La soledad del luchador enmascarado
El documental 'Lucha México' rastrea la vida íntima de los luchadores al bajarse del ring
Máscara contra Máscara. Fabian el Gitano contra El Ángel de oro. El ring es una jaula metálica y los dos luchadores pelean por conservar su máscara. Como en los duelos medievales, está en juego algo más importante que la vida: el honor. El que pierda tendrá que enseñar su rostro. Sin su alter ego el luchador quedará desnudo. Botas, calzón y máscara dorada, el Ángel tiene amarrado boca a bajo al Gitano, calzón negro y melena rizada. “Esta llave es definitiva”, dice el locutor. Fabián el Gitano se rinde. Ha caído un máscara.
Fabián Hernández ha perdido el honor. Meses después perderá también la vida.
“Me podía haber pasado a mi o a cualquier otro compañero. La lucha parece un deporte fácil pero no lo es. Llegas cansado a casa y no puedes dormir. Empiezas a ponerte nervioso y no aguantas estar con otras personas. Imagino que Fabián estaba bebiendo un poco y tomó algo para dormir. Estaba solo y no hubo nadie que lo pudiera ayudar”, dice Shocker, otro luchador mexicano de esa disciplina a medias entre lo kitsch, lo deportivo y lo teatralmente violento. La escena y el testimonio son parte del Lucha México, un documental que durante cuatro años ha grabado las alegrías y desgracias de estos gladiadores posmodernos al bajarse del ring.
Para triunfar hay que tener hambre de éxito y hambre de comida
Meses antes de su derrota y de su muerte, Fabián Hernández, de 37 años, que ya había dejado la lucha una temporada para dedicarse al striptease en fiestas y despedidas de solteras, decía ante la cámara: “Lo más importante para mi es la máscara. Es como una doble vida, pero la máscara me protege también en mi vida privada”. Ian Markiewicz y Alex Hammond, lo directores estadounidenses de la cinta, ya eran seguidores de la versión de las luchas en su país: “Pero en México es diferente. Al seguir a los luchadores en su peleas en pequeños pueblos, en fiestas, al ver como lo vivía la gente nos dimos cuenta que tiene un componente mucho más popular que en EE UU, que forma parte de la cultura. Allá es más un entretenimiento”.
Con el Arena de México como epicentro, el recinto de 1956 situado en la popular colonia capitalina Doctores, la cinta va recorriendo otros puntos calientes del país en una muestra del arraigo de las luchas. Además de las figuras actuales, también hay una mirada a su época de más esplendor. En los sesenta, El Santo, Blue Demon o el Rayo de Jalisco peleaban, protagonizaban películas y eran perseguidos por las mujeres como auténticos ídolos pop.
En su inmersión, los realizadores reconocen haber asistido a la dureza de las vidas actuales relacionadas con la lucha, pero también subrayan que en la mayoría de los casos lo que han visto son vidas felices. “Además de ser un trabajo, la fama y el carisma que va ligado a este deporte es algo que llena mucho sus vidas”, apunta por teléfono Hammond.
Con la presencia de los grandes nombres de la disciplina, la trayectoria Shocker, 45 años, sirve como hilo conductor para la trama documental. Hijo de luchador, como la mayoría de los casos que aparecen en la cinta, exmarine y con los tendones rotulianos hechos papilla, fue uno de los primeros que decidió quitarse voluntariamente la máscara y sin demasiados traumas. En una secuencia del documental, la cámara le sigue cojeando y arrastrando un carro dentro de un supermercado en busca de queso para hamburguesas. Durante los parones por las lesiones, regenta un bar. “Aún me voy más años luchando. Terminas por encontrarle el gusto a que te peguen. En México lo llamamos Amor apache”.
“Si tú eres rico no vas a triunfar en esto. No necesitas dejar que te peguen para conseguir dinero. Para triunfar hay que tener hambre de éxito y hambre de comida”, dice en otra toma un antiguo luchador que ahora entrena a jóvenes aspirantes.
La cinta también recoge las últimas tendencias, menos paródicas, más sangrientas. Impulsadas por otro vástago de una dinastía, el Hijo del Perro Aguayo, son peleas donde intervienen cristales, alambres de espino y chorros de sangre por el cuerpo de los luchadores. En uno de esos eventos, hace dos años, el Hijo del Perro Aguayo, recibió una patada en el pecho que le crujió las cervicales y terminó matándolo. Un compañero de la empresa que organiza esta variante, los Perros del Mal, reflexiona así sobre el final de su amigo: “Tuvo la muerte perfecta del luchador. Ahí arriba. A mi me gustaría morir en el ring”
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