“Un buen escritor debe llevar a los personajes a la tragedia, al pánico”
David Vann profundiza en la desesperación y la posibilidad del perdón en su nueva novela ‘Acuario’
Hay siempre una instantánea del álbum vital que nos explica. La de David Vann (Isla Adak, Alaska, 1966) es su rechazo, con 13 años, a la invitación de su depresivo padre a vivir juntos solos en un lugar remoto. A las dos semanas, su progenitor se suicidó. La terapia fue la escritura, y el mayor de sus exorcismos, su primera ficción, Sukkwan Island (2008). Con Acuario (Literatura Random House; Edicions del Periscopi, en catalán) son ya siete las novelas que, en fraseología cortante y hemingwayana, surcan por el miedo, la huida como solución fallida, los niños como paños de lágrimas de los padres, la dificultad del perdón… De todo eso sabe la pequeña protagonista de la obra, que se refugia cada tarde en un acuario donde los peces son espejo de la vida humana.
Pregunta. El abuelo de la protagonista huye siempre por miedo, para no afrontar la desesperación. ¿Es la misma actitud que usó usted para negarse a ir a vivir con su padre?
Respuesta. Creo que lo de mi padre era más complejo; aún hoy, lo que ocurrió me parece algo opaco: era bipolar, se hundía, lloraba muchísimo; llegué a pensar que era una mala persona… Pero no creo que quisiera huir. El personaje de Acuario es más cobarde, no soporta la presión y huye porque piensa que no es lo suficientemente fuerte, pero se da cuenta de que sí, que es más resistente, y ese cambio me gusta… Creo que con él reflejo que me habría gustado que los hombres de mi familia hubieran sido más valientes; aún hoy mi tío, hermano de mi padre, no quiere leer mis novelas para no enfrentarse a según qué.
P. Ese personaje cuenta en su vida con cinco huidas, pero no le sirven de nada.
R. Porque nunca se puede escapar de uno mismo. He vivido tentaciones de ese tipo; y mi padre, también: su gran ilusión siempre fue coger la barca y huir, pero no llegó a lugar alguno. Como ocurre en Edipo rey: huye, pero no llega a ningún sitio… A ninguno de los personajes la huida le sale bien: la niña lo hace buscando refugio en el acuario, como los peces, que se esconden de todo; ¿sabe que los peces payaso duermen uno encima del otro? Quieren sumergirse, pero no pueden; buscan aislarse del mundo. Pero la niña no llega a entender a su madre, ni se lo plantea.
P. ¿Entendió usted a su padre?
R. Aún hoy echo en falta no poder hablar con él; si me hubiera confesado todo lo que le pasaba por la cabeza, no sólo lo malo… Poco antes de suicidarse, mantuvo relaciones con mi madrastra, a pesar de que ya estaba con otra persona; ella se dio cuenta de que en la bolsa de viaje llevaba una pistola cargada… Al saberlo, pensé que mi padre, amén de matarse él, en su desesperación podría haber matado antes a otros. Sobre eso reflexionaré en mi próxima novela, aunque no tendrá que ver con mi padre.
P. En sus obras, los adultos suelen confesarse crudamente a sus hijos.
R. Cierto, pero no es demasiado adecuado, a esa edad no se está preparado para casi nada; una confesión de un adulto sobre problemas de sexualidad o sobre los fracasos de su personalidad a un niño lo único que causa es miedo; todos los padres aspiran a proteger a sus hijos: saben que tienen defectos y les preocupan sus efectos sobre ellos; la confesión es una manera de mitigar eso. Pero en la vida uno descubre que, hasta que no vives una cosa, no sirve de nada tanta protección.
P. Hace una descripción detallista de la brutalidad humana, con escenas que se alargan mucho, como las de Cormac McCarthy. ¿Qué buscaba?
R. Pues no lo sé porque cuando escribo todo es muy inconsciente: voy a la máxima velocidad que permite mi teclear; no planifico nunca nada… Y cuando tengo una cincuentena de folios, entonces releo; Goat Mountain (2013) la hice así, en tres días… No sé por qué describo esas escenas… Es puro instinto.
P. Sus personajes tienen pavor a que todo se acabe en un momento. ¿Por eso suelen refugiarse en el ritual de la repetición de cosas o días?
R. Ningún personaje se siente seguro en mis novelas, no tienen terreno alguno que les cobije... Utilizo el método de la tragedia griega, donde al saltar una regla todas saltan: sociales, familiares; mis personajes viven tragedias griegas… Por eso esa necesidad de ritual.
P. Cada pez del acuario simboliza momentos de la novela, pero el halibut se antoja como la gran metáfora de la vida: tiene dos ojos, pero están en el mismo lado; tiene el otro enterrado en el fango…
R. El halibut es mi animal totémico, representa mi vida: en la juventud es cuando se deslizan y contraen sus ojos en un lado… El suicidio de mi padre me pilló en plena pubertad y aún lo hizo todo más confuso para mí: creció un mayor odio hacia mi madrastra, fui con prostitutas… Los peces de Acuario analizan la condición humana.
P. “Todo lo que pasa en la vida deja un golpe y esos golpes no desaparecerán nunca”, se dice en la novela. ¿Predestinación?
R. Casi todo lo que nos ocurre es fruto de unas herencias familiares de las que no podemos escapar; pero en casi todas mis obras dejo un resquicio para poder cambiar esa vida… En cualquier caso, estamos más determinados de lo que estamos dispuestos a aceptar…
P. También en sus obras el pánico, las situaciones límite, suelen ser habituales. En Aquario, se explicita: “Todos vivimos con pánico”.
R. Las situaciones suelen ser bastante desesperadas en mis libros. Pasa en Goat Mountain, en Tierra (2012), aquí… En eso sigo la filosofía de las tragedias griegas: partes de la inmovilidad y, de repente, la vida golpea y aquí llega el pánico… Creo que la labor del buen escritor o dramaturgo consiste en eso: llevar a los personajes a la tragedia, al pánico. El proceso que ha de explicar la literatura es ese: desde que el personaje vive el desequilibrio hasta que pasan cosas y llega la nueva etapa estática… Soy neoclásico... En realidad, escribo tragedias griegas: mi primer borrador suele ser una escena que viene de algún momento anterior y que dará pie a la siguiente; cada escena debe mantener una tragedia en sí misma; suele haber también un tabú que se salta, una única unidad de acción dramática, que se desarrolla sin pausa hasta el final; y también una unidad de tiempo: se desarrollan en un par de días, en tiempo real y comprimido…
P. Habla mucho de teatro clásico…
R. He releído a los griegos, he traducido Las metamorfosis de Ovidio, y el Beowulf, a Chaucer… Intento que sean mis fuentes… La tradición es importante para mí, no quiero hacer trampas posmodernas; quiero ser fiel a la tradición dramática: tener una idea preconcebida es lo peor; las historias no se pueden falsear, ni edulcorar formalmente. Además, yo no soy Tom Wolfe...
P. En Acuario cita tres veces a Willy Wonka, el estrafalario personaje de Charlie y la fábrica de chocolate, de Roald Dahl…
R. La novela me gusta mucho; me seducen estas historias de desclasados sociales, de gente muy pobre que a través de la buena voluntad y el esfuerzo superan la situación de clases…
P. ¿También tiene eso algo de autobiográfico?
R. Buena parte de mi vida la he pasado por debajo del umbral de la pobreza; en 22 años, desde los 18 a los 40, viví en pisos de alquiler asquerosos, llenos de humedad, insalubres, cocinando pasta una vez a la semana y comiendo solo una vez al día… Todo tiene siempre una explicación.
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