Un editor monumental
El fundador de 'The New Review of Books' estaba dotado de una curiosidad intelectual infatigable
Robert Silvers, monumental editor, fundador con Barbara Epstein y unos pocos amigos escritores de The New York Review of Books, falleció el lunes. Con él desaparece una de las figuras más fascinantes del mundo de la edición contemporánea. Con Bob se va también una de las amistades más complicadas y controvertidas que he mantenido a borbotones en los últimos veinte años.
Bob era un ser provocativo, arisco, astuto. También adorable, divertido, siempre con anécdotas que podían resumir en una noche la historia de una ciudad, en su caso, de Nueva York. Bob era un personaje lleno de energía, de curiosidad. Culto y ávido de noticias, de libros recién publicados, de nuevos autores, de música , de películas.
También era escritor. Escribió introducciones, prólogos, algunos ensayos aquí y allá. Pero su pasión era la edición, el descubrimiento de recónditos hobbies que pudiesen ofrecer otra forma de acercarse a un personaje, ya fuera filósofo o historiador o músico o arquitecto.
Su obsesión, leer y leer, y corregir, y modificar, y añadir, y controlar de arriba abajo y con detalle cada número del NYRB. Fueron frecuentes las noches en las que se quedaba a dormir en la redacción , en donde se había organizado una pequeña habitación con ducha para no perder el tiempo en irse a casa, sobre todo en los cierres.
Conocí a Robert Silvers a través de Isaiah Berlin, luego nos vimos con frecuencia con Tony Judt y en los últimos tiempos con George Weidenfeld. Ahora Bob ya se ha reunido con Isaiah, con Tony, con George. Desarrollamos una estrecha relación debido a nuestro mutuo interés en la fotografía. También porque Bob pasaba temporadas en Lausana y nuestros paseos largos y silenciosos en Ouchy, junto al lago Leman, muchas primaveras y todos los finales de cada verano, son imágenes y recuerdos presentes en este momento muy, muy triste. Pero Bob ante todo pertenecía a nuestra familia de amigos en la ciudad, bulliciosa y con una actividad vital e intelectual fulgurante, vehemente, incesante. Esta noche nos hemos llamado entre nosotros varias veces, escrito mensajes y seguimos haciéndolo, para consolarnos de su pérdida inesperada. Me cuesta terriblemente aceptar que se ha ido, que no voy a escuchar su voz nunca más, leer sus mensajes, comer y beber juntos, y hablar y hablar. Nos llamamos hace menos de quince días debido a un almuerzo que íbamos a celebrar en casa en Nueva York el próximo abril, y para comentar unas sugerencias que le envié sobre la posible publicación de unas fotografías en el NYRB. Estaba en el hospital haciéndose un chequeo, por unos catarros que no le dejaban tranquilo. Encantador y amable esta vez, me recordó el último encuentro en diciembre en nuestro restaurante favorito, Marea, y agradeció el catálogo Under 35 que le regalé entonces. Quería saber más sobre los jóvenes talentos publicados en ese catálogo y quedé en llevarle varios libros en abril.
Poseía la intuición, la curiosidad, la astucia y el conocimiento necesarios para dirigir él solo, con su batuta implacable, cada número de la revista, rodeado, eso sí, de un equipo joven, echaba siempre de menos a Barbara.
Primero con ella, después solo hasta ayer, controló cada detalle de todas y cada una de las portadas, del contenido de cada página y hasta la última línea de la contraportada. Bob elegía los títulos seleccionados, el color más rojo o más azul o amarillo, la tipografía, el grueso de la línea, las caricaturas y los dibujos, Bob leía y releía hasta la última línea de cada ensayo o contribución, Bob seleccionaba todas y cada una de las fotos a publicar... y hasta dónde y cómo colocar los anuncios. Cada The New York Review of Books ha sido, desde su nacimiento hasta el lunes, cuando Bob se ha marchado para siempre, una creación única de Robert Silvers. Te echaré mucho de menos, Bob. Te recordaré siempre, mi querido Bob.
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