De un país calcinado
El rock cubano de hoy tiende a plantear una disidencia radical, sin programa político
Lo habrán oído, seguro. Gustan los cubanos de presentarse como la gran potencia musical del mundo, compitiendo únicamente con Estados Unidos y Brasil. Sin embargo, cualquier observador atento detecta un hueco, una ausencia estridente: no hay rastro del rock en las crónicas oficiales de la música de la Cuba revolucionaria.
Al menos, en sus primeros cuarenta años. Toda una paradoja, ya que uno de los primeros combos en traducir el rock and roll al español fueron los habaneros Llopis. Luego, un misterioso vacío que llega casi hasta el presente, donde dominan los grupos extremistas, practicantes de todas las variedades del heavy metal y el punk no necesariamente cantadas en español. Parece como si el rockero cubano quisiera calcinar la realidad, borrar el entorno, abjurar de la cultura en la que han crecido.
No es exactamente así. Alguien debería editar aquí Hierba mala: una historia del rock cubano, del crítico musical Humberto Manduley. Los asuntos que trata son universales: la identidad nacional, las políticas culturales, la institucionalización de músicas antaño perseguidas. Asegura Manduley que nunca se dejó de tocar rock en Cuba. Pero fue un rock alicorto, más preocupado de calcar las propuestas anglosajonas que de crear algo propio. Respondía al achatamiento de la oferta: en los sesenta, se vetó la difusión de discos británicos o estadounidenses; a cambio, se emitían las grabaciones de conjuntos españoles. En términos prácticos, eso suponía que se difundían las canciones de The Beatles en versión de Los Mustang.
Manduley rescata algunos anatemas de los hermanos Castro. Fidel, en 1963, parecía dudar de la virilidad de esos jóvenes que “andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos; algunos de ellos con una guitarrita en actitudes elvispreslianas”. Por su parte, Raúl, ministro de las Fuerzas Armadas en 1972, relacionaba directamente la escucha de un programa musical de la BBC con “actividades contrarrevolucionarias y antisociales”.
No vean maldad en recordar esas frases desafortunadas: se trata de evidenciar una censura que ahora se niega pero que no por sigilosa fue menos efectiva. En 2000, ya en una etapa de mayor tolerancia, el entonces ministro de Cultura, Abel Prieto, tranquilizaba a Fidel durante la inauguración de la estatua de John Lennon en La Habana: no se honraba a un músico sino a “un hombre de ideas muy avanzadas” [sic].
Hierba mala explica la imposible tarea de desarrollar un rock creativo en una sociedad que durante décadas consideró que esa música escondía “diversionismo ideológico”. Una música tan underground que apenas generaba actividad económica: hay que asumir las carencias de todo tipo para entender la casi total ausencia de grabaciones o la pobreza sonora de las pocas que se hicieron.
Son pocos los grupos que tienen un modus vivendi en su música. Pocos… y mal avenidos. Los metaleros son separatistas. En el memorable argumento de Juan Carlos Torrente, líder de Combat Noise, “el metal creció en la barriga del rock durante los años setenta y ochenta". "Pero después de un parto feliz, se ha desligado completamente y ya no es un subgénero dentro de la música rock".
Hoy, el rock cubano tiende a plantear una disidencia radical, sin programa político. Leyendo a Manduley, se aclaran anomalías que a los visitantes nos parecían delirantes: por ejemplo, el rechazo de los aficionados más militantes al rock autóctono que se fusiona con elementos nítidamente cubanos; se trata de un “rock oficial”, por lo tanto, sospechoso. Como suele ocurrir en la isla, hay una lógica pero muy retorcida.
Babelia
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