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Infinito Particular
Columna
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El cancionero de Ella Fitzgerald

La inolvidable cantante de jazz grabó los clásicos del gran repertorio estadounidense

Ella Fitzgerald.
Ella Fitzgerald.

Ella Fitzgerald tenía la misma edad que el primer disco de jazz. También hubiera cumplido ahora —el 25 de abril— cien años. Su ascenso fue rápido: ya en 1937 los lectores de la revista Down Beat la votaron como su cantante favorita. En la década de cincuenta, el empresario Norman Granz la convenció para que le dejara llevar una carrera hasta entonces en manos de su representante, Mo Gale, y del productor de discos Milt Gabler. Y, en 1955, dejó Decca, la compañía en la que había estado veinte años, y con la que grababa desde que entró como cantante de la orquesta de Chick Webb con solo 17. Todavía no lo sabía, pero la llamada Primera Dama del Swing estaba a punto de convertirse en la Primera Dama de la Canción.

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Sus últimos discos no se vendían bien y Ella se sentía frustrada. En enero de 1956, llevada por Granz, firmó con Verve. El primer proyecto para el nuevo sello fue un elepé doble con obras de Cole Porter. Tan solo en el primer mes se vendieron 100.000 ejemplares. Entre febrero de 1956 —Elvis Presley acababa de alcanzar el número uno de las listas— y julio de 1959, Ella Fitzgerald grabó ocho discos con algunos de los mejores títulos del gran cancionero estadounidense: el que floreció desde los años veinte hasta mediados del siglo pasado, y en el que está buceando Bob Dylan.

Los discos salieron entre el 56 y el 64 por este orden: Sings the Cole Porter Songbook, Sings the Rodgers & Hart Songbook, Sings the Duke Ellington Songbook, Sings the Irving Berlin Songbook, Sings the George and Ira Gershwin Songbook, Sings the Harold Arlen Songbook, Sings the Jerome Kern Songbook y Sings the Johnny Mercer Songbook. Se atribuye a Ira Gershwin el comentario “no sabía lo buenas que eran nuestras canciones hasta que se las oí cantar a Ella”. Añadiría un último disco a la serie, en 1981, publicado por Pablo Records y dedicado a un compositor de América del sur: Ella abraça Jobim (Ella Fitzgerald Sings the Antonio Carlos Jobim Songbook).

Tras su muerte, Frank Rich escribió en The New York Times que, con sus songbooks, “realizó una operación cultural tan extraordinaria como la integración contemporánea de Elvis del alma blanca y la afroamericana. Ahí estaba una mujer negra popularizando canciones urbanas a menudo escritas por inmigrantes judíos para un público predominantemente de blancos cristianos”.

Ella tenía poca conciencia de lo que logró. Y nunca permitió que el público pudiera pensar que la letra de alguna de las canciones que estaba cantando se refería a su vida privada, de la que evitaba hablar. Becoming Ella: The Jazz Genius Who Transformed American Song, biografía que está preparando la profesora Judith Tick, y que se espera para el 2018, pondrá especial atención a todo el contexto cultural en el que vivió la cantante. La mujer que cantaba con la espontaneidad inocente y alegre de quien probablemente nunca dejó de ser una niña. La que decía que le hubiera gustado ser guapa y afirmaba que lo único mejor que cantar, es cantar aún más.

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