“La fascinación por la novela realista es imbatible”
Use Lahoz relata en ‘Los buenos amigos’ el doble tránsito desde la infancia a la madurez y del pueblo a la gran ciudad
Hay un cierto hábito que vincula a los autores jóvenes con la literatura urbana, si bien parece abrirse una tendencia más rural desde hace unos años. Use Lahoz (Barcelona, 1976) ha cultivado tanto la novela ambientada en una gran ciudad como la que relata la vida en un pequeño pueblo. De hecho, en su último libro, Los buenos amigos (Destino), vincula ambos mundos en una radiografía de la España que transcurre desde los años cincuenta hasta la Barcelona olímpica de 1992. No obstante, lo que realmente le interesa al autor de El año que me enamoré de todas (premio Primavera de Novela de 2013) es la galería de personajes bien hilvanados y la historia de amor, amistad y traición que protagonizan.
“Conozco el pueblo. Voy con mi familia en verano. El pueblo ha sido fundamental para escribir. Mi vocación la despertaron los profesores de literatura que tuve. Pero las vivencias, las historias y las habladurías de allí son importantes para saber y entender cómo ha sido la España de los últimos años. El que sabe de pueblo sabe de pueblos y de ciudad, pero tal vez el que sabe de ciudad solo sabe de ciudad. Un escritor es un observador de la realidad y cuanto más variada sea esa realidad, mejor”, explica Lahoz. “Miguel Delibes, Antonio Muñoz Molina o Julio Llamazares venían tratando el tema rural. No creo que sea una tendencia. Si la historia es buena no importa que sea rural o urbana. Lo que sí creo es que la capacidad de fascinación que tiene la novela realista es imbatible y siempre va a perdurar”, agrega.
Precisamente, la crítica ha destacado Los buenos amigos como un ejemplo de novela realista y ha elogiado la madurez de su voz narrativa, que en este caso se articula a través de un autor omnisciente conocedor de todos los entresijos que afectan a Sixto Baladia. La vida de este personaje, protagonista del libro, da un vuelco cuando, muertos sus padres, su familia del campo decide llevarlo a un orfanato de Barcelona para no tener que hacer frente a otra boca que alimentar.
“Más que la escenografía real de Barcelona, lo que me interesa son las ambigüedades y las disyuntivas morales a las que se enfrentan los personajes. Ahí está la literatura, en ellos, en sus matices, en sus contrariedades, en su evolución. La escenografía es un envoltorio”, explica el autor. “Creo que una novela es la creación de un mundo ficticio, no la composición de un libro de historia. Obviamente, todos los personajes de la novela son hijos de su tiempo: de ahí los curas comprometidos, los sueños hippies o la ingenuidad de muchos de ellos, que pierden la inocencia antes incluso de saber lo que significa”, prosigue.
Gran cronista de viajes —colabora de forma habitual con el suplemento El Viajero de EL PAÍS—, Lahoz reconoce que, si bien no es necesario para la literatura, “haber vivido en La Habana o en Montevideo” (ahora compagina París, donde imparte clases, con Barcelona) le ha servido para su carrera. “Puede ser que eso estimule la imaginación, porque las herramientas del escritor son las experiencias (la memoria), la capacidad inventiva y la constancia, pero no estoy seguro de que viajar sea imprescindible para escribir”, concluye.
De Nabokov a Marsé pasando por Rodoreda
Use Lahoz se expresa sin afectación ni alharacas cuando toca hablar de su oficio: “Supongo que quiero ser yo mismo, pero un día quiero parecerme a Juan Marsé, otro a Roberto Bolaño, otro a Vladimir Nabokov, otro a Jeffrey Eugenides, otro a Mercè Rodoreda... a tantos autores que me han conmovido... La gracia de este oficio es que se aprende, si es que se llega a eso, leyendo y escribiendo; no sales de una universidad como escritor, y cuando escribes inconscientemente sale todo el bagaje de lecturas, tu educación sentimental sobre la que te apoyas”.
Babelia
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