Bardem: “Los clásicos de Disney me parecen muy crueles”
El actor interpreta al nuevo villano de la saga ‘Piratas del Caribe’, que se estrena el 26 de mayo
Suena una música armoniosa que induce a una irrefrenable felicidad, solo interrumpida por la lluvia, breve pero torrencial, y por los controles de seguridad en la entrada, imperativos en un país que sigue en estado de emergencia. Niños dopados con azúcar corretean por los pasillos de este hotel de estilo Nueva Inglaterra, pero ubicado en la periferia parisiense, cuya clientela parece esencialmente compuesta por familias heterosexuales con dos retoños. ¿Qué hace un chico como Javier Bardem (Las Palmas, 1969) en un sitio como Disneyland París? El actor promocionaba allí este domingo su última película, Piratas del Caribe: La venganza de Salazar, que se estrena el 26 de mayo. En la quinta entrega de la saga, Bardem se mete en la piel del aterrador Armando Salazar, líder de una armada de fantasmagóricos marineros. Su personaje es un cruce de criatura mitológica y presencia espectral en una pintura negra de Goya que aspira a vengarse del hombre que lo humilló, Jack Sparrow, a quien vuelve a interpretar un Johnny Depp con aires de Buster Keaton.
Pregunta. ¿Qué le impulsó a aceptar esta oferta?
Respuesta. Cuando te ofrecen algo así, son muchas las razones para decir que sí. Y una de ellas es financiera. Te pagan bien, lo que te permite rodar cosas como Escobar [su próxima película, con Fernando León de Aranoa] o lo nuevo de Asghar Farhadi durante un par de años. Pero también tienes que encontrarle un sentido y un valor artístico…
P. ¿Cómo lo consiguió?
No hay persona sin dolor. El dolor es lo que nos hace personas
R. Partí de la rabia del personaje. En esa época, la armada española era casi invencible. La mayoría de capitanes eran hombres del sur, con un sentido del orgullo muy pronunciado. Me vino a la cabeza la idea de un toro herido, con la banderilla clavada y la boca llena de sangre. Con la mirada llena de ira y el dolor mental y físico que esta suele provocar. Lo que pasa es que luego ruedas con el maquillaje puesto y con un fondo azul. No sabes muy bien cómo quedará. Trabajas un poco en la oscuridad.
P. No le ha salido un concierto de histrionismo y efectos especiales. También hay una verdad y un dolor.
R. Era consciente de estar trabajando en una película con reglas determinadas. O las respetas o te quedas fuera. Esta es una película Disney para chavales. Hagas lo que hagas, debe tener música. No es No es país para viejos, que era pura sequedad. Pero, dentro de esos márgenes, intentas darle un sentido de la realidad. Así, cuando gritan “¡acción!”, lo que haces tiene un sentido para ti, aunque haya diez cámaras rodando y 12 barcos con esloras de centenares de metros a tu alrededor.
P. En su trabajo, ¿suele ir a buscar ese dolor?
Nada en nuestra casa recuerda a nuestros hijos que somos actores
R. Sí, es una de las preguntas que me hago. No hay persona sin dolor. El dolor es lo que nos hace personas. Esa gente que no se ve afectada por nada me parece poco de fiar… [risas].
P. También parece reinventar el clásico eurovillano del cine de Hollywood, como ya hizo en Skyfall.
R. No hay nada que no se haya hecho antes y mejor, pero intentas darle un mínimo detalle de tu personalidad o de tu punto de vista. De ahí surgió la idea de darle un sabor del sur, mezclada con rasgos de rey desposeído, a lo Ricardo III. Pero repito que nunca sabes cómo te va a quedar, porque luego llega un montador de Oklahoma y se pone a cortar a su gusto.
P. Es su primera película para un público familiar. ¿Por qué ahora?
R. Bueno, cuando la vi el otro día me dije que, de público familiar, ¡unos cojones! [risas]. El principio da un poco de susto, hasta que aparece Sparrow y se pone más graciosa. Supongo que tiene que ver con el hecho de ser padre. En algún momento te dices que quieres que tus hijos la vean. Ya estuve en el rodaje de la cuarta parte [donde aparecía Penélope Cruz] y pude ver la calidad y la atención al detalle que manejaban.
P. Será la primera vez que sus hijos entiendan en qué consiste su oficio.
R. Sí, porque no han visto nunca nada. Y en casa tampoco hay nada que recuerde que somos actores. No hay pósteres ni nada de eso. No hay actor en el mundo que no piense, en un rincón de su cabeza, que actuar no es un oficio serio, aunque evidentemente lo sea. Te preguntas si quieres eso para tus hijos. Todavía estamos en esa mentalidad. Yo lo arrastro aun siendo hijo de actriz y sobrino de director. Este es un oficio volátil. Te preguntas si merece la pena. No es un trabajo de oficina donde te sientas, te pagan un sueldo y te vas a casa.
P. ¿Sus hijos ven películas Disney?
R. Sí, pero no las clásicas, que me parecen muy crueles. Yo mismo no vi los clásicos de pequeño. Solo recuerdo Bambi, pero me pasaron las partes más duras. ¡A mí se me censuró Bambi! [risas]. Pero las nuevas sí que se las pongo. Me parecen obras de ingeniería extraordinarias.
P. ¿No tuvo ningún reparo en trabajar para un imperio fundado por un hombre tan conservador como Disney, con valores ideológicos distintos de los suyos?
R. Todo es criticable, pero si criticase todo lo que se hace no existiría el mundo. El otro día estuve en el parque viendo el espectáculo de fuegos artificiales. Yo me decía: “Bueno, esto es Disney…”. Hasta que me giré y vi la cara que se les había puesto a los niños. Me dije que eso era impagable. La película está pensada para chavales, un público que nunca he tocado, que saldrán emocionados como solo los chavales saben emocionarse. Eso me parece importante, tanto como otras cosas. En las películas recientes de Disney veo valores bonitos y observo cómo afectan a los niños.
P. ¿Por ejemplo?
R. Buscando a Nemo. O Cars, la historia de un coche estrella que pierde su lugar en el mundo, hasta que su gente le vuelve a dar valor por quién es él y no por lo que representa. Si se me ocurre este ejemplo, supongo que es porque contiene una referencia personal…
Para interpretar el odio no necesito odiar a nadie. Solo cuenta la imaginación
P. ¿Cómo trabajó con Johnny Depp? ¿Es partidario de prolongar la enemistad fuera de la pantalla?
R. Yo separo totalmente las dos cosas. Soy de la creencia, inspirada por mi maestro, Juan Carlos Coraza, de que lo importante es la imaginación del intérprete. La imaginación es lo que nos distingue de los contables, sin que ser mejores ni peores. Para interpretar el odio no necesito odiar a nadie. Y menos a Johnny, a quien conocí en 1999, en el rodaje de Antes que anochezca. Llegó vestido de drag queen. Sin saber que era él, dije: “Vaya culo bonito”. Me respondieron: “No, Javier, que es Johnny Depp”. Me dio igual, seguía siendo un culo bonito. Igual que, casi veinte años después, Johnny sigue siendo un caballero. Es un espectáculo verlo trabajar. Me consta que es un tío generoso y cuidadoso de la gente. El resto no es asunto mío.
P. Entonces, lo vivido por un actor no tiene importancia.
R. El actor, su vida y sus ecos emocionales no importan. Para eso está la terapia. Todo el mundo debería hacer terapia, pero el actor todavía más. Así podría ir al trabajo virgen y empezar a imaginar.
P. ¿Cuándo ha recurrido usted a la terapia?
R. Bastantes veces. Algunas, por pura necesidad. La vida es muy larga y te suceden cosas. Se te muere tu padre y te dices: '¿Cómo voy a lidiar con eso?'. Pero la mejor terapia siempre tiene lugar cuando estás estable. Ahí es cuando el trabajo se vuelve fructífero. Cuando vas estando mal, es solo supervivencia.
P. ¿Cómo consigue un actor el respeto de Hollywood? ¿Hay que saber decir que no?
R. Sí, hay que saber. Meryl Streep dice que una carrera se construye a través de tus noes y no de tus síes. Cuando uno es joven quiere tener carrera. De mayor, haces lo que puedes y lo que te dan. Lo que sí encuentro, y ya lo he dicho otras veces, es que existe un gran respeto hacia lo creativo. Si vas a un casting y eres el mejor actor para el papel, te lo darán, aunque no te conozca nadie. Resulta lógico en un país fundado en el concepto de valía personal, lo que puede ser criticable. Pero no es tan fácil encontrar esa actitud en otros países de una manera tan rotunda.
“Me da igual que me llamen defraudador porque no lo soy”
Bardem se refirió también a la reciente condena del Tribunal Supremo, que a principios de mes impuso al actor dos sanciones por un valor de 150.000 euros por infracciones tributarias a través de una empresa de su propiedad en 2006 y 2007. “En un país donde hay casos diarios de corrupción y saqueo de las arcas públicas, agradezco que los grandes periódicos me ofrezcan portadas llamándome defraudador”, ironiza. Bardem asegura que el pago de la diferencia y la multa “se realizó hace años” y que la propia sentencia tilda la infracción de “leve”. Según el actor, Hacienda utilizó “criterios interpretativos” distintos de los de sus asesores fiscales.
"Fue una inspección como existen miles al año para todo aquel que tenga una empresa. Si la gente leyese más allá del sensacionalismo del titular, entendería lo que realmente pasó. Por lo menos, sirvió para demostrar que pago mis impuestos en España. El mito del Lago Ness se vino abajo", añade Bardem. "A lo mejor venía bien en ese momento como cortina de humo de otras cosas. No lo sé. Pero eso no va a impedir que siga criticando a quienes, presuntamente, saquean las arcas públicas para llevarse el dinero a cuentas offshore. Me da igual que me llamen defraudador, porque no lo he sido. Esto es una nimiedad comparado con lo que hacen otros".
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