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Blogs / Cultura
Elemental
Coordinado por Juan Carlos Galindo

Misterios erótico-grotescos: Edogawa Ranpo, el bizarro rey del pulp japonés

La novela negra japonesa tiene una curiosa vertiente que repasamos en nuestra tercera entrega sobre el género en aquel país

Hoy vamos a hablar de misterios japoneses. Y el primero es el sexo. Lo de la sexualidad en Japón es un expediente X, y nunca mejor dicho. Porque el imperio de los sentidos es más bien el de los sinsentidos. Y si no, ahí va un dato alucinante: Japón, esa gran potencia mundial del fetichismo, es uno de los países donde menos se practica el sexo. Y no porque las asiáticas tengan migrañas crónicas, que conste. Son ellos, los mismos que luego se ponen a mil con un masaje de orejas (y no es broma), los que se hacen los estrechos.

¿Será por eso que los reprimidos japonesitos gustan tanto de las desviaciones sexuales? Tal vez, pero lo que aquí y ahora nos interesa es que lo de la perversión nipona no es nada nuevo. Ya en los años 20 del siglo pasado, parieron un subgénero literario tan aberrante que solo podría ser Made in Japan: el ero guro, el erótico grotesco.

Pero mejor retomemos la historia del país del Sol muriente donde la dejamos…

Ranp, padre del género, fue criticado durante mucho tiempo por ser una simple copia de los maestros occidentales

Como decíamos ayer… Las revistas de literatura popular de entreguerras como Shin-Seinen (literalmente, “nueva juventud”) fueron la verdadera cuna del crimen literario japonés. Eran publicaciones pensadas por y para jóvenes urbanitas de Extremo Oriente para los que el género era algo exótico y moderno. Lo más de lo más. De entre la larga lista de asesinos autóctonos que perpetraron sus primeras fechorías en sus páginas destaca por méritos propios Edogawa Ranpo (1894-1965), unánimemente considerado el padre de la ficción detectivesca japonesa.

El padre del género

Edogawa Rampo vino al mundo en Nabari, prefectura de Mie, con el mucho más castizo nombre (donde va a parar) de Hirai Taro. No obstante, pronto se trasladó a Tokio, donde estudió Economía. Y fue durante esos locos años universitarios cuando, quizás por falta de sustancias psicotrópicas, el joven Taro descubrió a Poe, Chesterton y Conan Doyle. Tal fue su fascinación por la lógica de los maestros de occidente que, contra toda lógica, quiso marcharse a América para dedicarse a escribir relatos de misterio.

Lástima que, paradójicamente, el aspirante a asesino literario no tuviera donde caerse muerto.

De la mano de Poe

Por eso, como otros tantos letraheridos, Taro desempeñó mil y un pintorescos oficios, como vendedor de fideos y dibujante, hasta debutar como juntaletras en 1922 bajo el pseudónimo de Edogawa Ranpo. Bueno, como hoy estamos tan misteriosos (y he dado alguna pista), te propongo un juego deductivo: deja de leer por un momento y piensa. Un poco, solo un poco: ¿adivinas de dónde viene ese nombre?

Elemental (hablo del blog, claro). Edogawa Ranpo es la transcripción fonética al japonés del nombre de su admirado Edgar Allan Poe. Homenaje que le valió no pocas críticas en sus comienzos, cuando algunos colegas lo tildaron de ser una mera copia de sus autores anglosajones favoritos en un momento en el que empezaban a surgir voces críticas contra la imparable occidentalización del país del Sol Naciente y su progresiva pérdida de identidad cultural.

Sin embargo, como los partos de Rampo se vendían como rosquillas, el bueno de Edogawa pronto pudo hacer realidad su sueño de dedicarse profesionalmente a la escritura. De hecho, publicó un sinfín de relatos y novelas serializadas donde, como otros autores de su tiempo, demostraba una gran fascinación por los avances tecnológicos de Occidente (especialmente la óptica y el psicoanálisis), con abundantes guiños y referencias a escritores anglosajones.

Buena muestra de la influencia extranjera sobre su obra es El extraño caso de la isla Panorama (Satori, 2016), en el que, inspirándose en relatos de Poe, un aspirante a escritor idea un maquiavélico plan para suplantar la identidad de un joven acaudalado, a fin de hacer realidad su sueño de crear una utópica isla repleta de ilusiones ópticas y paisajes paradisíacos.

Por otro lado, entre los misterios más canónicos de Ranpo destaca la serie protagonizada por el detective privado Kogoro Akechi, un maestro del disfraz y el razonamiento deductivo que aún hoy sigue siendo famosérrimo por esos pagos.

La pesquisa más conocida de este sabueso, La lagartija negra (Jaguar, 2009), cuenta el ingenioso tour de force entre Akechi y la camaleónica y escurridiza ladrona que da título a la novela. Una obra repleta de vueltas de tuerca que, al menos a mí, terminó agotándome, por intentar el más difícil todavía al final de cada capítulo (se publicó por entregas, y supongo que había que rizar el rizo para ganarse el pan). Un dato curioso es que fue adaptada a la gran pantalla en 1968, con guión y cameo del controvertido Yukyo Mishima.

Historias oscuras y macabras

En el mismo pack (y por el mismo precio), llegó a España La bestia entre las sombras, una narración breve que, in my opinión, resulta mucho más interesante. Un misterio metaliterario narrado en primera persona por un autor de misterio (con referencias a relatos del propio Ranpo) que, sin perder de vista la trama, se adentra algo más en la psicología de sus protagonistas.

Pero además de pionero del misterio, Edogawa Ranpo es el máximo exponente del eroguro. Muchas de sus historias, aún hoy sorprendentemente oscuras y macabras, combinan sin complejos la sexualidad más abyecta con el crimen más refinado. Sus criaturas, generalmente deformes y depravadas, suelen ser asesinos vocacionales que matan por amor al arte, buscando obsesivamente el crimen perfecto.

Una de las obras cumbre de este subgénero, solo apto para los lectores más hardcore, es Moju, la bestia ciega, también editada por Jaguar en 2010, con un interesante prólogo lleno de spoilers que conviene saltarse. Cuenta la historia de un asesino en serie invidente (a mí no me mires) que, haciéndose pasar por masajista, secuestra, somete y desmiembra féminas de piel turgente, abandonando después sus cuerpos de formas estrafalarias y cargadas de humor negro. Esta bizarrísima nouvelle ha sido llevada varias veces al cine, siendo la versión más aclamada la de 1967. Pero como está (desgraciadamente) descatalogada, si quieres descubrir el eroguro (algo que como prueba de salud mental no tiene precio), Rampo, la mirada perversa (Satori, 2016) ofrece una selección de seis relatos erótico-grotescos plagados de ingeniosas muertes y aberrantes prácticas sexuales, perfectas para noquear a los lectores más moralistas y bienpensantes estas Navidades.

Aún más inclasificable (si ello es posible) es Los crímenes del jorobado (Quaterni, 2016). Un enigma de cuarto cerrado con detective amateur que, de pronto, se convierte en una mezcla de novela de aventuras e historia de amor bizantino ambientada en una especie de Isla del doctor Moreau que recomiendo encarecidamente a todo aquel que piense que, a estas alturas, ya lo ha leído todo.

Literatura "perjudicial para el orden público"

Esto es solo una pequeña muestra (la que ha llegado a nuestras librerías) de la fértil (y enfermiza) inventiva de Ranpo antes de la Guerra. Porque cuando estalló el conflicto, la literatura de género dejó de publicarse (algunos dicen que por censura, otros que por autocensura de sus cultivadores) y la narrativa de Ranpo fue prohibida y destruida por ser “perjudicial para la moral y el orden público”.

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Y aunque al finalizar la contienda, Ranpo volvió a las andadas, ya nunca volvió a ser el mismo. Volcó todos sus esfuerzos en el estudio y promoción del género, editando ensayos y numerosas obras de literatura juvenil, con un Kogoro Akechi que poco tenía que ver con el de sus primeros tiempos, acompañado del “club de los chicos detectives”.

Durante los 50, supervisó la traducción de una selección de sus mejores relatos al inglés. Una traducción que, según la leyenda, debió ser un trabajo de chinos más que de japos, porque Rampo sabía leer inglés pero no escribirlo, y su colaborador, hablar japonés pero no leerlo, motivo por el cuál Relatos japoneses de misterio e imaginación (otro claro tributo a Poe) no vio la luz hasta 1956.

Esta antología, ideal para acercarse al perturbador universo del escritor, fue reeditada con ilustraciones por Jaguar en 2013. Destacaremos “La butaca humana”, la extraordinaria historia de un ebanista que se oculta dentro de una butaca para disfrutar del contacto femenino, y “El test psicológico”, un caso de Akechi que aún hoy resulta asombroso.

Por si todo ello fuera poco, Edogawa Ranpo fue el principal impulsor de la asociación de escritores japoneses de misterio, que, en su honor, creó el premio que lleva su nombre, el más antiguo y prestigioso de su país.Y aunque ha transcurrido más de medio siglo desde su fallecimiento, los textos más conocidos de Ranpo continúan siendo reeditados y adaptados una y otra vez al manga, la televisión y el cine.

Por todo esto y mucho más, aunque su obra pueda resultar chocante para el paladar occidental, Edogawa Ranpo está unánimemente considerado el padre de la ficción detectivesca nipona, y todo aquel que quiera descubrirla no puede ni debe dejar de darle una oportunidad al bizarro rey del japulp.

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