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Los fantasmas de la guerra entre pucheros y cacerolas

Sergio Peris-Mencheta estrena en el Valle Inclán 'La cocina', una obra que saca a escena a 26 actores

Rocío García
Un momento de la obra 'La cocina', de Sergio Peris-Mencheta.
Un momento de la obra 'La cocina', de Sergio Peris-Mencheta. MARCOSGPUNTO

La primera impresión es impactante. El escenario aloja una enorme cocina industrial, luces arriba y abajo, con todo tipo de cacharros y mesas de trabajo y ruido de platos, en donde trajina un verdadero ejército de cocineros y camareras, de voces que dan órdenes, de pedidos de comandas, pero también de encuentros y desencuentros personales y hasta amorosos. Hoy es una fecha especial. Es 18 de agosto de 1953 en Londres, día de la firma en esa misma ciudad de la condonación de la deuda a Alemania. Muy cercanas están las heridas de la Segunda Guerra Mundial y más en esta cocina de un gran restaurante en el que conviven trabajadores de distintas naciones de Europa, alemanes y griegos, londinenses y franceses. La cocina, de Arnold Wesker, dramaturgo clave en la escena teatral en Gran Bretaña, se estrena mañana en el Teatro Valle-Inclán de Madrid, en un gran montaje con 26 actores en escena bajo la dirección de Sergio Peris-Mencheta (Madrid, 1975). Silvia Abascal, Roberto Álvarez, Patxi Freytez, Javivi Gil Valle, Diana Palazón, Alejo Sauras, Nacho Rubio y Xabier Murua son algunos de este numeroso elenco, algo insólito en el teatro español en estos momentos de penuria.

La obra se desarrolla a lo largo de una jornada de trabajo, cuando los cocineros, camareras, ayudantes y aprendices se van incorporando bien temprano para prepararse a dar de comer a 1.500 comensales entre el almuerzo y la cena. Llegan sabiendo que les espera un trabajo duro, alienante y mal pagado. No hay una trama en sentido convencional, sino que el espectador va a asistir, además de al gran espectáculo del trabajo en una cocina, a pequeñas historias personales, a momentos de intimidad, al encuentro con un par de nuevos trabajadores que se incorporan, a los amores del alemán Peter con la francesa Monique, al embarazo de Cynthia o al enfrentamiento entre Gaston y la mujer encargada de las verduras. También a las risas y a los momentos de descanso y de ocio. Es toda una coreografía medida al milímetro de una actividad intensa, a ratos enloquecida, de entradas y salidas a un supuesto comedor donde esperan los comensales, bajo la atenta y autoritaria mirada del dueño de este restaurante de nombre Marango’s. “La infelicidad de estos trabajadores se palpa, los fantasmas de la guerra siguen ahí, es como un volcán a punto de erupción”, explica Peris-Mencheta, micrófono en mano durante los ensayos para hacerse oír en esta enorme escenografía.

“Desde el principio, Wesker dibuja el enfrentamiento entre dos bandos; los alemanes y los griegos. ¿os suena?”, resalta el director , que ha tenido bien presente “el tesoro dramatúrgico” del enfrentamiento actual entre Grecia y Alemania para dibujar la actualidad de una realidad que viene de lejos. Para el montaje de esta obra, que ya representó hace doce años en su época de teatro universitario con algunos de los mismos actores que ahora se han unido a este montaje,  Peris-Mencheta leva trabajando desde 2014. Ha dibujado cada uno de los recorridos, y son muchísimos, que hacen los 26 intérpretes a lo largo de las más de dos horas de duración y que conforman una coreografía minuciosamente ensayada. Con el asesoramiento culinario del chef de El Bohío, Pepe Rodríguez, y el tratamiento escénico de Chevi Muraday, La cocina se representa a cuatro bandas, con los espectadores abrazando el escenario. “A mí siempre me ha gustado el teatro a cuatro bandas, pero en esta ocasión es más necesario que nunca. El mundo aquí es una cocina, un universo circular. Excepto en algún momento puntual, el espectador pondrá el foco donde él desee, más que donde el director le pueda marcar. Dependiendo de donde el público se sitúe, se podrá ver una función distinta. Esto forma parte del encanto de esta obra”.

En esta intensa y agotadora jornada laboral, todos los actores elaboran exactamente el menú que se ha escrito en la pizarra. Sin alimentos reales, estos cocineros y camareras limpian, cortan, baten, cocinan y sirven como si de verdad estuvieran realizando las recetas elegidas. Limpian el pescado, cortan la carne, sirven el café, elaboran el postre. Es tal la perfección de los gestos, que uno se olvida de que trabajan con el aire. Los alimentos no se ven pero se huelen, pues debajo del escenario, oculto a la vista, se irá cocinando parte del menú. Un espectáculo de olores y colores, pero también de infelicidad e incomunicación, de sinsabores. Ya lo dejó escrito Arnold Wesker (Londres, 1932-2016): “He mostrado la fachada de la cocina, y luego la he abierto un poco para que se viera todo lo podrido que hay dentro”.

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