La mítica de lo inhóspito

Que una frase de Malcolm Lowry, viajero impenitente, explorador de tierras y de almas, inmersa en su mayúscula novela Bajo el volcán, encabece el documental Socotra, la isla de los genios, tiene todo el sentido del mundo: un soñador de tiempos y de territorios, hablando de un paraíso mítico e inhóspito, del lugar del que Marco Polo afirmó que sus habitantes eran los nigromantes más poderosos del mundo. Jordi Esteva, documentalista, viajero y escritor, ha compuesto una obra al margen: de las convenciones artísticas y comerciales, de la narrativa habitual; quizá desigual, pero apasionante en buena parte, sobre esa isla del océano Índico, entre Somalia y Arabia, en la que se dice Gilgamesh obtuvo la planta de la inmortalidad.

Socotra es origen y misterio, y así lo narra Esteva en una obra filmada en blanco y negro, seguramente para separarse del clásico producto de naturaleza que linda con los del National Geographic. Un blanco y negro especial, muy saturado, casi en la línea de los magníficos retratos de Anton Corbijn, pero que no ilumina estrellas del rock sino lugareños de rostro marcado por los surcos de una vida al margen. Basada en un libro del propio Esteva, de título homónimo, la película está anclada en el relato contado a la luz de una hoguera, y en la inmersión a través de cánticos y ambientes, pero le cuesta encontrar una estructura clara, un hilo conductor. Es la contrapartida de haber huido de lo obvio, de la información didáctica sobre sus seres humanos, sobre sus vidas e ilusiones, sobre lo que esperan de la existencia. Cosas del primer, del segundo, del tercer mundo. Socotra es otra cosa, va más allá. Es simplemente un viaje al pasado, en tiempo presente.