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La tele ignora el mundo analógico

Las series se sumergen en un universo digital: si Bogart viviera hoy, tendría un teléfono en la mano, no un cigarrillo

Sergio del Molino
Escena de la serie 'Friends'.
Escena de la serie 'Friends'.

Cuando salga, habrá tres generaciones nuevas de iPhone”, dice Piper justo antes de entrar en la prisión en el primer episodio de Orange is the new black. En el segundo, hace prometer a su novio que no verá Mad Men sin ella, que aguantará hasta que cumpla la condena. Él asiente, pero rompe su promesa y se pone al día con la serie. Cuando ella se entera, se abre el primer gran conflicto en la pareja (el hecho de que Piper comparta prisión con su antigua amante lesbiana no parece tan grave como esta traición televisiva). El novio ve Mad Men en el ordenador. Se supone que legalmente, pero no a la hora de su emisión en la cadena AMC. Eso ni se plantea: es una pareja joven que no ve la tele. Nadie ve ya la tele en las nuevas ficciones televisivas. No hay salones con aparatos encendidos y ni siquiera se usan como recurso para insertar una noticia en la trama. Ahora, se enteran por Twitter. Si Bogart viviera hoy, llevaría en la mano un teléfono y no un cigarrillo.

Orange is the new black fue, junto a House of cards (ambas, joyas de la corona de Netflix), la primera gran serie que no se emitió por una cadena de televisión convencional. Aquello sucedió en 2013. Desde entonces, el mercado de la tele a la carta en línea ha crecido y se ha diversificado mucho en la mayoría de los países occidentales, y sus ficciones celebran el nuevo mundo feliz, hipertecnológico e hiperconectado. Y no solo la nueva tele. El 25 de febrero de 2015, Modern Family emitió un episodio titulado Connection Lost, que simulaba verse a través de la pantalla de un Mac, usando todas las aplicaciones de Apple, hasta el punto de parecer un anuncio (en el fondo lo era, pero la compañía ya había usado varias veces la trama de la serie para promocionar sus productos), lo que no impidió que recibiera muy buenas críticas y fuese premiado con un Emmy ese mismo año.

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Master of None, la comedia ácida del muy popular Aziz Ansari, comienza con la rotura de un preservativo en medio de un coito. Al instante, los protagonistas cogen sus teléfonos y buscan en Google cuál es el riesgo de embarazo. Las pantallas iluminan sus caras en la penumbra del dormitorio. Comparan la información de algunas páginas y deciden salir a comprar la píldora. “¿Llamo a un Uber?”, pregunta él, y ella asiente y desaparece del plano, que se centra en el protagonista buscando en el móvil: “Hay un UberX a tres minutos y un Uber Black (más caro) a quince. Vale, cojo el Black, no quiero que pienses que soy un tacaño”.

En el episodio piloto de otra comedia, Easy, la pareja protagonista vuelve de una cena y se disculpa ante la canguro: “Perdona, se me ha olvidado pasar por el cajero, ¿te pago por Paypal?”. En Cómo conocí a vuestra madre, el personaje de Barney increpa a Ted: “Abandona tu romanticismo, sueñas con ver a tu chica ideal desde un kiosco de prensa y que ella esté leyendo una novela en una agencia de viajes: ninguna de esas cosas existe ya”. River, serie policiaca británica, está protagonizada por un detective que tiene dos rarezas: convive con alucinaciones de gente muerta y es un inadaptado digital. Trabaja en una mesa atiborrada de dosieres que no sabe buscar en un ordenador y tiene la casa llena de discos de vinilo. “Podrías meter toda esta música en el teléfono”, le dice su compañero. “¿Para qué querría hacer eso?”, responde. El detective River es un marginal estancado en un mundo analógico, tan anacrónico como si viajara en dirigible y vistiese levita.

Nadie ve ya la televisión en la nuevas ficciones televisivas, no hay salones con aparatos encendidos. Se enteran de las noticias por Twitter
Escena de la serie 'Orange is the new black'.
Escena de la serie 'Orange is the new black'.

Aziz Ansari, uno de los pocos cómicos capaces de llenar el Madison Square Garden, ha hecho del optimismo tecnológico uno de sus leitmotivs más aplaudidos, y llega a burlarse de la torpeza de su padre usando un iPad. Incluso un cómico tan corrosivo y pesimista como Louis C. K. se rinde a esta tendencia en un monólogo donde argumenta que el peor teléfono moderno es mucho mejor que cualquiera de los humanos que lo usan: “Vivimos un milagro y, en vez de celebrarlo, nos quejamos. ‘Mierda, cuánto tarda esta foto en mandarse’, dicen. ¿Quieres hacer el favor de darle un segundo? ¿Tanto te cuesta esperar a que la señal viaje al espacio y vuelva? Tienes en tus manos un milagro y no haces más que quejarte. Prueba a construir tu propia red con dos latas y un hilo, gilipollas”.

Momento del capítulo Connection Lost de 'Modern Family'.
Momento del capítulo Connection Lost de 'Modern Family'.

Todo esto puede leerse como un reflejo del mundo en que vivimos, pero las series no son exactamente tal reflejo. Los mecanismos de identificación no funcionan tanto por analogía como por aspiración. Hace años, Friends (1994-2004) y Sexo en Nueva York (1998-2004) recibieron críticas por transmitir un arquetipo del profesional urbano que no tenía correspondencia con la realidad. Efectivamente, la mayoría de sus seguidores no residían en Manhattan sin trabajar apenas y disfrutando de una vida próspera y adolescente, pero se identificaban con ese ideal. Era la vida soñada o la aspiración de millones de treintañeros en todo el mundo. Por eso tienen también éxito las telenovelas sobre familias ricas en audiencias de países empobrecidos. ¿Puede suceder lo mismo con estos subrayados tecnológicos? Es decir: ¿vivimos ya esa vida digital o nos gustaría vivir en ella y por eso aplaudimos su propaganda y exaltación?

Las series celebran un nuevo mundo feliz, hipertecnológico e hiperconectado

La Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), agencia de la ONU, elabora un índice de desarrollo de la sociedad de la información (IDI), a través de muchos parámetros que evalúan el grado de penetración de las nuevas tecnologías en los distintos países. Corea, Dinamarca e Islandia lideran la clasificación, y Estados Unidos no aparece ni entre los diez primeros, ocupando el puesto 15 (España empezó en el 30 en 2010 y ha escalado hasta un honroso 26). Asimismo, el último informe sobre La sociedad de la información en España, editado por la Fundación Telefónica, constata que hay muchos aspectos analógicos que no solo resisten en el nuevo mundo digital, sino que le ganan terreno. Uno de los más destacados es el de los libros: mientras el ebook retrocede, el mercado editorial da muestras (tímidas) de recuperación.

¿Qué quiere decir esto? Que es probable que esta exaltación tecnológica vaya dirigida a una audiencia que vive dentro del nuevo mundo, pero conserva un pie en el anterior, y por eso ríe los chistes de Ansari y aspira a imitar la desenvoltura de esos personajes que pagan a la canguro con Paypal. O tal vez no. Puede que solo sean nativos digitales burlándose de los ancianos torpes como el detective River.

Sergio del Molino es escritor, autor de ‘La España vacía’ (Turner)

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

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