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Fallece a los 95 años el filósofo alemán Karl-Otto Apel

Colega de Habermas, el pensador fue uno de los teóricos más influyentes de la llamada Escuela de Fráncfort

El filósofo Karl-Otto Apel retratado el 30 de noviembre de 1965.
El filósofo Karl-Otto Apel retratado el 30 de noviembre de 1965.Fritz Fischer (AP)

El nombre de Karl-Otto Apel (1922-2017), fallecido el pasado lunes en la localidad de Niedernhausen (centro-oeste de Alemania) a los 95 años según ha confirmado este martes su familia, resulta inseparable de la Escuela de Fráncfort. Él y Jürgen Habermas forman parte de lo que se ha dado en llamar la segunda generación de ese centro. Escuela de Fráncfort es el nombre popular del Instituto de Investigación Social, fundado en 1923 y en el que se integraron filósofos como Theodor W. Adorno, Herbert Marcuse, Max Horkheimer, Erich Fromm y algo más tarde y desde la distancia, Walter Benjamin. El nazismo supuso su dispersión. Su pensamiento, de raíz hegeliano-marxista, pasó a ser denominado “teoría crítica”, ante los problemas que en Estados Unidos suponía el término “marxista”. Después de la Segunda Guerra Mundial, el Instituto recuperó su vitalidad en torno a Habermas y Apel. Ambos han trabajado en lo que se ha dado en llamar “ética del discurso” o “acción comunicativa”. La parte central de sus trabajos, sobre todo en las últimas décadas del pasado siglo, pretende dejar claro que la democracia empieza en el lenguaje. Es la igualdad comunicativa lo que facilita la igualdad en la capacidad de decisión, es decir, la participación en una ética colectiva de aspiración universalista. Ambos coinciden mucho, pero no siempre, como muestra el curioso volumen de Apel (Siglo XXI, 1994) titulado Pensar con Habermas contra Habermas.

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Nacido el 15 de marzo de 1922 en Düsseldorf, estudió filosofía en Bonn y se integró en la docencia, primero en la Universidad de Maguncia, luego en la de Kiel y, finalmente, en Fráncfort. Hasta ese momento, sus trabajos mostraban una clara influencia de la hermenéutica heideggeriana pero también de la obra de Ernst Cassirer. Ambas vías lo llevaron hacia sus dos preocupaciones principales: el lenguaje y la ética. Y la relación entre ambas.

El lector castellano dispone de una traducción excelente (realizada por Adela Cortina, Joaquín Chamorro y Jesús Conill) de una de sus obras principales: La Transformación de la Filosofía (Taurus).

Buena parte de sus tesis se hallan sintetizadas en un texto incluido en la obra dirigida por Raymond Klibansky y David Pears y patrocinada por la Unesco, La philosphie en Europe, que Apel tituló con una pregunta: ¿Es posible una ética universalista? La respuesta es, desde luego, positiva, lo que no implica que dé receta alguna. Apel parte de la propia idea de Europa. Pese a que se haya podido dar un pensamiento que se pretendía universal, criticado como eurocentrista, hay que reconocer que las críticas a ese eurocentrismo se hacen inevitablemente desde las aportaciones europeas que defienden el universalismo de los derechos humanos y la igualdad. Hay, sostiene, una afinidad interna entre la tradición del pensamiento europeo y su universalismo que se expresa en lo que el propio Apel y Habermas llamaban la ética del discurso. Tras revisar las críticas a una posible ética universal de autores como Foucault o Lyotard, defiende que en el presente tiende a una ética pluralista y axiológicamente universal.

El papel de la comunicación resulta crucial. La capacidad de decisión del hombre se produce en la medida en que reconoce al otro como libre e igual y acepta debatir con él desde la racionalidad. Como ha señalado el actual director de la Escuela de Fráncfort, Axel Honneth, al final se vota, pero antes es imprescindible el debate; el reconocimiento de que el lenguaje es un lugar de encuentro, confrontación y acuerdo. Entiéndase bien: el lenguaje, no el idioma.

Apel y Habermas inician el reencuentro del marxismo con Kant, oscurecido durante unos años por la potencia de Hegel. En Kant, Apel (siguiendo la estela de Cassirer) encuentra un camino que da vía libre a una ética de voluntad universal. O, cuando menos, a la posibilidad de superar el mero subjetivismo. No era tarea fácil porque su obra coincide en el tiempo con el espíritu relativista defendido por los posmodernos y también, con la crítica mucho más fuerte encabezada por Foucault. De hecho, no puede decirse en serio que Apel haya triunfado en sus intentos universalistas, pero sí ha logrado que esa pretensión no esté sepultada. De hecho, ya Descartes intuyó que una ética universal era problemática y aceptó regirse por una moral provisional, pero no renunció a la posibilidad de una moral válida para todos. Es decir, decidió no renunciar a la idea del bien y a la idea del mal. En eso andaba también Apel.

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