Soñar
El joven pianista ruso Daniil Trifonov convirtió su recital en toda una experiencia
El legendario pianista francés Alfred Cortot reconocía en 1953, dentro de una filmación, que la música de Schumann había que “soñarla más que tocarla”. Se refería al final de Escenas infantiles. Esa breve joya donde se da voz al poeta para evocar la infancia idealizada como contrapunto a las angustias de la madurez. En ese trance artístico está el joven Daniil Trifonov (Nizhni Nóvgorov, 1991). El magistral pianista ruso renuncia a dejar de soñar. Pretende convertir el caduco formato del recital pianístico en una experiencia contemporánea. Y lo consigue. Le avala la poderosa tradición rusa, pero le distingue una sorprendente ansiedad creativa. Ya fuera por su introspección musical o por su exhibicionismo técnico, pero nadie salió indiferente el pasado jueves de su impresionante concierto.
Daniil Trifonov (piano)
Obras de Schumann, Shostakovich y Stravinski. XXII Ciclo de Grandes Intérpretes. Fundación Scherzo. Auditorio Nacional, 19 de enero.
El programa elegido por Trifonov para su debut en el ciclo de la Fundación Scherzo era titánico. Oponer el intimismo, el virtuosismo y hasta la extravagancia de Schumann, en la primera parte, a sus paralelismos en Shostakóvich y Stravinski, en la segunda. Empezó el pianista ruso invocando a sus ídolos en Schumann. Y su interpretación de Escenas infantiles recordó demasiado las fluctuaciones del gran Cortot. Ponerse un traje del abuelo no está exento de ciertas complicaciones contemporáneas. Toccata resultó un desconcertante derroche de energía; ya el propio Schumann dejó por escrito, en 1834, que era una pieza más refinada que salvaje. Mucho más interesante resultó Kreisleriana. La más excéntrica de sus obras, pero también su favorita. Mezcla de improvisaciones y digestiones de Bach, Mozart y Beethoven. Trifonov volvió a partir de Cortot, aunque extremó las diferencias entre secciones. Su interpretación quizá no se sostenga por carecer de continuidad narrativa. Pero en esa yuxtaposición tan personal hubo momentos inolvidables, como ese final mucho más lento y convertido en una inquietante danza macabra.
Lo mejor de la noche llegó en la segunda parte con Shostakóvich. Cinco Preludios y fugas, opus 87, y no cuatro como indicaba el programa de mano. Precisamente, Trifonov desplegó en el ausente nº 4 un velo de mágica serenidad y concentración. Resonó en sus manos el pasado de Bach, el presente del compositor ruso y hasta el porvenir. Toda una revelación que contrastó con las concesiones a la galería de los Tres movimientos de Petrushka, de Stravinski. Una versión extremada donde hasta el pianista se trasmutó por momentos en la marioneta protagonista. El recital culminó con dos cuentos de hadas de Nikolái Médtner (opus 26 nº 3 y opus 20 nº 2 La Campanella) como propina. Ojalá Trifonov siga soñando. Y nosotros con él.
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