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El ingenio del superviviente

El nigeriano Teju Cole firma un libro excelente sobre la miseria y la corrupción en su país

Un hombre en medio del vertido de una refinería ilegal de crudo en Nigeria. 
Un hombre en medio del vertido de una refinería ilegal de crudo en Nigeria. Reuters

Si, como sugería en mi crítica a Ciudad abierta, su anterior y excepcional novela, Teju Cole me recordaba en su visión de Nueva York al flaneur de Baudelaire un siglo después, en esta Cada día es del ladrón —su primera novela, en realidad—, el personaje-paseante es más bien un personaje del Sebald de Los anillos de Saturno. Cole, nacido en Michigan, recriado en Nigeria y vuelto a EE UU en 1992, se dispone a viajar a Lagos. La familia, el recuerdo de la infancia, la curiosidad lo empujan. Es un viaje de reconocimiento en 2006 que le va a mostrar no ya el cambio de Nigeria en esos 15 años de ausencia, ine­vi­ta­ble, sino algo más asombroso: el peso de la globalización. El descubrimiento es anonadante: Nigeria sigue siendo un país tercermundista y una sociedad descoyuntada, sin referencias institucionales acordes al menos con la convivencia y el respeto, pero en cuanto a la corrupción, la comparte con cualquier país del mundo civilizado (en mayor o menor medida), con sus lacras de delincuencia, abusos, explotación y corrupción. Finalmente, la globalización alinea a todos en un mismo escenario: la sociedad del fraude, la única globalidad real.

La impresión general de este viajero que recorre calles y lugares, habla con gente, observa y recuerda es de abatimiento. Lo que ocurre es que todo el mundo sabe, lo acepte o no, que la corrupción es el aceite que engrasa la maquinaria de supervivencia del país; un país de notables recursos naturales, empezando por el petróleo. La gente que no es deshonesta convive con la deshonestidad, “traga” con ella, como diría un castizo, y no se vislumbra un futuro. En Nigeria cada día es del ladrón.

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Lo que su andadura provoca al autor, que va de aquí para allá como observador atento de la realidad alrededor y de sí mismo, es, en primer lugar, un desánimo inicial que poco a poco se compadece con la admiración que todos sentimos hacia el ingenio del superviviente, que lo mantiene en pie e incluso le facilita un extraño optimismo vital. Su propia familia está habituada a esa vida cotidiana de indignidad y descaro en el trapicheo, de mordidas y propinas; no hay otro horizonte, así es como suceden las cosas en Nigeria. Al término del viaje, en un momento en que Teju Cole está enfermo y abatido y el futuro y la imagen de su país lo abruma, le dicen: “¡Relájate! Dios está al mando”. Es una conclusión impagable, de una explicitud total.

Un par de ejemplos animarán al probable lector de este libro excelente. Uno es la figura del pastor Okakunde, una especie de telepredicador que desde un escenario arenga a sus seguidores. “El pastor Okakunde va ataviado con traje de seda. Calza zapatos de excelente cuero italiano; habla con acento estadounidense, como conviene a un hombre próspero, alabado sea el Señor. (…) El pastor Okakunde posee varios Mercedes Benz. No está claro si vive tan victoriosamente como el pastor Michael, que, como es sabido, tiene un Rolls Royce y un Learjet, alabado sea el Señor. Pero que, inexplicablemente, acaba de morir. Los caminos del Señor son inescrutables”. El ejemplo contrario es la tienda de discos y libros no pirateados. “El dueño es uno de esa estirpe rara pero tenaz de innovadores culturales nigerianos (…) Aquí está al fin, pienso, el rayo de sol que estaba buscando”.

Cole, con esa mirada maravillosa que posee, selectiva, empujada por la curiosidad y la inteligencia y la sensibilidad del artista, recorre el país entre recuerdos y realidades y lo cuenta como si las personas y las cosas se le fueran presentando. Es la vida como un tejido de relatos, no hay orden ni trama, solo un precioso puñado de anécdotas en las manos de un viajero que teje su texto tocado por la sencillez de la gracia.

Cada día es del ladrón Teju Cole Traducción de Marcelo Cohen Acantilado Barcelona, 2016 144 páginas. 16 euros

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