Xenia Rubinos: Una luz cegadora
Una voz llena de intensidad y profundidad que hunde raíces en tradiciones muy diversas
Entre las numerosas señales detectadas durante el último ejercicio por nuestro Radar Latino, resulta obligatorio destacar la de Xenia Rubinos. Por intensidad, profundidad y permanencia. Radicada en Brooklyn desde hace una década, Rubinos ha cambiado de tercio con Black Terry Cat, segundo álbum a su nombre. El bilingüismo de Magic Trix, estimulante estreno en larga duración autoeditado en 2012, ha quedado atrás. Apenas hay versos en castellano en su nuevo trabajo, pero el espíritu combativo de la autora permanece. La música de la cantante y compositora estadounidense hunde raíces en el legado de tradiciones muy dispares, pero ahora emite en frecuencias genéricas de encaste negroide, principalmente soul, R&B y hip-hop.
Por las venas de Rubinos fluye sangre gallega y taína, aunque nació y creció en Hartford, la pequeña capital del estado de Connecticut. En casa sonaba la rumba caribeña y el cancionero de la Fania —padre cubano, madre puertorriqueña— pero también se escuchaba a los maestros impresionistas de principios del siglo XX. Empezó a tocar el piano siendo una cría —ahora tiene 31 años— y desarrolló desde pequeña la pasión por la música urbana, reservando sitio en el altar a raperos como Missy Elliott o Busta Rhymes. Su visión musical —siempre panorámica y ajena a prejuicios— se ensanchó en la adolescencia, al conectar con la obra de titanes del jazz como Miles Davis, John Coltrane, Ella Fitzgerald o Nina Simone. Se graduó en la prestigiosa universidad de Berklee, en Boston, donde conoció a Jeremy Loucas y Marco Buccelli, colaboradores de confianza tanto en el estudio como sobre el escenario.
Black Terry Cat está dedicado a Vicente Rubiños, su padre, quien falleció un mes después de que comenzaran las sesiones de grabación. La mayoría de las composiciones que lo dan forma fueron concebidas con bajo eléctrico —Xenia pulsa las cuatro cuerdas en cinco de los catorce temas— y espíritu sincrético. Los influjos son diversos —el funk psicodélico de Sly & The Family Stone, el hip-hop de avanzada de J Dilla, el rap estilizado de Digable Planets o la feroz inventiva del maestro Charlie Mingus— pero la formidable personalidad de la norteamericana termina imponiéndose. Y ojo también a los textos, porque no tienen desperdicio y nos descubren a una artista que no teme alzar su extraordinaria voz para denunciar el racismo sistémico y el clasismo rampante de la sociedad estadounidense. Rastro a seguir, no cabe duda.
Babelia
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