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Adiós a la cultura de menú

Vivimos en una sociedad de velocistas que ha decidido que hasta un aforismo puede ser largo

Javier Rodríguez Marcos

Vivimos tiempos tan acelerados que una película de dos horas parece más larga que una serie de 20. Caso real: al chico de 14 años le gustan las novelas de romanos de Simon Scarrow y el amigo de sus padres le pregunta si ha visto Gladiator. “La estoy viendo”, responde. La respuesta recuerda a la que un alumno dio al profesor que le prestó El padrino al saber que había devorado Los Soprano de unas pocas sentadas. “¿Has visto ya El padrino?”. “La estoy viendo”.

La sustitución del LP por la canción como unidad de medida musical y la conversión de la televisión a la vieja usanza en un refugio para jubilados hace tiempo que nos alertaron de que vivimos en la era de la cultura a la carta. Nadie, al menos nadie de cierta edad, deja ya que le digan el orden en que debe escuchar las canciones o las dosis en que debe consumir una ficción. Si ni siquiera permite que se lo diga su propio autor, menos se lo va a permitir a un profesor. En una ocasión le preguntaron al editor Ramón Akal cuándo se lanzaría a digitalizar su catálogo, bien nutrido de lecturas obligatorias, y respondió: “Cuando lo haga no digitalizaré libros sino capítulos. Es lo que se fotocopian los estudiantes”.

Vivimos en una sociedad de velocistas que ha decidido que hasta los aforismos de Lichtenberg pueden resultar largos, que al Quijote le sobran 100 páginas, tres estaciones a las cuatro de Vivaldi —viva la primavera— y 50 rubens al Museo del Prado. Algunas colecciones, de hecho, han decidido abandonar su carácter de menú y centrarse en la cultura a la carta. Algunos incluso se apuntan al plato único. Hace dos semanas se hizo público que el Gobierno polaco había comprado la colección privada a la que pertenece La dama del armiño. Lo que se publicitó menos fue el hecho de que el cuadro llevara ya tiempo exhibiéndose aislado en el castillo de Cracovia, en una sala ocupada solo por él a la que se accede pagando una entrada aparte. Si Leonardo es la canción del verano, ¿para qué entretenerse con los rembrandt y renoir de la colección Czartoryski? También la nueva ordenación del ejemplar Neues Museum de Berlín dedica una sala exclusiva al busto de Nefertiti. Ya conocen la pregunta de dos apresurados visitantes del Louvre: “¿Dónde está la Mona Lisa? Que tenemos el coche en doble fila”.

Los apocalípticos de menú que piensan que un conjunto es algo más que la suma de sus partes deberían recordar que muchos romances medievales provienen de cantares de gesta perdidos. Alegrémonos. Algún día Hamlet será solo el monólogo de Hamlet y la maratón se correrá de 100 en 100 metros. Que gane el mejor.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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