Un alegato contra la guerra
Claudio Magris construye un estremecedor relato sobre el odio y el olvido de los crímenes en 'No ha lugar a proceder'
No es fácil calificar a este libro tan notable. Su construcción es muy compleja. Parte de la idea (o imagen, desde el punto de vista literario) de la creación de un “Museo de la Guerra que sirviera, a través de la exposición de tantos instrumentos de la muerte, a la paz”. Claudio Magris se basa en la existencia real del profesor Diego de Henríquez, un “genial e irreductible triestino de amplia cultura y enorme pasión que dedicó toda su vida a recoger armas y material bélico de todo tipo para construir un original y desbordante museo”, al amparo de cuya esforzada dedicación se ha dedicado Magris a construir este original y desbordante relato.
Un relato, como decía, complejo por demás. Las dos líneas centrales del desarrollo de la historia son el imaginado profesor que se dedica a acumular el material que ha de constituir el museo y una mujer triestina, Luisa, de familia judía que se ocupa de este a la muerte del profesor. El libro está compuesto por capítulos cortos que siguen el trayecto de una visita a dicho museo, cada una de las cuales comienza clasificando la pieza o piezas correspondientes a cada una de las salas de exposición. Este trayecto sólo es interrumpido por unos insertos que se centran, sobre todo, en diversos capítulos de la vida de Luisa, sus recuerdos y su familia, ligados todos ellos a la muerte de su abuela Deborah, asesinada en La Risiera de San Sabba, el único campo de exterminio que existió en Italia, y a la vida de su madre, Sara, tratando de sobrevivir a la represión y ocultar a Luisa.
La dedicación del profesor nos llega a través de Luisa, que, al ocuparse del museo, va recopilando y ordenando su contenido, y en el curso de cuyo trabajo descubrimos que una serie de papeles reunidos en carpetas de notas y apuntes del profesor han desaparecido, presumiblemente por contener indicios e información acerca de la identidad de los criminales que, de un modo u otro y en un grado u otro, contribuyeron a la existencia de la campo de la Risiera: colaboracionistas y ejecutores, aún vivos, como el doctor Ruzzier, que afectado por la culpa proporciona la lista de asistentes a la siniestra fiesta por el cumpleaños de Hitler en el castillo de Miramare en abril de 1945, o el torturador Karpenko, que en el momento del relato vive camuflado como portero de un inmueble del mismo Trieste.
Además —y ya he dicho que la construcción es compleja—, la línea de visitas a las salas del museo se interrumpe por otras tres historias: la de un indio chamacoco que es llevado a Praga por un célebre antropólogo para curarlo de una enfermedad, un antropólogo que deja en Paraguay a su familia india y, una vez devuelto el indígena a la comunidad a la que pertenece, nos habla desde la Praga ocupada por los nazis. La historia del soldado Schimek, ejecutado por la Wehrmacht por negarse a disparar contra la población civil polaca y, finalmente, la historia de Luisa de Navarrete, esclava raptada por los indios caribes, devuelta a su amo cuatro años después y procesada por la Inquisición, que, como una consciente o inconsciente Scheherezade, “elude la muerte con su narración de las muchas cosas que los inquisidores estaban ávidos de saber”.
Magris abarca las formas de dominación y sojuzgamiento de los pueblos, sean los indios americanos o los esclavos africanos
Con todo ello, Magris construye un alegato impresionante contra la guerra que no se detiene en la primera mitad del siglo XX, sino que abarca las formas de dominación y sojuzgamiento de los pueblos, sean los indios americanos o los esclavos africanos. No sé si estamos ante una novela o una narración tal como se entiende ésta, pero lo que domina el libro es lo que yo definiría como un “discurso incandescente” en el que las guerras, la muerte y hasta el olvido inaceptable lo dotan de una fuerza estremecedora.
Cuando se refiere al teniente de la SS Oberhauser, que hizo saltar por los aires y quemar todo resto de la barbarie nazi, Magris pone en boca del profesor autor del museo estas palabras: “Es humo (el de la quema) el objetivo de mi búsqueda, esos nombres convertidos en cenizas. No lucho contra el olvido sino contra el olvido del olvido, contra la culpable ignorancia, de haber olvidado, de haber querido olvidar, de no querer o no poder saber que hay un horror que se ha querido —¿debido?— olvidar”.
Ese es el centro unificador de este libro que trata tanto de la guerra como del odio y de la última vileza de los asesinos: el borrado de sus actos. Y es también un canto en honor de los resistentes, de los que no han muerto y permanecen en pie frente al olvido.
No ha lugar a proceder. Claudio Magris. Traducción de Pilar González Rodríguez. Anagrama. Barcelona, 2016. 392 páginas. 20,90 euros
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