No es el Jarmusch para bobos pretenciosos, sino cine notable
Salí de su estreno con la sensación que provoca el aire puro, consciente de su notable encanto
Paterson
Dirección: Jim Jarmusch.
Intérpretes: Adam Driver, Golshifteh Farahani, Helen-Jean Arthur.
Género: comedia, drama. EE UU, 2016.
Duración: 118 minutos.
Jamás he profesado culto al cine de Jim Jarmusch, uno de los directores vanguardistas más idolatrados por minorías cinéfilas convencidas de que su paladar es capaz de disfrutar de exquisiteces que el gran público ignora. Me sorprendió su estilo, su sentido del humor y su excéntrico mundo en las primeras películas. Sin apasionarme, haciéndome sonreír, a veces, esas anécdotas tan exprimidas y sus pintorescos personajes, fatigándome con el ritmo lento que cree que necesitan sus historias.
Curiosamente, solo le había disfrutado en sus películas más convencionales, con posibilidades de transitar por el cine comercial de prestigio, protagonizadas por intérpretes en posesión de cierto tirón. Son Ghost Dog, el camino del samurái y Flores rotas. Y en los últimos tiempos me ha provocado sensaciones paralelas y tan contradictorias como el sopor y el ataque de nervios con las incomprensibles, seudolíricas y bobamente pretenciosas Los límites del control y Solo los amantes sobreviven.
Con estos sombríos antecedentes, es lógico que careciera de la menor ilusión cuando incluyeron en la última edición del Festival de Cannes el estreno en la sección oficial de Paterson. También comprendo las alborozadas expectativas de la inmensa mayoría de la crítica y de los informadores, ya que Jarmusch representa uno de los mayores iconos del cine moderno para el erudito y sofisticado público festivalero.
“Sorpresas te da la vida”, afirmaba el agonizante rufián Pedro Navaja. Y el cine. Positivas en el caso de Paterson. Salí de su estreno con la sensación que provoca el aire puro, consciente de su notable encanto, sintiendo su poética, con envidia descarada hacia la compartida felicidad que construye cotidianamente esa pareja deliciosa. Ella es preciosa, naïf, lucha por sus complicados sueños, se empeña en adornar con círculos todos los objetos de su vida cotidiana. Él conduce un autobús, observa mucho y escucha mucho, habla poco, su cabeza no descuida el volante pero puede compaginarlo con que en ella y en su corazón nazcan poemas; hace el mismo recorrido todos los días, al anochecer saca a pasear a su cabroncete y celoso perrillo y toma una cerveza en el bar de siempre (maravilloso, hopperiano bar, pero sin su irremediable soledad), su concepto de belleza está claro, conversa de vez en cuando con niños y adultos cálidos y misteriosos, se cruza con numerosos gemelos.
Durante una semana vamos a ser indiscretos testigos de la conmovedora ¿monotonía? de ese hombre y esa mujer que saben disfrutar de su refugio, que tienen anhelos, que asumen con bonhomía su realidad, que se quieren y se desean. Jim Jarmusch logra, siendo fiel a su estilo narrativo, al ritmo pausado, a los pequeños y sutiles detalles, que te introduzcas en el peculiar universo de esa gente, que te envuelva la atmósfera que crea describiendo su existencia, que les desees una placidez duradera, que él acabe viendo impresos sus versos y ella acabe siendo una estrella del country. Y si eso no ocurriera, que sigan como están.
Veo por segunda vez Paterson, en Madrid, fuera del estrés festivalero. Y a la salida compruebo que mi sonrisa es la misma de la primera vez. Y... bueno, lo de antes, sorpresas te da la vida, sorpresas te da el cine.
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