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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Y ahora… el Instituto Cervantes

El nuevo estatuto de la Biblioteca Nacional aprobado por el Gobierno abre el turno de la renovación para otras instituciones

Jesús Ruiz Mantilla
Fachada de la Biblioteca Nacional de España.
Fachada de la Biblioteca Nacional de España.BERNARDO PÉREZ

Primero fue el Museo del Prado, después el Teatro Real, más tarde el Reina Sofía, ahora la Biblioteca Nacional. ¿Y después? Pues, obviamente, le toca el turno al Instituto Cervantes.

El Gobierno aprobó ayer, viernes, el nuevo Estatuto de la Biblioteca Nacional. Llega con retraso respecto a la urgente realidad de la gestión que necesita la cultura, y más después de haber comprobado el éxito que una mayor autonomía ha proporcionado al Prado, al Real y al Reina Sofía. Sin embargo, nunca es tarde y dicho estatuto supondrá un revulsivo para una institución vibrante, esencial y llena de vida. El nuevo marco le dota de esa libertad tan deseable contra las trabas de los retrasos burocráticos o la kafkiana pila de informes por firmar que truncan paciencias, voluntades y achantan iniciativas.

El proyecto prevé la creación de un comité científico y dos nuevas divisiones para lidiar con la actividad cultural —creciente en el caso de la Biblioteca— y a los cruciales procesos y servicios  digitales. Además —muy importante—, un real patronato se encargará de captar recursos. Esto a menudo llama a engaño. Más en el caso de gobiernos con clara tendencia a escorar hacia lo neoliberal, como el que nos toca en suerte.

Si Cristóbal Montoro, el ministro de Cultura de facto a lo largo de la crisis, ha cedido, es porque debe de estar frotándose las manos al pensar que esto exonera al Ejecutivo a la hora de proporcionar fondos o justificar su política de recortes y eutanasia activa a la cultura. Pero quien así lo crea, está confundido. Porque lo ideal en este modelo —y lo puede ser, si se aplica con justicia— es que la autonomía sirva para que,  junto a lo que que debe proporcionar el Estado, se capten fondos que motiven a empresas, corporaciones, ciudadanos y sociedad civil a colaborar en su crecimiento. Es algo que debe ir acompañado de una fuerte, solvente y atractiva ley de mecenazgo, la gran deuda del Gobierno en la etapa anterior.

La cuestión está en que el modelo no habilite la coartada de la desaparición del Estado en la articulación de la gestión cultural, sino que venga a apoyarla. Ha ocurrido en el Prado, con notable disgusto de Miguel Zugaza, que acaba de dejar la dirección del museo. Los recortes de más de un 60% desde el inicio de la crisis —unos 16 de millones de euros al año— han convertido en raquítica la aportación del Gobierno en un descenso continuado en barrena que le ha irritado mucho. Lo mismo ha sucedido en los demás museos y, algo menos, en el Real, con el consuelo de que allí se muestran satisfechos del éxito —envidiado y a imitar— de su política de patrocinios.

La autonomía ha llegado al fin a la Biblioteca Nacional. Esperemos que, junto a ella, no se presente el escaqueo público del Gobierno respecto a la cultura

La autonomía ha llegado al fin a la Biblioteca Nacional. Esperemos que, junto a ella, no se presente el escaqueo público de un Gobierno con demasiada tendencia a dejar que todo lo empape la congelada influencia de los expertos en Hacienda respecto a la Cultura.

El de la BNE ha sido un largo anhelo reivindicado insistentemente en la anterior legislatura por Ana Santos Aramburo, su actual y muy eficaz directora. Lo mismo que Víctor García de la Concha, responsable del Instituto Cervantes, no se rinde a la hora exigir la suya. En su caso, lo tiene más crudo. Así como los equipos de Cultura ocupan más bien poco en las preocupaciones y urgencias de un ala fuerte del Gobierno que los considera un florero, el Cervantes representa un capricho en un Ministerio de Asuntos Exteriores con un cuerpo diplomático menos dado a ceder sus privilegios.

Es uno de los serios inconvenientes de la institución: que la aún potente, y de calado, acción subterránea de la diplomacia —sin apenas idea de lo que debe ser la moderna gestión cultural a gran escala— lo contempla como un caramelo de retiros, dádivas y caprichos más que como una máquina de expansión seria de la potencia cultural que refleja hoy una lengua como el español. El camino hacia su autonomía requiere salvar más obstáculos: no solo de recursos, sino también de niña bonita para el cuerpo de Exteriores.

Sin embargo, el futuro del Cervantes en este mundo dinámico, acelerado y cambiante, no admite retrasos ni ninguneos: se fundamenta en una plena independencia de acción. Y, ante todo, alejado, como dice García de la Concha, "de los vaivenes políticos".

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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