La cúpula de cristal de las artistas
La maternidad aún obliga a muchas mujeres a escoger entre familia y creación
El arte está cubierto por un cielo poco protector y las artistas, como otras profesionales, han sufrido el olvido y los estereotipos. El trabajo exige tanto que o bien la familia o bien la obra lo acaban pagando. A veces, parece imposible tenerlo todo. La artista británica Tracey Emin, famosa por My Bed (1998), una cama deshecha con restos de menstruación y condones usados, sostenía en la revista Red Magazine, que de haber sido madre, su creatividad habría salido perjudicada. “Sé que algunas mujeres pueden hacerlo. Pero no es ese el tipo de artista al que aspiro ser. Habría sido cien por cien madre o cien por cien artista”.
Esa idea de todo o nada no es un páramo solitario de la creadora británica. Marina Abramovic, quien desde hace décadas entiende la práctica artística como un sacerdocio, narraba en el periódico alemán Tagesspiegel que era inevitable la renuncia a la maternidad. Al menos para ella, que ha vivido tres abortos. “Es la razón por la que las mujeres no tienen tanto éxito como los hombres en el mundo del arte”, relata. “Hay bastantes mujeres con talento. ¿Por qué los hombres copan los puestos importantes? Es sencillo. Amor, familia, hijos. Una mujer no quiere sacrificar todo esto”.
Resulta imposible entender la reflexión de Abramovic sin recordar otros estereotipos de la creatividad, como el artista eremita o el artista que malvive. Sin embargo, el sexismo y la inequidad fluyen en el mundo del arte. Es fácil sentirlo —frente a los hombres— en el precio de las artistas en subasta, en los programas de las galerías o en las colecciones permanentes de los museos. A veces surgen estrellas como Rosemarie Trockel, Jenny Saville o Yayoi Kusama. Y la Tate Modern exhibe a Marlene Dumas o Agnes Martin (1912-2004). Pero esto no significa que el cristal se haya quebrado. De hecho, la comisaria Maura Reilly ha contabilizado esta injusticia en un ensayo de referencia,Taking the Measure of Sexim: Facts, Figures, and Fixes, 2015. Midiendo el sexismo: hechos, cifras y soluciones. Los números avergüenzan. Entre 2007 y 2014, solo el 29% de las exposiciones individuales del neoyorquino Whitney fueron de mujeres. Su contraparte parisina, el Pompidou, andaba en un 16%. Y la Tate Modern rozó el 25%. El colectivo Guerrillas Girls denunció en 2012 que únicamente el 4% de los artistas expuestos en el Metropolitan llevaban nombre de mujer. Ahora todos los grandes museos (MoMA, Tate, Pompidou) prometen nivelar la balanza. Pero en el día a día del arte (galerías y subastas), los principales marchantes del mundo: Pace (14%), Hauser Wirth & Schimmel (32%), David Zwirner (29%) o Gagosian (14%) siguen defendiendo programas (según el recuento en sus web) donde ellas son minoría. Mientras, en la reventa, pocas creadoras (Cady Noland, Bridget Riley, Julie Mehretu) superan el emblemático millón de dólares. ¿Cómo ser madre y artista cuando hasta la gravedad parece acelerar en contra?
Jenni Sorkin, comisaria e historiadora de arte feminista, busca la respuesta en una voz distinta. “Los hombres tienen un interés personal en el poder y en los logros individuales. Sin embargo, las mujeres representan la tendencia a crear estructuras de poder compartido en el mundo del arte, como galerías colaborativas, programas académicos o pedagógicos”. Puede ser cierto, pero la pregunta continúa sin respuesta. La artista conceptual Dora García, madre de dos adolescentes, la ha buscado. “En todas las profesiones se produce esa duda, cuando se tienen muchas ambiciones personales; en todas existe ese momento de vacilación sobre sí tener hijos será un impedimento. Para mí no lo han sido. Son lo mejor que me ha pasado en mi vida y en mi carrera. Pues no distingo una de la otra”.
Sin embargo ese “tenerlo todo” de Dora reverbera como una excepción. La regla sigue hiriendo a los de siempre. Un comisario tan reconocido como Okwui Enwezor escogió para su Documenta de 2002 el trabajo de 34 mujeres frente a 118 artistas seleccionados. El 29%. La fragilidad resulta evidente. Chus Martínez, comisaria, madre de un niño de seis años y directora del Instituto de Arte de la Academy of Art and Design de Basilea (Suiza), la señala con el dedo. “¿Por qué el periodista no pregunta por la conciliación a un artista masculino?”, se cuestiona. “Es muy serio pensar que este es un problema de mujeres. Es un problema de la construcción social, de los valores. Las palabras, oportunas, de Abramovic retratan una situación muy compleja”. Una sociedad donde las mujeres pierden casi siempre en la obligatoria bifurcación ¿carrera o familia? Como también pierden en el mercado.
La obra más cara vendida en subasta de una mujer artista fallecida corresponde a un lienzo de Georgia O’Keeffe por el que se pagó 44,4 millones de dólares frente al récord de los 179 millones (160 millones de euros) de Les femmes d’Alger (Versión O) de Picasso. Y detrás del dinero se pierde la infancia. Porque “es fantástico ser educado como hijo de artistas”, observa la creadora polaca Maria Loboda. Desde luego sería más fácil —admite João Fernandes, subdirector del Museo Reina Sofía— si las mujeres no sufrieran “un mundo de dominación masculina”. Aunque a veces hallan vías de escape. “Cuando hay ganas no existe una situación imposible”, matiza, con optimismo, la artista feminista Nancy Davidson. Además la historia del arte nos recuerda que “ni a Louise Bourgeois ni a Tamara de Lempicka, que fueron grandes creadoras, las detuvo la maternidad”, explica Solita Mishaan, madre y mecenas venezolana.
Pero ese es el relato, otra vez, de una excepción, no de la norma. La agencia estadística de la Unión Europea (Eurostat) detalla que las mujeres representan el 47% del empleo de la escena cultural. Faltan las cifras sobre cuántas no regresan a su actividad después de dar a luz. Por comparación, un informe reciente de la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos (EHRC, según sus siglas en inglés) reveló que 54.000 madres pierden su trabajo todos los años en Reino Unido debido a la maternidad. Ser madre en el mundo laboral es difícil; ser madre, autónomo y artista aún más.
Babelia
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