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Las peleas entre Turquía y Austria castigan Éfeso

Estambul retira el permiso al instituto que lideraba desde hacía un siglo las excavaciones La decisión se debe a las complejas relaciones entre ambos países

Andrés Mourenza
Las ruinas de Éfeso, en Turquía.
Las ruinas de Éfeso, en Turquía.

Una polémica política entre Austria y Turquía, inflamada por grandes dosis de prejuicios mutuos y espoleada por la prensa amarillista, ha tenido una víctima inesperada: las excavaciones de Éfeso. Tras más de un siglo liderando los trabajos en la antigua colonia griega de Asia Menor, el Instituto Arqueológico Austríaco ha visto revocado su permiso.

Las relaciones entre ambos países se han deteriorado inmensamente después del fallido golpe de estado en Turquía. A finales de julio, el alcalde de la localidad austriaca Wiener Neustadt pidió a sus vecinos de origen turco que retirasen la enseña de la media luna y la estrella de sus ventanas, que estos exhibían como apoyo al gobierno electo turco que derrotó la sublevación militar. Las autoridades turcas protestaron enérgicamente, acusando a Viena de hipocresía pues es habitual que en sus calles se permitan manifestaciones a favor del grupo armado kurdo PKK, considerado una organización terrorista por Turquía, la UE y EE UU. Los políticos austríacos volvieron a la carga y criticaron el patente retroceso de los derechos y las libertades en Turquía e incluso el canciller alpino Christian Kern pidió que se interrumpan las negociaciones de adhesión a la UE. Rápidamente, el tono de la bronca subió –el jefe de la diplomacia turca, Mevlüt Çavusoglu, calificó Austria de “capital del racismo radical”- y la situación fue saliéndose del debate político para entrar en el incierto camino del absurdo.

A mediados de agosto un panel electrónico en el aeropuerto de Viena advertía: “Viajar a Turquía significa apoyar a Erdogan”, el polémico y autoritario presidente turco. Dos semanas después, en el mismo panel, que pertenece al tabloide austriaco Kronen, se leía el titular: “Turquía permite relaciones sexuales con menores de 15 años”. La noticia no era correcta: en realidad todo se debía a que el Gobierno turco había endurecido las penas contra quienes mantengan relaciones sexuales con menores, pero, por cuestiones técnicas el Tribunal Constitucional anuló la enmienda, si bien la dejó en vigor durante varios meses hasta que el parlamento la corrija. Pero esta explicación no fue óbice para que la ministra de Asuntos Exteriores de Suecia, Margot Wallström, también se uniese al agrio debate en Twitter. Los ministros turcos, furiosos, arremetieron en las redes sociales contra suecos y austriacos. En el aeropuerto Atatürk de Estambul, un periódico sensacionalista contrató una valla publicitaria para alertar sobre los viajes a Suecia, “el país con la tasa de violaciones más altas del mundo”, y el embajador turco en Austria fue llamado a consultas.

La terquedad, la ignorancia e incluso la estupidez son poderosas fuerzas motrices. Y, desafortunadamente, atributos comunes en política en estos tiempos de auge del nacionalismo y la xenofobia. El problema es que el precio suelen pagarlo víctimas inocentes.

En 1893, el profesor de arqueología de la Universidad de Viena Otto Benndorf recibió permiso de las autoridades otomanas para proceder a las excavaciones en torno al pequeño pueblo de Ayasoluk (hoy Selçuk), donde tres décadas antes el ingeniero británico John Turtle Wood había hallado los restos de una de las Siete Maravillas de la Antigüedad: el templo de Artemisa. El pobre estado de los exiguos restos llevaron al inglés a abandonar su investigación, pero Benndorf y sus compañeros del Instituto Austríaco de Arqueología (ÖAI) ampliaron la zona de excavaciones, y en espacio de unos pocos años descubrieron el antiguo puerto de Éfeso –hoy tierra adentro debido a la fuerte sedimentación de los ríos de la zona- y la famosa Biblioteca de Celso. Los trabajos, si bien interrumpidos por ambas guerras mundiales, continuaron de la mano del ÖAI durante décadas –el Ministerio de Cultura turco renueva su licencia año tras año- e hicieron de Éfeso lo que es hoy en día, una ventana a la historia de Grecia y Roma y un sitio arqueológico Patrimonio de la Humanidad, además de un poderoso imán turístico: 1,5 millones de personas lo visitan cada año.

Pero el impresionante historial de los arqueólogos austríacos no ha valido como aval ante la tormenta política desatada entre sus países de origen y el de acogida. El pasado día 31 de agosto, dos meses antes de que la temporada de excavaciones terminase, el Ministerio de Exteriores turco ordenó al de Cultura revocar la autorización al ÖAI para trabajar en Éfeso, así como en las antiguas ciudades de Lymira y Myra. La razón, según han reconocido sin ambages fuentes gubernamentales citadas por la prensa turca, es “la reciente actitud del país (Austria) contra Turquía”.

La decisión, sólo en Éfeso, afecta a 12 arqueólogos austriacos y a su equipo, compuesto de unos 200 investigadores de una veintena de países y a 55 empleados turcos. La casa de excavaciones de Éfeso, erigida a finales del siglo XIX por el equipo de Otto Bendorf y base de los arqueólogos, será precintada y las obras transferidas al director del Museo de Éfeso, Cengiz Topal, y a responsables del Ministerio de Cultura. “Quienes me conocen, saben cuánto me esforzado por Éfeso y lo feliz que me hace trabajar en Turquía. Respeto la decisión pero me entristece mucho”, dijo la jefa austríaca del ÖAI en Éfeso, Sabine Ladstätter, en un comunicado: “Espero que los problemas entre ambos países se solucionen. Y trabajaremos para que las excavaciones puedan reanudarse en 2017”.

Las misiones arqueológicas extranjeras en Turquía no pasan por su mejor momento. El país euroasiático vive una ola de chovinismo desde hace meses y, tras el fallido golpe de Estado, ha sido cuidadosamente explotada por el Gobierno islamista –se habla de una “mano negra” extranjera tras las asonada- como modo de ocultar sus propios errores: aquellos a quien se acusa de la conspiración militar fueron durante años aliados de Erdogan.

Equipos de arqueólogos de diversos países trabajan en medio centenar de lugares de la rica geografía anatolia y algunos reconocen en privado que están teniendo dificultad para renovar sus permisos. Ya en junio, una misión alemana se vio obligada a detener sus trabajos por orden del Gobierno de Ankara, que halló en los arqueólogos la cabeza de turco idónea para protestar contra la aprobación en el Parlamento germano de una moción de condena del Genocidio Armenio, perpetrado por los otomanos en 1915. Fuentes oficiales turcas, citadas por el diario Hürriyet Daily News, consideran en cambio que Turquía “tiene suficiente experiencia arqueológica” para llevar a cabo los trabajos por si misma y dejar así de abonar los poco más de 10 millones de euros con que financia anualmente las excavaciones extranjeras.

Pero quien se resiente es la cultura y el conocimiento, como advirtió el exministro austriaco Karlheinz Töchterle: “La ciencia y la investigación siempre han sido una fuerza unificadora que puede tender puentes durante tiempos difíciles”. Otros, en cambio, parecen creer que, políticamente, les sale más rentable quemar esos puentes.

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