Descanse en paz, admirable Zweig
La directora alemana María Schrader se ha atrevido a poner rostro y a narrar el obligado y dolorido vagabundeo por América del escritor austriaco
Corres el peligro de decepcionarte, de que lo que asocies con el paraíso te resulte aburrido o glacial cuando en el curso del tiempo vuelves a revisarlo. Ocurre con películas, libros, recuerdos envueltos en paño de oro, personas trascendentes de tu existencia. El desencuentro puede radicar en ti, tal vez ellos no sean culpables. Aconsejaba con sabiduría un poeta: “Guarda tus mejores recuerdos y si llegas a viejo, que te sirvan” . Y existen artistas, lugares, memoria y gente que fue muy cercana a los que siempre puedes retornar con gozo, sin miedo, sabiendo que la ancestral comunicación volverá a ser inmediata aunque llevéis alejados mucho tiempo.
STEFAN ZWEIG: ADIÓS A EUROPA
Dirección: Maria Schrader.
Intérpretes: Josef Hader, Aenne Schwarz, Barbara Sukova.
Género: biopic. Alemania, 2016.
Duración: 106 minutos.
Me ocurre releyendo con idéntica admiración y amor que antaño la fascinante autobiografía de Stefan Zweig (el especialista en escribir biografías de otros, de seres verdaderamente ilustres) titulada El mundo de ayer. Cuenta en el escalofriante prefacio: “He sido homenajeado y marginado, libre y privado de libertad, rico y pobre. Por mi vida han galopado todos los corceles amarillos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración. Todo lo que olvida el hombre de su propia vida, en realidad ya mucho antes había estado condenado al olvido por un instinto interior. Solo aquello que yo quiero conservar tiene derecho a ser conservado para los demás. Así que hablad recuerdos, elegid vosotros en lugar de mí y dad al menos un reflejo de mi vida antes de que me sumerja en la oscuridad”. Esa oscuridad ya está decidida. Poco después, Zweig se suicida junto a su esposa. Ocurre en Brasil. El europeo más inteligente, cultivado y humanista debió de sentirse muy cansado de su exilio, de su acorralamiento, de su desolación.
En consecuencia, me acerco a la película Stefan Zweig: adiós a Europa con máxima expectación, anhelando un retrato emocionante, complejo y veraz de alguien cuya escritura amas, cuya existencia envidias, cuyos últimos años compadeces. Y quiero pensar que somos legión los enamorados de su obra y de su personalidad. Y que a todos nos invade idéntica curiosidad por constatar cómo le ha tratado el cine.
Se ha atrevido a ponerle rostro y a narrar su obligado y dolorido vagabundeo por América esperando una solución para que su angustia se detenga y el futuro exista la directora alemana María Schrader. No ha pretendido hacer un biopic exultante, ni manipular a los espectadores subrayando las emociones, ni centrarse en el lado heroico de este hombre, ni utilizar música para provocar la lágrima ante la tragedia ajena. En su ambición realista, en su vocación de honestidad, intenta no forzar el lado sentimental, retratar sin énfasis ni intensidad a los personajes ni la desesperada situación que malviven, tiene horror al pasote dramático y la desmesura de las sensaciones, pero creo que se queda corta en su contención. Me interesa mucho lo que cuenta y respeto su estilo narrativo, pero no me hace vibrar. E incluso en algunos momentos me despisto ligeramente de lo que estoy viendo y escuchando. Sospecho que esta película va a satisfacer el paladar de crítica, aunque puede resultar fría o algo fatigosa para la mayoría del público.
Y están notables y creíbles los intérpretes (espléndida Barbara Sukowa en su breve papel dando vida y naturalidad a la primera esposa de Zweig), y muy bien captados los ambientes que rodean a Zweig en su continua huida, pero me resulta difícil implicarme hasta el tuétano en una historia que habla de la deprimida cotidianeidad de este hombre ejemplar, no de sus momentos estelares.
Babelia
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