello como penitencia, según la leyenda marinera.
Para Lou Reed, el albatros era Walk on the Wild Side (1972), su evocación del bestiario de The Factory, aquellas llamativas criaturas atraídas por Andy Warhol. Lou pudo terminar detestando la canción pero era inevitable cuando se le mencionaba en radio o TV. Cierto que para el oyente atento también supuso un triunfo de la liberación sexual, un gol que se coló a los biempensantes: sonó incluso en la pudibunda BBC, a pesar de tratar de transexuales, chaperos y felaciones. Su misma forma transmitía lubricidad, desde el sinuoso inicio del contrabajo al saxo con vaselina que cierra el tema.
Se podía pensar que semejante hazaña, dar visibilidad a minorías marginadas, convertía a Lou Reed en una especie de héroe para el movimiento. Hablamos del Lou que, a mediados de los setenta, no escondía que salía con Rachel, travesti de origen latino que aparece incluso en la portada de su primera recopilación en RCA. El Lou que, en 1989, se hacía eco de la devastación causada por el sida en Halloween parade, en referencia al anual desfile gay en el Greenwich Village neoyorquino.
Pues va a resultar que no. Hace unos días, desde la University of Guelph, en Ontario (Canadá), Lou fue acusado de “homófobo”. En un acto de la Asociación de Estudiantes había sonado su Walk on the Wild Side. Alguien se sintió ofendido y los organizadores se apresuraron a humillarse: fue “un error de juicio”, fruto de la “ignorancia” de la persona que seleccionó la música de fondo.
¿Mande? Sí, había resultado “hiriente” para la comunidad LGBT. No por los brochazos con que Lou describía las trayectorias de Candy Darling, Holly Woodlawn y compañía (que, en vida, manifestaron orgullo por figurar en la canción). Había objeciones al mismo concepto: si se aceptaba que interactuar con personas trans equivalía a “pasear por el lado salvaje”, se estaba deshumanizando al colectivo, lo que suponía una retórica “problemática” y “peligrosa.”
Tomen nota. Un ejemplo de como una idea positiva —el cuidar el lenguaje, para evitar automatismos racistas o sexistas— puede desembocar en censuras, con la excusa de las “microagresiones.”
Iba a decir que es una lástima que Lou Reed ya no esté con nosotros: habría respondido con la furia que reservaba a los idiotas. Ni siquiera se hubiera molestado en explicar que el título conectaba con la novela de 1956 de Nelson Algren (Un paseo por el lado salvaje, en la traducción de Galaxia Gutenberg). Y también con la versión cinematográfica de 1962, aquí estrenada como La gata negra.
Pero no. La verdad, la pura verdad, es que Lou también se contagió del virus de lo “políticamente correcto”. A principios de siglo, enmendaba el verso que precede al estribillo de Walk on the Wild Side. Donde antes decía “and the colored girls go”, simplemente se comía la palabra “colored”. Muy intrigante: ¿era insultante sugerir que las coristas solían tener piel morena? ¿Suponía caer en un estereotipo racial? Lo dudo: bien satisfechas están las que aparecen en A 20 pasos de la fama, el oscarizado documental de 2013.
Babelia
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