En las entrañas del mal

Al director de escena Christof Loy le encanta diseccionar el alma de los personajes con la precisión de un cirujano. No siempre se entiende lo que hace, pues suele envolver la acción operística con lecturas psicoanalíticas que, sin manual de instrucciones, complican la vida al espectador desprevenido. En su montaje de Macbeth,primera ópera de Giuseppe Verdi sobre un drama de Shakespeare, va directo a las entrañas del mal y traza un surrealista retrato en blanco y negro de las ambiciones, temores y remordimientos de la siniestra pareja protagonista; aún sin entender bien lo que pretende, el espectáculo impacta por su monumental escenografía.

Tras el pésimo Otello de la temporada pasada, el Liceo cierra el año Shakespeare con esta grandiosa producción de Macbeth del Gran Teatro de Ginebra, estrenada hace seis años y que no se había visto de nuevo hasta su llegada al coliseo barcelonés. La monumental escenografía única de Jonas Dahlberg es impresionante; sólo con ver la imponente escalera o la inacabable mesa del brindis de la coronación te entra miedo: sabes al instante que en ese lugar se masca la tragedia.

Juega el director de escena alemán con los contrastes de claros y oscuros, bien iluminados por Bernd Purkrabek, para potenciar los elementos más perversos en una lectura del drama de Shakeaspeare de estética cinematográfica y tintes surrelistas; los fantasmas de Macbeth y su sanguinaria esposa están en el interior de sus mentes enfermas de ambición y poder. Loy mueve los hilos en una ceremonia confusa, pero con escenas de gran fuerza teatral; convertir a las brujas en personal doméstico de la mansión victoriana da mucho juego y añade carga sexual a los delirios del paranoico Macbeth.

En su debút liceista, el director italiano Giampaolo Bisanti, de gesto claro y directo, algo que siempre agradece la orquesta, alternó episodios de nervio y tensión con pasajes de trazo grueso y exceso de decibelios. Tanto la orquesta como el coro se mostraron en buena forma, aunque musicalmente faltó grandeza verdiana en los fabulosos concertantes.

Algo le pasa al Liceo con Verdi, porque los repartos, aún contando con voces de prestigio internacional, no responen al notabílisimo nivel que se alcanza en las óperas de Wagner y Strauss. Y en Macbeth las voces no entusiasman: el barítono francés Ludovic Tézier y la soprano austriaca Martina Serafin son excelentes cantantes en otros repertorios, pero este título no dan la talla. Tézier canta con un fraseo elegante, pero su voz lírica, ideal en aguas belcantistas, brilla sólo parcialmente en los dúos y va a más en su gran aria final; Macbeth, sin embargo, exige más intensidad y fuerza dramática.

El canto verdiano debe estremecer al espectador y eso solo se consiguió a ráfagas, porque tanto Tézier como Serafin se vieron desbordados por las exigencias de sus colosales personajes. El teatro musical de Verdi nace en la fuerza incontenible de la voz y si una Lady Macbeth no da miedo, la cosa no funciona; sin graves consistentes y con agudos gritados, Serafin dejó el caracter demoníaco del personaje en tierra de nadie.

No tuvo buena noche el tenor albano Saimir Pirgu ofreciendo un Macduff irrelevante y extrañamente apagado; algo más satisfactorio el rendimiento del bajo ucranio Vitalij Kowaljow en el papel de Banco y correctos en sus cometidos, aunque no siempre audibles, el tenor catalán Albert Casals (Malcolm), la soprano catalana Anna Puche (dama de Lady Macbeth), el barítono andorrano Marc Canturri (sirviente/sicario y heraldo) y el bajo alicantino David Sánchez (médico).