La última entrevista
Los tres protagonistas, un colaboracionista francés, una judía rusa de la aristocracia, y un alto cargo de las SS, reflexionan desde una dimensión paralela sobre sus conductas
PARAÍSO
Dirección: Andréi Konchalovski.
Intérpretes: Yuliya Vysotskaya, Christian Clauss, Philippe Duquesne, Peter Kurth.
Género: drama. Rusia, 2016.
Duración: 130 minutos.
La actitud del ser humano alrededor de la tragedia más importante de la Edad Contemporánea, el holocausto judío a manos de los nazis, es un tema tan inabarcable, tan poco dado al punto y final, que a pesar de la enorme cantidad de películas (y de libros) sobre su siniestra historia, aún quedan resquicios sueltos, éticos y estéticos, para poder abordarla. Así lo demostró hace dos años el húngaro László Nemes en El hijo de Saúl, a través de un órdago visual, de punto de vista y de sonido, a los tabúes de representación del Claude Lanzmann de Shoah. Y así lo manifiesta el veterano director ruso Andréi Konchalovski con Paraíso, su nueva película, por medio de una serie de entrevistas en forma de Juicio Final sobre la Solución Final.
Rodada en un blanco y negro más cercano al de Michael Haneke en La cinta blanca, gélido y poco contrastado, que al más estético de Steven Spielberg en La lista de Schindler, Paraíso añade además un estrecho formato clásico en 1,37:1, no demasiado acostumbrado hoy en día, ideal para las secuencias de las entrevistas, que además van acompañadas de bruscos cortes entre frases, y simulacros de defectos de sonido en esos saltos, con las que Konchalovski añade un plus de analítica novedad de conciencias. Los tres protagonistas, un colaboracionista francés, una judía rusa de la aristocracia, y un alto cargo de las SS, reflexionan desde una dimensión paralela sobre sus conductas. Algunos de cara; otros, con evasivas, quizá tan sinceras como desquiciadas.
Y, entre medias, el amargo relato de la barbarie, primero en Francia, entre la resistencia y la cooperación, y luego en el campo de exterminio, con durísimas secuencias, aunque casi más mentales que físicas. Como no podía ser de otro modo, por la cantidad, todas estas actitudes evocan en parte situaciones y análisis de películas anteriores tan distintas como Kapò, de Gillo Pontecorvo, Shoah, de Lanzmann, o La zona gris, de Tim Blake Nelson. Pero quizá la novedad esté en que, al tiempo que se narran los hechos, se autoanalizan las culpas. Desde un destino incierto, las propias criaturas evalúan lo experimentado como ningún otro podría hacerlo. Simplemente porque ese otro, es decir, nosotros, no nos vimos en aquella desgarrada tesitura de qué hacer en cada momento.
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