No somos idiotas
Es cierto: España es un mercado ridículo para el hip-hop norteamericano. Allí, los artistas venden millones de discos, tienen sus propias marcas de ropa, suponen un modelo de consumo y son tratados como dioses. Por el contrario, en España apenas alcanzan ventas modestas, no tienen relevancia social y su cuota de mercado se la comen los recitadores locales que usan el castellano, idioma que los aficionados pueden entender no sólo por las dificultades del argot inglés, sino porque el hip-hop local les habla de problemas que ellos ven más cercanos. Todo esto es cierto, pero no debería permitir a los artistas norteamericanos acercarse a España a ofrecer actuaciones tan lamentables como las que suelen protagonizar. La última, a cargo de Missy Elliott.
Missy Elliott
Razzmatazz. Barcelona, 24 de septiembre.
La recitadora de Virginia es un modelo diferente de artista en el hip-hop. En un mundo de testosterona, ella aporta un punto de vista de mujer que se niega a ser objeto. Su capacidad para innovar los sonidos del hip-hop junto a Timbaland, su habilidad como productora y empresaria y sus campañas sociales contra los malos tratos aventuraban un concierto de debut en España que como mínimo tuviese sustancia.
Ella había impuesto su ley. Viajó con un equipo de 35 personas, solicitó una suite doble y una habitación sólo para ser maquillada, cosas todas ellas que parecían garantizar que se tomaba en serio un concierto por el que el público había pagado 40 euros. Incluso se sabía que venía acompañada por un cuerpo de bailarines con los que montar un show, del que la organización le había sugerido eliminar algunos componentes, como por ejemplo la pirotecnia.
Llegado el momento, el concierto de Missy en Barcelona (en Madrid actuó anoche) fue un fiasco. En una hora corta de duración lo más noticioso fue que se cambió tres veces de vestuario, pues el resto fue un coitus interruptus marcado por infinidad de skits (especie de interludios) y por una miríada de canciones expuestas en apenas breves segundos. La intervención de bailarines ejecutando bien coreografías o saltos gimnásticos de break restaron tiempo de escena a la estrella, que en realidad actuó por espacio de no más de media hora. Con apenas un par de singles interpretados en condiciones, como por ejemplo Get ur freak on o Lose control, el resto del concierto fue paja en forma de preguntas al respetable, numeritos bailables con elásticos señores frotándose el paquete mientras una señorita les paseaba los encantos frente a las narices e intervenciones del recitador de apoyo.
Una tomadura de pelo reforzada por bastantes sonidos pregrabados. Si el mercado español no les interesa, algo numéricamente comprensible, que no vengan a actuar. Y si lo hacen, que no nos tomen por idiotas.
Babelia
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