La Fiesta de la Bulería de Jerez ensaya una nueva identidad
Antiguas estirpes del cante y del baile flamenco acuden a una cita que se renueva en busca de su grandeza pasada
La Fiesta de la Bulería de Jerez, una de las citas más antiguas del calendario veraniego de festivales flamencos, cambia su formato y extiende su duración a tres jornadas, justo un año antes de cumplir el medio siglo de existencia. También vuelve a modificar su ubicación. Y lo hace por cuarto año consecutivo, después de que, en 2013, la sede que la había acogido en los últimos tiempos, la Plaza de Toros, fuera escenario de un verdadero punto de inflexión en la historia de la fiesta: una paupérrima entrada de poco más de medio millar de asistentes. En el recuerdo quedaron para siempre aquellas noches, no tan lejanas, donde la audiencia se contabilizaba por miles y los tendidos eran un festín de neveras de playa y una borrachera de compás.
Antes y después de esa fecha, existieron muchas voces que reclamaron un revulsivo para una cita que languidecía y que acumulaba ya años de decadencia. Lo intentó a su manera el gobierno municipal del PP, cuando en 2014 sorprendió anunciando la fiesta en una plaza pública y con acceso gratuito. Fue una decisión controvertida, que solo consiguió dejar un sombrío recuerdo. Al año siguiente, el nuevo gobierno local (PSOE) lo llevó al interior del Alcázar y reorientó su formato y cartel. La bulería parecía haber encontrado su casa, pero requisitos de seguridad la vuelven a desplazar de nuevo, justo al exterior del histórico recinto amurallado, a la Alameda Vieja, con un aforo similar al del pasado año, 2.400 personas.
Pero la gran novedad de esta 49ª edición es su ampliación a varios días, siguiendo modelo de otros festivales veteranos. El ciclo comenzó el jueves con los flamencos más jóvenes de la localidad reunidos en el espectáculo Suena Jerez para mostrar las credenciales de un relevo generacional. La noche estuvo comandada por el guitarrista Pepe del Morao, y contó con la participación de valores emergentes como la bailaora Gema Moneo, la cantaora María Terremoto o Rafael El Zambo, descendientes todos de ilustres linajes jerezanos.
Otras dinastías de igual lustre, pero foráneas, llenaron la segunda jornada, que estuvo dedicada a las casas cantaoras de Mairena, Utrera, Lebrija y del propio Jerez, con la familia Agujetas. De las localidades sevillanas llegaron descendientes de estirpes como la de los Cruz García, Los Malena, Los Perrate, Los Peña… Por fin, para la noche grande de la fiesta que, como todo el calendario festivo y cultural de la ciudad está dedicada este año a Lola Flores, se anunciaba un cartel renovado e íntegramente local. Artistas en una todavía joven madurez y con reconocido prestigio: los cantaores David Lagos y Jesús Méndez, la cantaora Melchora Ortega y la bailaora Mercedes Ruiz, cabezas de un cartel que incluía a figuras del flamenco actual como los guitarristas Diego del Morao y Santiago Lara, entre otros.
Junto a ellos, el cuadro Arte añejo, con artistas en su mayoría veteranos como Diego Vargas, con muchos años junto a La Faraona, o Mateo Soleá y Paco Gasolina, que estaban en la legendaria grabación Nuevas fronteras del cante de Jerez, de 1974. También, entre otros nombres, el baile esencial de Tía Currita y Tía Yoya, del Barrio de Santiago jerezano. Todos representan el componente más indispensable en una bulería por muchos cambios que tenga: el compás y el acento de la tierra que esos artistas transportan como algo natural. Algo que no puede faltar, porque esta fiesta siempre ha tenido algo de ritual, de ejercicio de identificación con un aire y una forma de entender el flamenco que se siente como propia y que, cuando suena en toda su esencia, tiene algo de litúrgico.
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