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Letras sobre el cuadrilátero

La publicación en España de ‘Golpes de gracia’ devuelve a la actualidad la tradición literaria en torno al boxeo

Paulino Uzcudun, derrotado en su combate con Joe Louis, en 1935, en Nueva York.
Paulino Uzcudun, derrotado en su combate con Joe Louis, en 1935, en Nueva York. Getty Images
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Si la raigambre de una retórica del boxeo ha sido fecunda entre autores anglosajones, no ha sucedido lo mismo en España, a pesar de la aparición de varios títulos en los últimos años. “En Estados Unidos se respeta y apoya este deporte con emisiones televisivas, novelas, ensayos, películas. Aquí, sin embargo, los combates son polémicos”, apunta el escritor José Ángel Barrueco, autor del prólogo del libro Ocho relatos de boxeo de Alexander Drake (Lupercalia, 2014).

“Probablemente el boxeo tenga mucho que ver con la literatura: el escritor, como el púgil, debe mantenerse firme contra las adversidades”, explica Barrueco. Y ciertamente, el boxeo nos recuerda que la vida es sufrimiento, que generalmente estamos solos y que perder, la mayoría de veces, es la única opción. “Un boxeador es, por definición, un perdedor, aunque él, en algún momento de su carrera, todavía no lo sepa. Es como apostar en la ruleta, con la particularidad de que la bolita que rueda por la ruleta es el cuerpo del boxeador rodando por la lona del ring”, sostiene Joxemari Iturralde, autor de la última gran obra pugilística publicada en castellano.

Golpes de gracia, publicada en la editorial Malpaso, narra el ascenso de dos personajes casi homéricos —Paulino Uzkudun e Isidoro Gaztañaga—, ubicados en la Tolosa de la primera mitad del siglo XX. Ambos pensaron que la mejor salida para aizkolaris y pelotaris como ellos era el boxeo, un deporte que les alejaba del caserío y la miseria para aproximarles al dinero, la fama y las mujeres. “Eso de dirimir una disputa usando la fuerza bruta de los puños nos lleva directamente a una especie de túnel en el tiempo, a la época de los primeros balbuceos de la humanidad”, concluye el escritor vasco, heredero de una exigua pero potente tradición literario-pugilística española que hunde sus raíces en obras como El boxeador y un ángel (Francisco Ayala, 1928), Round Corner (Ignacio Aldecoa, 1962) o los versos como puñetazos de Machado: “Camorrista, boxeador/ zúrratelas con el viento”.

En la entrevista que le hacen a Manuel Alcántara en el libro La edad de oro del boxeo (Libros del K.O.), el malagueño —quizás el más agudo cronista de boxeo en nuestro país, con permiso de José Luis Alvite— cierra del mejor modo posible las disquisiciones acerca de este deporte al que ya nadie llama juego: “En conclusión, la vida es un ring”.

Joxemari Iturralde narra el ascenso de Paulino Uzkudun e Isidoro Gaztañaga

“Hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear”, decía Roberto Bolaño. Tal vez se equivocaba. El padre del chileno, León Bolaño, fue un camionero boxeador que nació en 1926 en Los Ángeles (Chile). Se alistó en la marina, pero pronto la abandonó. Haciendo honor a su nombre, León prefirió la lucha. Fue campeón de peso pesado en el sur del país y se ganó la vida durante algún tiempo encajando golpes. “Mucho mejor que recibiendo órdenes”, pensaría León en alguna ocasión. Cuando nacieron sus hijos, León colgó los guantes y se compró un camión. Quizás el autor de Los detectives salvajes errara en su apreciación pugilística, pues la historia de la literatura da buena cuenta de la cantidad de relatos y autores que han asociado reiteradamente ambos universos.

Sobrino de Oscar Wilde

Fabian Avenarius Lloyd —como en realidad se llamaba Arthur Cravan— reunía las dos condiciones que para Bolaño eran incompatibles: boxeador y poeta. Este sobrino de Oscar Wilde fue profesor de boxeo en la Barcelona de comienzos del siglo XIX. Con casi dos metros de altura, los golpes de Cravan se hincaban en la carne de los adversarios como aviones furiosos. El artista Eduardo Arroyo —autor del ensayo Boxeo y literatura (Editorial Turner, 2010)— lo siguió y pintó por medio mundo. El poeta maldito deseaba cosas tan extrañas como “rellenar mis guantes de boxeo con rizos de mujer”. El cartel de su pelea con el ex campeón Jack Johnson se ha convertido en mito tras el falso documental que Isaki Lacuesta estrenara en 2002 bajo el título Cravan vs. Cravan.

Conan Doyle, Byron, Mailer o Ezra Pound escribieron sobre este deporte

Fue precisamente un combate de Jack Johnson contra James Jeffries —la gran esperanza blanca— el que sirvió para que otro gran literato, Jack London, firmara una de las crónicas más sublimes de este deporte: El combate del siglo. La editorial Gallo Nero publicó hace unos años el libro en nuestro país, apostando claramente por la potencia literaria de este deporte: “El libro demuestra que aquel combate no fue sólo de boxeo. Fue mucho más. En el cuadrilátero se enfrentaban todas las tensiones raciales de América y la derrota de Jeffries desencadenó una violenta reacción en el país”, afirma Donatella Iannuzi, editora del libro. Otra obra de su catálogo —El profesional, escrita por W.C. Heinz—, recibió elogios de entusiastas del cuadrilátero como Hemingway o Elmore Leonard. “Claro que en el boxeo hay literatura. ¿No es la danza de Mohamed Alí en el ring pura poesía?”, concluye Iannuzi.

Norman Mailer, Conan Doyle, Bernard Shaw, Lord Byron, Ezra Pound o F.X. Toole (autor del relato que inspiró a Clint Eastwood para Million Dollar Baby), escribieron a propósito de este drama primitivo, atávico y ancestral que se juega en un crudo escenario llamado ring. En un mundo eminentemente masculino brilla especialmente la lucidez de la escritora Joyce Carol Oates. Suyo es el ensayo Del boxeo (1986), una suerte de biblia para pegadores que contiene densas valoraciones que emparejan al boxeo con una experiencia casi sagrada: “El tiempo, al igual que la posibilidad de muerte, es el adversario invisible del cual los boxeadores —y el árbitro, los ayudantes, los espectadores- son profundamente conscientes”.

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