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Jimmy Kimmel hace de sí mismo en los Oscar 2017

El cómico convence en la gala con sus armas habituales y bromea con equilibrio sobre Donald Trump

Tommaso Koch
Jimmy Kimmel, durante su monólogo inicial de los Oscar.
Jimmy Kimmel, durante su monólogo inicial de los Oscar.MARK RALSTON (AFP)

En 10 minutos, Jimmy Kimmel se llevó dos ovaciones. En realidad, ninguna de las dos fue para él, pero justo en eso radica su estilo: el protagonismo, para otros. Así que el presentador de los Oscar salió al escenario con el público ya de pie, bailando Can’t Stop The Feeling, la canción de apertura, de Justin Timberlake. Y logró que los asistentes volvieran a levantarse por Meryl Streep, de la que aplaudió la “sobrevalorada” carrera, por citar a Donald Trump. El presidente de EE UU, por cierto, apareció con el previsto cuentagotas en el monólogo inicial de Kimmel, breve y correcto. Lejos, eso sí, de merecer una ovación. Aunque la ceremonia fue mejorando (y mucho) a medida que pasaba el tiempo.

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El presidente de EE UU estuvo sobrevolando toda la gala. “Hay que darle las gracias a Trump”, sostuvo el presentador, la primera vez que le nombró. “¡El año pasado acusaron a los Oscar de racistas y ya no lo son!”, añadió. En la gala de estreno del presidente republicano, por primera vez hay un intérprete negro nominado en cada categoría de actor. También recordó que Trump llevaba horas de inactividad en Twitter y que seguramente comentaría la gala online en cuanto tuviera “algún problema intestinal”. Al final Kimmel optó por no esperar: le preguntó directamente al presidente, a través de la misma red social, si estaba despierto. Antes, el presentador había pedido que los periodistas de “CNN, The New York Times y cualquier otro medio que lleve Times en el nombre” abandonaran la sala: “No toleramos las noticias falsas”.

En el fondo, Kimmel fue Kimmel. No hace chistes hirientes. Tampoco canta o baila —es más, no le gustan los musicales—, como sí hace el hombre con el que él mismo admite que todos le confunden: el también presentador Jimmy Fallon. Kimmel es un tipo normal, “tímido” en sus palabras, que soñaba con ser como el gran David Letterman: empezó en la radio, avanzó poco a poco en la televisión y, de rebote según sus críticos, ha acabado al frente de los Oscar. En su programa, Jimmy Kimmel Live, el estadounidense (Nueva York, 1967) lleva desde 2003 con una receta centrada en la sonrisa contenida, sin pisar campos de minas: niños que sugieren las recetas para el futuro de EE UU, parodias fílmicas y, sobre todo, mucho Matt Damon.

El presentador suele cerrar sus programas pidiendo disculpas al actor porque se agotó el tiempo y no le pudo dejar salir al escenario. La broma derivó en un vídeo, I’m fucking Matt Damon, que se volvió viral y dio pie a una batalla que continúa desde hace años. Y Kimmel no iba a desaprovechar la gallina de los chistes de oro en su gran noche. De ahí que, en sus tuits previos y en su monólogo después, se riera del intérprete, sentado entre el público: “La gran muralla [el último filme de Damon] ha perdido 80 millones, enhorabuena”. Y la pelea prosiguió, imparable, durante toda la gala.

No era para menos. Ante la maldición de los Oscar, Kimmel necesitaba todas sus armas. Por eso rescató otro de sus caballos de batalla: famosos leyendo tuits ofensivos. Y llevó hasta el teatro a más aliados: una serie de turistas que, aparentemente sin saberlo, se encontraron de repente en medio de la gala de Hollywood y no paraban de sacarse selfies y alucinar. Lo cierto es que tan solo Hugh Jackman y Ellen DeGeneres lograron un consenso mayoritario como presentadores de la gala en los últimos años. A los demás, de Chris Rock a Neil Patrick Harris, siempre se les encontró algún fallo. ¿Y Kimmel? En los días previos, muchos insinuaron que nunca fue la primera elección de los productores para la ceremonia. Pero, durante gala, decenas de usuarios felicitaron al presentador en las redes sociales. Algunos matizaban, eso sí: “Muy bien para lo poco que me esperaba”.

Sin grandes carcajadas, Kimmel sí regaló varias sonrisas. Como cuando le dijo a Jeff Bezos, jefazo de Amazon, que si Manchester frente al mar ganaba algún premio —el gigante tecnológico produce la película— le llegaría el Oscar a su casa “en dos o tres días”. Levantó al pequeño Sunny Pawar, protagonista de Lion, con la música de El rey León de fondo. Y se armó de valor para soltar un chiste sobre O.J. Simpson tras el triunfo del documental O.J.: Made in America. Y añadió a continuación: “Y entonces fue cuando todo el auditorio le dio la espalda a Kimmel”.

Así no fue. Todo lo contrario. En las butacas la ceremonia se vivió mucho mejor que la actitud con la que el propio Kimmel encajó la noticia de que sería el presentador: “Sin entusiasmo”. Es más: el día en que lo supo le dio una migraña. Con esas premisas, la gala que pudo ser un desastre quedó muy por encima de las expectativas. Y, desde luego, mantuvo al público bien despierto. Todo un éxito. Y más aún para Kimmel: el presentador es narcoléptico.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

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