¿Por qué se hizo viral la muerte del pensador Zygmunt Bauman?
La muerte del sociólogo agitó las redes sociales, expresión de esa “modernidad líquida” cuyo pensamiento combatió. Sus tesis son un valioso legado para entender nuestro tiempo
El número de tuits y de comentarios en las redes sociales sobre la muerte de Zygmunt Bauman fue abrumador. Pensé que habría sucedido algo similar, e incluso superior, si José Luis Sampedro hubiera muerto ahora y no hace casi cuatro años. Unos días antes también tuvo mucha relevancia en el mismo sitio el deceso de John Berger. Son nuestros maestros nonagenarios que desaparecen. Es difícil encontrar equivalentes.Esta viralidad hubiera dejado frío, probablemente, al sociólogo polaco. En algunos de sus últimos libros y en bastantes de sus entrevistas había manifestado sus dudas sobre la eficacia democrática y modernizadora de las redes sociales, como defiende un discurso dominante en nuestros días. Bauman lo ponía en cuestión. Así sus tesis resultaban simbióticas con las de, por ejemplo, nuestro César Rendueles (Sociofobia, Capitán Swing) o las del filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han (En el enjambre, Herder). Los tres critican esa idea extendida en una parte de los usuarios de las redes de que escribir mensajes revolucionarios en las mismas equivale a intervenir en un espacio público. Hay mucho radical que no sale de casa, ordenador en ristre, en vez de estar peleando en la calle; que polemiza (muchas veces de modo anónimo y con heterónimo) a través de las redes, a ver quién mea más largo, quién es más radical, más revoltoso o más compasivo, generando lo que se han denominado shit-storms (tormentas de mierda).
Al lado de los indignados
Bauman y sus compañeros se apoyan en una frase muy definitoria de Hakim Bey: “El vago sentimiento de que uno está haciendo algo radical al sumergirse en una nueva tecnología no puede ser designado con el título de acción radical. La verdad es que, para mí, en la Red se está hablando más y se está haciendo menos”. Las redes sociales son muy eficientes para aglutinar la atención, pero en virtud de su carácter fluido y de su volatilidad (la liquidez) no son apropiadas para configurar un discurso público: el espacio público. Dice Byung-Chul Han que por eso son incontrolables, inestables, efímeras y amorfas, crecen súbitamente y se dispersan con la misma rapidez; les falta la estabilidad, la consistencia y la continuidad para el discurso público.Uno de los colectivos que más utiliza las redes sociales es el precariado, un neologismo que combina el calificativo “precario” y el sustantivo “proletario”, que puso en circulación el profesor de la Universidad de Londres, Guy Standing, y que tanto utilizó Bauman, que devino en una especie de defensor de ese grupo que le ha aplaudido en la hora de su muerte (no únicamente ellos). Se trata de una comunidad social que todavía se está formando.
La clase del ‘precariado’
Según la metodología marxista, sería una “clase en sí” (una clase aún sin conciencia como tal), no una “clase para sí”. Aún no es consciente de su fuerza. Una suerte de “clase peligrosa” que crece y crece, que cuestiona las diferencias entre izquierda y derecha, y que cree que la responsabilidad de su situación es de los de arriba, del establishment. Por eso, Bauman ha estado tan cerca de los indignados. El precariado carece de la identidad basada en el trabajo; cuando tienen empleo, éste no es del tipo que permite una carrera profesional, de modo que no disponen de memoria social y de sensación de pertenencia a una agrupación ocupacional. No flota sobre ellos “la sombra del futuro”.Este precariado es una característica de la “globalización negativa” de Bauman. El contexto en que se desarrolla como colectivo, y la herramienta de las redes de la que se dotan para compartir la experiencia de su situación (y a veces para caer en la trampa de la competencia entre sí), conforman la modernidad líquida, ese concepto que le hizo famoso. La modernidad líquida sería aquel periodo de la historia en el que se iban a dejar atrás los temores que dominaron la vida del pasado, y los ciudadanos se iban a hacer con el control de sus vidas. No ha sido así: se vuelve a vivir una época de miedo en la que al temor a los desastres naturales o a las catástrofes medioambientales se une el pánico al terrorismo indiscriminado y a los poderes fácticos económicos. Nos rendimos al complejo de Titanic (Jacques Attali): el Titanic somos nosotros, es nuestra sociedad triunfalista; todos suponemos que, oculto en algún recoveco del futuro, nos aguarda un iceberg contra el que colisionaremos y hará que nos hundamos al son de un espectacular acompañamiento musical. Bauman lo repetía cada vez que intervenía.
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