La opresión bajo la piel
El tercer largometraje de Leena Yadav posee todos los signos externos del producto exótico con mensaje, diseñado a la medida del gusto occidental
LA ESTACIÓN DE LAS MUJERES
Dirección: Leena Yadav.
Intérpretes: Radhika Apte, Sayani Gupta, Surveen Chawla, Tannishtha Chatterjee.
Género: drama.
India, 2015
Duración: 116 minutos.
En una comunidad rural del Rajastán, un consejo de ancianos determina si es pertinente el uso de teléfonos móviles y estudia si consentir o no que el dinero recogido en una colecta comunitaria se invierta en la compra de un televisor para uso colectivo. El ingreso en la contemporaneidad debe aguardar los protocolos ancestrales. El pueblo en el que se desarrolla La estación de las mujeres, tercer largometraje de Leena Yadav, es un espacio fuera del tiempo, donde una mujer puede soltar una frase como “las chicas que leen son malas esposas”, sin reparar en su doble condición de víctima y alentadora de unas dinámicas culturales de desigualdad y opresión.
Financiada en parte con dinero británico y norteamericano, La estación de las mujeres posee todos los signos externos del producto exótico con mensaje, diseñado a la medida del gusto occidental, como, sin ir más lejos, la recientemente estrenada 7 Diosas, de Pan Nalin. Las diferencias son, sin embargo, radicales: quizá ambas películas sirvan al mismo propósito de funcional lavado de conciencia por delegación, pero, mientras Nalin no podía camuflar su condición masculina en la sexualización de sus personajes y en la grosería de recursos y giros narrativos, Yadav se atreve con algunos matices de ambigüedad y claroscuro que elevan su propuesta muy por encima de lo previsible.
Cuatro mujeres centran el relato: de la esposa maltratada por una infertilidad inexistente a la bailarina exótica con urgencia de emancipación, pasando por la desubicada novia de un matrimonio arreglado y la madre de un joven embrión de monstruo patriarcal. Una melancólica atmósfera felliniana entra en el relato a través del universo de la bailarina Bijli, eco tan inesperado como el que recogía Shohei Imamura en su fundacional Deseo desvanecido (1958).
La gran fortaleza de La estación de las mujeres está en los detalles: la escena en que la madre escucha la violenta noche de bodas de su hijo, el asombro de una de las protagonistas al ver cómo un ermitaño tántrico venera su cuerpo, la liberadora escena en la que el grupo descubre que todo el problema anida en el lenguaje mismo...
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