De gira con los Beatles que causaban disturbios
Un documental de Ron Howard recupera la vida triunfal del grupo
Es una de las grandes historias ejemplares de la década de los sesenta y se ha contado mil veces; ahora le ha tocado a Ron Howard. El director de Splash o El código Da Vinci es el encargado de narrar el fenómeno de la beatlemania, centrándose en su período de giras internacionales (1962-1966). Su película se estrena hoy jueves y se mantendrá en pantallas grandes exclusivamente durante una semana, antes de pasar a otros canales.
Según la productora de The Beatles: eight days a week, en poco más de cuatro años dieron 166 shows, visitando 90 ciudades de 15 países. De principio, se planteaba una dura labor de montaje: los Beatles eran noticia caliente y cada movimiento suyo fue cubierto por unos medios voraces. Howard ha rescatado alguna filmación inédita y fotos animadas, aparte de entrevistar a Ringo Starr y Paul McCartney (John Lennon y George Harrison están presentes vía grabaciones de archivo); se añaden testimonios de algunos afortunados que vivieron en primera persona aquel huracán, con presencias tan inesperadas como la de Whoopi Goldberg.
Se sabe que, cuando sus ecos llegaron a España, los Beatles aparecían preferentemente en las páginas de Sucesos de los periódicos. Tiene cierta lógica: sus apariciones provocaban auténticos alborotos públicos. Ocurría incluso en Estados Unidos, donde se suponía que estaban habituados a fans desatadas, como aquellas que enloquecieron con Sinatra o Elvis. En todo el planeta, los “melenudos de Liverpool” eran recibidos por multitudes en aeropuertos; se veían luego sitiados en los hoteles donde se alojaban. Ya en el recinto del concierto, la policía sufría para evitar asaltos masivos al escenario, aunque parecía haber un acuerdo implícito entre los uniformados y los seguidores, que representaban risueños sus respectivos papeles. Cierto que, tras la histeria desatada por media hora de música beatle, la situación se descontrolaba: en una ocasión se les sacó en un furgón blindado de la compañía Brinks; los dos supervivientes todavía recuerdan la angustia de desplazarse encerrados en un vehículo sin ventanillas ni asientos.
Resumiendo: escasa práctica en el control de muchedumbres emocionadas. Y tampoco existía una industria de los grandes conciertos: el sonido era endeble, inevitablemente derrotado por los gritos de miles de personas. Ambas circunstancias, el peligro de las aglomeraciones y la imposibilidad de que los músicos se escucharan, determinaron que los Beatles renunciaran a las giras. Gran decisión: a partir de 1966, se consagraron a grabar, generando asombrosas cantidades de música rupturista, un prodigio de creatividad continuada todavía no superado en el campo del pop.
En la película no hay rastro de las vivencias salvajes de los Beatles, ni de aquellos desmadres que Lennon comparó con el Satyricon felliniano; ninguna mención del decisivo encuentro con Dylan en 1964, en un hotel de Nueva York, cuando descubrieron las posibilidades de la marihuana.
En realidad, tampoco se habla mucho de la música. Por ejemplo, de cómo se seleccionaba el repertorio de directo. Incluso cuando tenían docenas de éxitos propios para elegir, incrustaban temas de Chuck Berry, Larry Williams, Little Richard o las Shirelles. Podemos imaginar las razones pero no es algo que intrigue a Ron Howard: le resulta más interesante meter las presentaciones de Ed Sullivan, antiguo peso pesado del showbiz estadounidense que hoy nos parece un pariente de Richard Nixon.
Felizmente, Eight days a week se exhibe con el complemento del Concierto del Shea Stadium, versión remasterizada y reducida del programa de TV que se rodó a todo lujo (14 cámaras, Andrew Laszlo como director de fotografía) en 1965. Para enmendar la idea de que los Beatles naufragaban en directo, Universal ha editado también un upgrade en CD del único fonograma legal de sus tiempos vertiginosos, Live at the Hollywood Bowl. Giles Martin ha retomado las cintas sobre las que ya trabajó su padre, George, aprovechando la tecnología actual para reducir el bramido de 18.000 californianos desatados. Eliminado parcialmente ese ruido feroz, se constata que los Beatles mantenían el tipo con dignidad: tocar de forma excitante era algo que dominaban desde las noches de Hamburgo.
Versión Disney de vivencias salvajes
Conviene recalcar que The Beatles: eight days a weekes un producto de Apple Corps, la empresa voraz y cautelosa que gestiona el legado del cuarteto de Liverpool.
Lo que vemos es la versión Disney de unas vivencias salvajes: no busquen aquí sexo, drogas o conflictos culturales, aparte de aquellos fundamentalistas estadounidenses que quemaron discos de los Beatles en nombre de Jesucristo.
Babelia
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