Ni siquiera estamos
Este verano, al reencontrarme con el magnetismo de unas viejas palabras de Blanchot sobre "estar y no estar" y sobre la desaparición de la literatura, volví a quedarme tan fascinado como Tucholsky cuando en 1926 leyó a Kafka: "¿Quién habla? ¿Qué significa todo esto?".
A Blanchot lo citaba Tom McCarthy (en una entrevista de Antonio Lozano para Librújula) para subrayar que la era digital no es tan nueva y se limita en realidad a acelerar algunas de las pulsiones del modernismo literario: 1) la escritura parece estar ahí para aplazar su propia desaparición; 2) el lenguaje no imita lo real, sino que lo va creando; 3) la novela es un género al que le resulta difícil representar la realidad, pero la reflexión que ella misma abre sobre ese defecto de fábrica -la conciencia de su incompletud- la convierte en una actividad muy atractiva.
Varias veces este verano imaginé que ese software defectuoso de las novelas se parecía al teorema de incompletud de Gödel. Pero en ninguna ocasión fui más allá, quizás porque el propio teorema establece limitaciones sobre lo que es posible comprobar. Ayer sí, en cambio; ayer di un paso más y relacioné el estilo arquitectónico que me sugiere el teorema de Gödel con la estructura de una biblioteca pública, la de la ciudad de Seattle. En ese osado edificio de Rem Koolhaas hay una superposición de distintos estilos arquitectónicos que de algún modo vienen a resumir los despropósitos urbanísticos de Manhattan, ya analizados por él propio Koolhaas en su genial Delirio de Nueva York (Gustavo Gili, 1978).
Si uno observa bien esa biblioteca, verá que anuncia -Blanchot puro- la estructura incompleta de las novelas del futuro, porque el edificio se alza en base a formas imprecisas, desconectadas, inconclusas y sin la menor armonía, carente de cualquier lógica visual.
No es fortuito que Blanchot adorara Delirio de Nueva York, donde se dice que el destino de Manhattan es desaparecer periódicamente para ser reemplazada por una ciudad por completo distinta que va convirtiéndose en una fábrica de lo artificial, donde lo natural y lo real han dejado de existir. Y aún menos fortuito es que McCarthy, que ve la realidad como un conjunto de ficciones superpuestas, se interese por los mundos que la reflejan con mayor precisión: los trabajos de Rem Koolhaas, de Manuel Castells, de Gilles Deleuze…
Para McCarthy el lenguaje no es algo que pueda representar la realidad, sino "algo que la hace y la deshace desde una irrevocable subjetividad". Lo mismo dijo Blanchot cuando, anticipándose a Koolhaas, predijo que nos dirigíamos hacia una nueva literatura y un nuevo urbanismo, sin teorías ni arquitectos. Algo así como un erial, como una zona de nadie -signo de los tiempos-, un área de formas imprecisas y desconectadas, situada en plena encrucijada de la incompletud. Y sí. Ahí estamos. O mejor dicho: ni siquiera estamos, puesto que es zona de nadie, como nuestro baldío Congreso de los Diputados, donde es difícil que pueda uno ahí sentirse vivo, ya no digamos representado.
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