El tirón del arte feo
La fealdad convoca, al igual que lo hace la belleza. El feísmo gana adeptos en webs y centros como el Museum of Bad Art
1. “Renoir apesta como pintor”, podía leerse en una de las pancartas; “ReNOir”, en otra: en octubre del año pasado, dos docenas de manifestantes exigieron frente al Metropolitan de Nueva York que se retirasen de sus salas 49 cuadros del pintor francés Pierre-Auguste Renoir; según los manifestantes, “unas indefendibles rayas de melaza mal trazadas”.
Ninguna de las obras de Renoir fue retirada hasta el momento, aunque no se puede decir que sus detractores hayan fracasado: el solo hecho de que la protesta tuviese lugar es un triunfo para su causa, así como para aquellos que creen necesaria una profunda reescritura de la historia del arte para que ésta dé cuenta del importante papel desempeñado en ella por las mujeres o se desprenda de sus elementos racistas. Desde hace algunos meses, por ejemplo, el importante Rijksmuseum de Ámsterdam está expurgando su cartelería de palabras malsonantes para un público poco habituado a ellas (aunque sí a una corrección política excesiva) como “negro”, “hotentote” o “mahometano”.
2. En los últimos tiempos, la multiplicación de páginas web que recogen obras de arte grotescas permite pensar que los intentos de reescribir la historia de esa disciplina incluyen en su programa la incorporación de aquello que ha sido excluido por ser considerado “feo”, “desagradable” o “mal hecho”. Un ejemplo de esto es el Museum of Bad Art, una institución privada fundada en un sótano de Boston en 1993 cuyo propósito es “coleccionar, preservar, exhibir y celebrar el arte malo en todas sus formas y en toda su gloria”. Su colección (parte de la cual es exhibida en línea en la página web del museo) incluye retratos involuntariamente monstruosos, paisajes incongruentes y desnudos perturbadores en su fealdad. Sus autoridades, por cierto, han anunciado que están dispuestas a hacerse cargo de los Renoir si el Metropolitan cede a las presiones y deja de exhibirlos.
A menudo dependientes de las contribuciones de sus usuarios, casi siempre más virtuales que reales, sitios como el Museum of Bad Art, The Weirdest, Worst Art, Awkward Family Photos (retratismo mal hecho y/o de pésimo gusto), la apasionante colección de catástrofes arquitectónicas reunida en Ugly Belgian Houses, las páginas de Tumblr dedicadas al fan art fallido y a portadas de libros y de discos especialmente, apasionadamente malas, son manifestaciones de un intrigante descubrimiento de la fealdad por parte de millones de personas en todo el mundo.
¿Qué hay detrás de todo ello? La localidad aragonesa de Borja ha visto multiplicado el número de sus visitantes después de que la restauración de una imagen religiosa por parte de una pintora aficionada de 81 años de edad saliese deliberadamente mal en 2012. Por absurdo que parezca, miles de personas visitan Borja cada año para fotografiarse junto a una imagen que el corresponsal de la BBC en España describió como “un dibujo a cera de un mono muy peludo”, en una manifestación de que la fealdad se ha vuelto tan convocante como la belleza.
En algún sentido, sin embargo, siempre ha sido así: los freaks shows, las atracciones de feria y los enanos del circo han disfrutado de un público numeroso durante toda su existencia, en buena medida debido a que su exhibición prometía a los visitantes que la deformidad y el horror no los rozarían, restringidos como estaban a seres cuya naturaleza era excepcional. Pero parece inapropiado buscar en ellos una explicación del interés actual por la fealdad y lo fallido y malo en arte.
3. Ésta debe ser buscada en las innovaciones técnicas que han tenido lugar en las últimas décadas y han alterado nuestra forma de producir y consumir imágenes: si Photoshop, los filtros de Instagram y el perfeccionamiento de los dispositivos de captura en los teléfonos móviles han hecho prácticamente imposible producir imágenes fallidas; si la popularización de los procedimientos de captura, tratamiento y publicación de imágenes han llevado a la uniformización de las mismas; si (como afirma el notable fotógrafo español Joan Fontcuberta) vivimos tiempos posfotográficos, en la atracción por la fealdad puede vislumbrarse una cierta nostalgia de épocas en las que la uniformización todavía no se había producido y, por tanto, la producción de imágenes suponía la posibilidad de fracasar en ese propósito, pero también la de que en el proceso apareciese la singularidad, una individualidad de la mirada que actualmente escasea.
El Museum of Bad Art y los sitios similares interesados en la fealdad y en lo fallido (pero también las protestas contra Renoir) secularizan el arte pictórico, restándole gravedad y reverencia a las obras y a nuestro vínculo con ellas, al tiempo que disuelven el arte en el ámbito de las otras producciones materiales del hombre, poniendo de manifiesto que en éste también se puede fallar: más aún, que lo que determina si se ha fallado o no es un consenso histórico y, por consiguiente, frágil. En el interés por el arte malo hay, en ese sentido, una forma de resistencia, así como un cuestionamiento posiblemente involuntario respecto a cuestiones importantes para nuestra comprensión de la producción artística no sólo visual: qué es una obra de arte, quién dice que lo es, por qué es exhibida en museos, quién dice que una persona es un artista y quién determina que no lo es; cómo podría una obra de arte ser mala si, finalmente, como dice el refrán, la belleza está en el ojo del que la contempla.
Patricio Pron es autor, entre otras obras, de la novela No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles.
Babelia
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