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Mejor Artista de Fábrica de Sonidos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La mutación de Anohni como banda sonora del caos

Su álbum 'Hopelessness' encaró con brillantez dos de los grandes desafíos del año, el de la denuncia social y el del emborronamiento de los límites de la personalidad

El músico Antony Hegarty, ahora Anohni, en San Sebastián en 2012.
El músico Antony Hegarty, ahora Anohni, en San Sebastián en 2012.Javier Hernández

Más allá de su condición de bálsamo en medio del caos, de lo que supone como refugio ante un mundo cuyas claves ya escapan a la pericia del politólogo más consumado, la música pop nos proporciona algunas herramientas para entender el mundo que nos rodea. Lejos también del alivio escapista, sigue enfrentándose con sus propias armas, con las de un lenguaje con vigor renovado que se se niega a languidecer —pese a la testaruda comparecencia de sucesivos revivals—, a esa realidad que nos golpea, desde lo colectivo o lo meramente personal, con la misma fría crueldad con la que las hojas van cayendo de nuestros calendarios. En 2016 se ha enfrentado, primordialmente, a dos órdagos: en primer lugar, encarar los rigores de la muerte (los de la propia —David Bowie o Leonard Cohen— o los de ese deceso filial que puede ser aún peor que el propio —Nick Cave—) con obras de gran calado, que le aguantaban la mirada sin pestañear al tajo inminente de la guadaña desde atalayas colosales. Y en segunda instancia, a la denuncia de los sangrantes desequilibrios globales que sacuden el mundo con obras de un aventurismo palpitante, talladas con el cincel de esos discos que parecen destinados a quedar fijados como fiel testimonio de su tiempo.

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En este último negociado, quienes con más determinación notarial lo han logrado (porque hasta las obras más casuales reflejan un estado de las cosas, aunque sea involuntariamente) seguramente sean la británica Kate Tempest y la también británica (aunque neoyorquina por hechuras creativas, desde hace décadas) Anohni, la artista antes conocida como Antony Hegarty. En el caso de esta última, además, sublimando con audacia —y hasta sus últimas consecuencias, dada su condición transgénero— una de la tendencias que también han marcado el año que se nos va: el emborronamiento de los contornos de la identidad del creador merced a los avances de la tecnología, que algunos han difuminado gracias a los tratamientos de voz y a la fragmentación de su obra (los álbumes de Bon Iver o Lambchop son las muestras más notorias) y que en el caso del exlíder de Antony & The Johnsons incide directamente en la cuestión de género. Obviamente, Antony se sentía mujer desde hace muchos años, pero su conversión en Anohni y la escenificación de su mutación sonora en directo, con el rostro completamente cubierto durante más de una hora sobre el escenario por una especie de burka (de esa guisa recaló en su concierto del Sónar en junio, en un bolo impactante y solvente pero, en contrapartida, algo deshumanizado) también envían un potente mensaje al mundo.

Una misiva que, denunciando los desmanes ecológicos, la violencia sexista, la utilización de drones como soterrado método de exterminio por las potencias occidentales o subrayando la decepción ante las promesas no cumplidas de Barack Obama, no iba (ni mucho menos) a cambiar el mundo, pero tampoco iba por ello a renunciar a poner banda sonora a un 2016 que, con el épico y grandilocuente sostén electrónico procurado por Hudson Mohawke y Oneohtrix Point Never, sustanciaba la deslumbrante metamorfosis creativa de Hopelessness (2016). El disco que, haciendo palidecer de envidia a cualquier adalid del soul digital (al fin y al cabo, hablamos de alma, y en sus surcos se desborda), culminaba una transformación cuya semilla fue la implicación de Antony en el proyecto electro pop Hercules & Love Affair hace ocho años, desde un hedonismo bailable que en poco se compadece con su férrea toma de conciencia actual.

El enorme trecho, casi un abismo, que media entre los despreocupados y vivarachos contoneos de Naomi Campbell en el video clip de Freedom! '90 (1990) —tan rescatado ahora que acaba de fallecer quien lo auspició, George Michael— y los lagrimones y angustiados escorzos de la modelo inglesa —un cuarto de siglo después— en el teaser promocional de la fascinante Drone Bomb Me, pórtico de entrada a la magnética ópera prima de Anohni, también da un poco la medida de hacia dónde ha evolucionado el mundo que nos rodea. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Pregunten a los politólogos.

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