Evidencias
Esa-Pekka Salonen muestra con la Orquesta Philharmonia su afinidad con Ravel, pero también la sorprendente pasión de Stravinski por Wagner
Tuvo que morirse Rimski-Korsakov para que naciera Stravinski. Desaparecer el nacionalista ruso para destapar al moderno cosmopolita. Lo podemos verificar ahora después de escuchar el estreno en España de Canto fúnebre. Una composición orquestal, que Stravinski dedicó en 1908 a la memoria de su maestro y fue recuperada en 2015. Pero incluye otra evidencia más: su amor por Wagner. El joven compositor ruso adoraba los dramas musicales del alemán tanto como los detestaba por escrito. “No quiero hablar de la música de Parsifal ni de la de Wagner en general, que ahora está tan alejada de mí”, afirma Stravinski en Crónicas de mi vida (1935). Pero ya se entreveía que no era así en 1910 con El pájaro de fuego y ahora queda demostrado en Canto fúnebre, donde las referencias a Parsifal son evidentes y la música dice lo que calla el compositor. El director finlandés Esa-Pekka Salonen ha sido el cuarto en enfrentarse a esta obra recuperada, tras Valeri Guérguiev, Markus Stenz y Charles Dutoit. Su versión al frente de la Orquesta Philharmonia es seguramente la más idiomática de todas, al dejar que esta bella partitura cobre vida por sí misma. El finlandés evita cargar las tintas en fluctuaciones de tempo y apuesta por esa objetividad que tanto habría gustado al compositor.
PHILHARMONIA ORCHESTRA
Obras de Stravinski, Davies y Ravel. Coro y Joven Coro de la Comunidad de Madrid. Esa-Pekka Salonen, director. Ibermúsica. Auditorio Nacional, 24 de febrero.
Todo un acierto de Ibermúsica añadir este estreno a su temporada pero también una pena suprimir el previsto Concierto para piano, de Ligeti, con Pierre-Laurent Aimard. En su lugar se incluyó otro estreno: Bosque, de la joven compositora británica Tansy Davies. Un concierto escrito en 2016 para cuatro trompas de resonancias más urbanas que naturalistas. Una composición con interesantes destellos de experimentación tímbrica, pero donde los solistas se enroscan con la orquesta en una maraña continua. Lo mejor de la noche llegó después con el ballet completo de Dafnis y Cloe, de Ravel. Fue otra evidencia comprobar la natural afinidad de Salonen hacia estas partituras coreográficas relacionadas con Diáguilev. Esa capacidad innata que tiene para narrar y mostrarnos una historia de pastores, ninfas, sátiros y piratas. Pero también para explotar la física y la química del sonido orquestal, donde integra a la perfección al coro que vocaliza y murmura. Fue impresionante el segundo cuadro, con esa intensa danza guerrera, el colorista amanecer que abre el tercero y, en especial, la bacanal que cierra la obra. Brillante actuación de la Philharmonia y estupendos los coros de la ORCAM. Era casi la una de la madrugada pero salimos con ganas de más.
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